Mis ahijadas y el cine
Llegaremos a la sala. Se apagarán las luces. Empezará la película. Y durante ese tiempo lo de afuera quedará suspendido
No soy madre, pero tengo dos ahijadas de dos y tres años. Son una extensión de sus madres porque han salido las dos clavadas a ellas. Sobre todo en los ojos. Grandes y marrones.
Con una de mis ahijadas hubo bautizo cristiano. Julia había tenido fiebre la noche anterior y lloraba sin parar en la iglesia. En un momento dado la cogí en brazos y la niña dejó de llorar. Todos me miraron con cierto alivio, como si esta fuera la señal de que los padres habían elegido bien a la madrina. Al fin y al cabo, yo era casi una extraña. Mi otra ahijada no fue bautizada. Estábamos una mañana tiradas en un parque cuando su madre me propuso que fuera la madrina. Lloramos las dos felices y la pequeña Amaia nos miraba sin entender. En ese mismo parque nos hemos emborrachado más de una vez cuando éramos adolescentes, el día de San Jorge.
Mis padrinos fueron mi abuela materna y mi abuelo paterno. Murieron hace ocho años con una diferencia de una semana exacta. Perdí abuelos y padrinos casi a la vez, y mis padres se convirtieron en huérfanos de 60 años casi a la vez. De pequeña sabía que eran mis padrinos porque la propina del cumpleaños era mayor que la de mis primos. Esa era su manera de demostrarme que yo era especial: más pesetas. Como la de tantas mujeres y hombres trabajadores.
A mis ahijadas yo quiero colmarlas de regalos. Quiero que me cuenten lo que quizá no se atrevan a contar a sus padres porque les dé vergüenza. Quiero compartir con ellas mis experiencias en este mundo por si a ellas les sirve de algo: igual las hace más listas, igual así no tendrán miedo. Pero lo que más deseo es llevarlas al cine. Aún son pequeñas, así que en cuanto podamos nos iremos a ver una película y en el camino de vuelta a casa hablaremos de ella, de lo que nos ha gustado y lo que no, de cómo interpreta cada una la historia desde su mirada y su generación.
Las llevaré al cine porque es allí donde nos empieza a gustar el cine. Experimentarán la soledad de la sala a oscuras conmigo a su lado. Veremos juntas películas para las que aún serán pequeñas y volverán a ver años más tarde, reinterpretándolas desde sus ojos de adultas, pero esa experiencia de haber descubierto el mundo antes de tiempo se la quedarán para ellas.
Antes los padrinos y madrinas se encargaban de la cría de sus ahijados si los padres morían. Eran los responsables de darles techo, alimento, una educación. Si esa desgracia pasara, sé que mis amigos tienen atado el futuro de sus hijas. Están las dos a salvo. Yo las voy a llevar al cine. Lo haremos a menudo. Llegaremos a la sala. Se apagarán las luces. Empezará la película (no siempre será buena). Y durante ese tiempo lo de afuera quedará suspendido.
He escuchado decir que mientras haya películas siempre habrá cines. Quizá sea al revés.
Isabel Peña es guionista. Entre otros, ha cofirmado con Rodrigo Sorogoyen los guiones de películas y series como Antidisturbios, Madre y El reino.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.