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carta blanca
Columna
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Para Anónima

Tuvisteis que ocultaros bajo seudónimos masculinos, cuando no escribir en la sombra obras firmadas después por vuestros maridos

La carencia de nombre me obliga, no sin pesadumbre, a dirigirme a ti —a vosotras— a tientas, casi señalando con el dedo, como los niños resumen la realidad cuando aún no son capaces de designarla. El acto de nombrar está sustancialmente unido a la existencia, como todos los pueblos han sabido desde la Antigüedad. En la narración del Génesis, Dios nombra a las criaturas y a los objetos a medida que los crea. En griego clásico,poietés—nuestro actual poeta— significaba precisamente “creador”. También para los cabalistas, el lenguaje crea y engendra. La leyenda del Golem, proveniente de la mitología judía, narra cómo un rabino de Praga logró insuflar vida a su criatura tras encontrar la “Palabra” capaz de ello.

En su célebre poema El Golem, basado en este hecho, Jorge Luis Borges afirma que “el nombre es arquetipo de la cosa, en las letras de ‘rosa’ está la rosa y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo”. Sin nombre, nada existe. Pero la literatura está plagada de obras colosales, enteras e incompletas, cuya autoría desconocemos. A estos enigmas impenetrables los denominamos “Anónimo”, en masculino singular. Sin embargo, Virginia Woolf escribió  en Una habitación propia, con esa lucidez que la caracterizaba: “Me atrevería a aventurar que Anónimo, que tantas obras ha escrito sin firmar, era a menudo una mujer”.

Yo estoy convencida de que el papel que habéis jugado las mujeres en la transmisión del conocimiento, en la codificación y representación de la realidad para legado de generaciones futuras, es mucho más notable y decisivo de lo que comúnmente se cree. Os imagino relatando historias, en los albores de la oralidad, mientras los niños se arremolinaban a vuestro alrededor buscando el abrigo del fuego y de vuestra palabra fundacional. Percibo vuestra huella invisible en las largas epopeyas que alumbraron nuestra civilización, en los cuentos y sagas que nos llegan desde el origen de los tiempos para explicar quiénes somos ahora. Escucho de fondo vuestras delicadas voces cuando leo las composiciones líricas medievales, concebidas para el canto y la sonoridad.

Pese a todos los obstáculos interpuestos, pese a la lúgubre pretensión histórica de encerraros en la estrechez de las puertas para adentro, vosotras siempre os rebelasteis rotunda o calladamente, inventando, reflexionando, aprendiendo, creando, haciendo verdadera la máxima de Cesare Pavese: “La literatura es una defensa contra las ofensas de la vida”.

Robert Graves, en su aclamada La Diosa Blanca, sugirió quenuestra decadencia civilizatoria tiene su origen en el rol subalterno de la mujer frente a los destinos del mundo. Las “Anónimas” de la historia habéis empleado vuestra mejor energía en tratar de contrarrestar este proceso. En tiempos más cercanos, tuvisteis que ocultaros bajo seudónimos masculinos para evitar los prejuicios sociales, cuando no directamente escribir en la sombra obras después firmadas por vuestros maridos o amantes. Permitidme hoy nombraros, si la palabra crea, nombraros en voz alta, con fuerza y con orgullo, nombraros sin descanso, estimadas “Anónimas”, para que nadie os hurte el derecho a existir.

Raquel Lanseros es poeta y traductora.

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