De Abraham Lincoln a... ¿Trump? Cómo los presidentes de Estados Unidos buscan la posteridad con una biblioteca
La Theodore Roosevelt Presidential Library, un proyecto de Snøhetta, es la recién llegada a la red de museos presidenciales que se distribuyen por todo el país a mayor gloria de los exmandatarios. La pregunta es ahora si Trump tendrá el suyo.
La red de bibliotecas y museos presidenciales que se distribuyen por todo Estados Unidos tienen una doble misión. Por un lado, funcionan como rigurosos centros de investigación custodios de documentación importante de los expresidentes: desde transcripciones de un Lyndon B. Johnson notoriamente preocupado por la escalada de la guerra de Vietnam hasta supuestas pruebas sólidas que demostrarían que Richard Nixon no estuvo implicado directamente en el escándalo del Watergate. Por otro lado, tratan de narrar la trayectoria personal y política de estos dirigentes de una manera amena y didáctica mediante exposiciones que, en ocasiones, parecen espectáculos de feria. Son muchos los museos presidenciales que incorporan una reproducción más o menos fiel del Despacho Oval, pero solo la Abraham Lincoln Presidential Library and Museum en Springfield, Illinois, aloja en su interior una reproducción completa de la entrada de la Casa Blanca. De hecho, todo el museo es una especie de Disneylandia de dioramas a escala real, robots animados, luces y efectos especiales que recuerda más a una parodia de los Simpsons que a un respetuoso homenaje al presidente que abolió la esclavitud en Estados Unidos.
El pasado 18 de septiembre se anunció que el estudio de arquitectura noruego Snøhetta había ganado el concurso para la construcción de la Theodore Roosevelt Presidential Library en Medora, Dakota del Norte. Ubicado en el Parque Nacional Theodore Roosevelt, el proyecto triunfador se desarrolla bajo una gran cubierta que se adapta suavemente al terreno y se mimetiza en el paisaje árido de las Grandes Llanuras. Se construirá con materiales de origen local y sistemas de energía sostenible, una decisión que viene a reforzar el discurso de un diseño que, según declaran sus autores, “se basa en las reflexiones personales del presidente sobre el paisaje, en su compromiso con la administración ambiental y en la responsabilidad cívica que marcaron su vida”.
El tamaño y calidad de las bibliotecas presidenciales no guardan relación directa con la grandeza del presidente al que le deben su nombre.
El tamaño y calidad de las bibliotecas presidenciales no guardan una relación directa con la grandeza del presidente al que le deben su nombre. El legado de Franklin D. Roosevelt, que lidió con heroísmo y durante cuatro mandatos constitucionales con los acontecimientos más traumáticos del siglo XX postrado en una silla de ruedas por la poliomielitis, reposa a las afueras de Nueva York en una modesta construcción de piedra y madera semejante a un granero de arquitectura colonial holandesa. Sin embargo, Gerald Ford, que llegó a presidente tras la renuncia de Nixon en 1974 y no pudo revalidar el cargo en las elecciones de 1976 contra Jimmy Carter, rubricó una carrera política mediocre no con uno, sino con dos edificios colosales en el estado de Míchigan. Más preocupado en que sus restos descansaran en el lugar donde nació que en el acceso a su legado documental, Dwight Eisenhower mandó construir en el pequeño pueblo de Abilene, Kansas, una biblioteca que sirve como mausoleo para la gloria eterna de un militar brillante y un presidente que prestaba más atención a la Unión Soviética que a su propio país. Por su parte, el George W. Bush Presidential Center en Dallas fue diseñado por Robert A.M. Stern, decano de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Yale, y exhibe un punto de sofisticación y erudición inimaginables en el presidente que puso el mundo patas arriba.
“Imhotep y Augusto, Luis XIV y Napoleón III, por no hablar de François Mitterand: todos ellos intentaron emplear la arquitectura para desafiar la inevitabilidad de la muerte”, escribe Deyan Sudjic en The edifice complex, un brillante ensayo sobre cómo las clases poderosas modelan el mundo a través de la arquitectura. Sudjic dedica un capítulo entero a las bibliotecas presidenciales, unos edificios que “dicen mucho acerca de los gustos arquitectónicos de la clase política americana, así como de los usos que se da a la arquitectura”. A continuación, nos acercamos a algunas de ellas.
1. International Center for Jefferson Studies en Monticello (Charlottesville, Virginia)
Thomas Jefferson fue el principal autor de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América en 1776 y el tercer presidente de la joven república, entre 1801 y 1809. Además de político, también fue un hombre de talento cuyas aptitudes abarcaban casi cualquier rama del saber humano. Filósofo, horticultor, arqueólogo, paleontólogo, inventor y músico, su trabajo como arquitecto ha influido en los edificios gubernamentales de Estados Unidos durante más de dos siglos.
Jefferson demostró un extraordinario manejo del lenguaje y proporciones clásicas de la arquitectura de la antigua Roma
Jefferson diseñó su propia residencia en la cima de una colina en las afueras de Charlottesville y le puso un nombre italiano, Monticello, que significa “pequeña montaña”. Esta posición permitía el dominio visual sobre la plantación de tabaco de más de 2.000 hectáreas y los cientos de esclavos negros propiedad del Padre Fundador que había inspirado a toda una nación a creer que todos los hombres habían sido creados iguales y dotados de derechos inalienables como la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Si hacemos el esfuerzo de dejar su penoso pasado de racismo a un lado, descubrimos un edificio absolutamente sublime. Jefferson demostró un extraordinario manejo del lenguaje y proporciones clásicas de la arquitectura de la antigua Roma, que reformuló en un sincero y delicado homenaje a la Villa Capra de Palladio trasplantado a los verdes campos de Virginia. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1987, actualmente Monticello funciona como un centro de preservación de documentación e investigación dedicado al presidente.
2. John F. Kennedy Presidential Library and Museum (Boston, Massachusetts)
Poco después del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, la familia puso en marcha una ronda de contactos con el fin de buscar al arquitecto que iba a diseñar la biblioteca dedicada a uno de los presidentes más queridos de Estados Unidos. Se reunieron con algunos de los grandes maestros de la arquitectura del panorama internacional del momento, tales como Alvar Aalto, Kenzo Tange, Pietro Belluschi o Lucio Costa. La retórica de Louis Kahn no convenció a Bobby Kennedy, y Mies van der Rohe se mostró tan seco y distante que Jackie Kennedy interpretó que el encargo no era del interés del arquitecto alemán. Posiblemente aquello fue un fallo de comunicación elemental: aunque Mies había emigrado a Estados Unidos hacía casi tres décadas, nunca aprendió a hablar inglés con soltura.
Finalmente, el elegido fue el arquitecto sinoestadounidense Leoh Ming Pei, conocido a este lado del Atlántico por las pirámides del Louvre que construiría años más tarde en el París de Miterrand. Pei respondió al encargo de los Kennedy con un proyecto sobrio, aunque atrevido en su concepción geométrica, que busca la emoción del visitante recurriendo a la calidad del espacio arquitectónico y a la cualidad de los materiales empleados, más que a lo que allí se exhibe. El protagonismo se lo lleva un gran vacío interior acristalado que se abre a la Bahía de Massachusetts y del que cuelga una enorme bandera de Estados Unidos. Es un espacio recogido, íntimo a pesar de sus dimensiones, que infunde respeto por el presidente que pudo haber escrito un siglo XX diferente de no haber sido por la “bala mágica” de Lee Harvey Oswald.
3. Lyndon Baines Johnson Library and Museum (Austin, Texas)
Lyndon B. Johnson tuvo claro desde el primer momento que Gordon Bunshaft debía ser el encargado de diseñar su biblioteca en el campus de la Universidad de Texas en Austin. Bunshaft estaba al frente de SOM, uno de los estudios de arquitectura más importantes del mundo, cuya fama se debía a los arrogantes rascacielos corporativos de acero y vidrio que estaban transformando los corazones financieros de las grandes ciudades americanas. Aquella arquitectura constituía la viva imagen del poder y falta de humildad de los Estados Unidos de mitad del siglo XX. Y a Johnson le encantaba.
Una serie de edificios gigantescos de hormigón que se relacionan en bello equilibrio para conformar una acrópolis brutalista que rezuma pura testosterona texana
Bunshaft definió al expresidente como “un hombre agresivo, de gran tamaño, que había contribuido a convertir en ley importantes reformas sociales”, así que concluyó que “requería una arquitectura con cierta virilidad”. El resultado fue una serie de edificios gigantescos de hormigón que se relacionan en bello equilibrio para conformar una acrópolis brutalista que rezuma pura testosterona texana.
La biblioteca es la construcción más bonita del conjunto y la que más sorpresa causa al visitante. Desde fuera parece una aburrida caja ciega de hormigón. Sin embargo, el interior revela un vacío de diez alturas revestido en elegante travertino italiano color crema. Una escalera de mármol monumental atraviesa el espacio y dirige la vista hacia un muro cuajado con las cajas que contienen los documentos de Johnson. Ordenadas de manera exquisita y forradas de bucarán color burdeos, los sellos dorados pegados en su lomo brillan a la luz de unos focos dispuestos estratégicamente.
4. Ronald Reagan Presidential Library and Museum (Simi Valley, California)
Siguiendo el ejemplo de Thomas Jefferson, Ronald Reagan eligió un enclave privilegiado en lo alto de una colina en las afueras de Los Ángeles para su biblioteca presidencial. Una serie de pabellones bajitos de estuco rosa y teja árabe se organizan alrededor de unos jardines primorosos y se abren a las espectaculares vistas del valle. Respetuoso con el contexto arquitectónico y paisajístico de la zona, el conjunto plantea una actualización amable de las antiguas haciendas de herencia española.
A pesar de su aspecto contenido, la biblioteca de Reagan quiere ser cualquier cosa menos discreta. En la entrada, una estatua de bronce del expresidente luciendo vaqueros y botas de cowboy rememora su pasado made in Hollywood a la vez que preparan al visitante para una experiencia memorable. Allí se exhibe todo: desde la radiografía que muestra la bala que se alojó en el pecho del presidente después de su intento de asesinato en 1981, hasta la desgarradora carta que escribió cuando fue diagnosticado de Alzheimer en 1994. También se expone un enorme fragmento del Muro de Berlín, una victoria que Reagan no duda en atribuirse y que pasa por alto el hecho de que cuando cayó en 1991 el presidente era su sucesor en el cargo, George H. W. Bush.
El verdadero plato fuerte se encuentra en un edificio anexo, construido años después. En 2005, Nancy Reagan inauguró un hangar de 8.400 metros cuadrados
Sin embargo, el verdadero plato fuerte se encuentra en un edificio anexo, construido años después. En 2005, Nancy Reagan inauguró un hangar de 8.400 metros cuadrados que exhibe el avión Boeing 707 que se utilizó como Air Force One, un helicóptero VH-3 Sikorsky Sea King de la infantería de marina, la limusina presidencial del desfile de Ronald Reagan en 1984, un coche del Departamento de Policía de Los Ángeles de 1982 y un vehículo del servicio secreto. Todo un despliegue que honra al presidente que afirmó que “la política es como el mundo del espectáculo”.
5. William J. Clinton Presidential Center and Park (Little Rock, Arkansas)
Bill Clinton deseaba un edificio espléndido que le sirviera como base de operaciones en su carrera posterior a una presidencia empañada por el escándalo Lewinsky. “¿Dibujará uno de esos croquis en una servilleta como siempre hacen los arquitectos?”, preguntó el presidente con cándida impaciencia al arquitecto James Polshek después de una primera reunión en la Casa Blanca. Polshek y su estudio respondieron al encargo con un proyecto ambicioso cuyo punto de partida fue la promesa de campaña de Clinton de “construir todos juntos un puente hacia el siglo XXI”.
Polshek interpretó esta metáfora de manera casi literal, y propuso una construcción en voladizo que parece cruzar el río Arkansas. Movido por un deseo de transmitir la transparencia que no practicó en algunos momentos de su carrera, este edificio puente está construido enteramente de cristal, lo cual ofrece a los visitantes unas preciosas vistas del entorno. De hecho, el proyecto trajo consigo la renovación de una zona industrial abandonada en las afueras de Little Rock, y sirvió como catalizador para su transformación en un precioso parque con un jardín botánico, un anfiteatro y un área de juegos infantiles. Con más de 11.000 metros cuadrados de biblioteca, museo, aulas y oficinas para los trabajadores de la Clinton Foundation, se trata del edificio presidencial más grande construido hasta la fecha.
6. Barack Obama Presidential Center (Chicago, Illinois).
En mayo de 2017 Barack Obama presentó el proyecto de su propio complejo presidencial, que definió como “un pequeño viaje al ego”. Ubicado en el Jackson Park de Chicago, el plan propone un ambicioso rediseño de este parque público y contempla la creación de una plaza de bienvenida, nuevos caminos y mobiliario urbano, juegos de niños e incluso una colina para trineos. El complejo constará, además, de cuatro edificios: una torre museo de 70 metros de altura, un edificio multifuncional bautizado como Forum (tendrá “un estudio donde pueda invitar a Spike Lee a impartir talleres sobre cómo hacer películas, o a Bruce Springsteen para hablar sobre cómo grabar música que tenga un significado social”, dijo el presidente el día de la presentación), un polideportivo y una biblioteca que se integrará en la red de pública de Chicago.
La Fundación Obama digitalizará los documentos del expresidente y los ofrecerá online para democratizar su acceso y crear así lo que se anuncia como “la primera biblioteca digital”
Aunque después de tres años algunas complicaciones legales derivadas del lugar elegido han impedido siquiera fijar una fecha programada para el inicio de las obras, este centro se diferenciará de los complejos construidos anteriormente en que, en realidad, no será una biblioteca presidencial. En su lugar, la Fundación Obama digitalizará los documentos del expresidente y los ofrecerá online para democratizar su acceso y crear así lo que se anuncia como “la primera biblioteca digital”.
Llegados a este punto, uno no puede evitar preguntarse qué tendrá pensado Donald Trump para su biblioteca presidencial. ¿Será una sobria construcción neoclásica como a él le gustaría que fueran todos los edificios federales o preferirá el lujoso revival mediterráneo palaciego de Mar-a-Lago, su mansión en Palm Beach? ¿Una torre como la de Manhattan, tal vez? ¿O un condominio dorado como el Trump International Hotel de Las Vegas? Tendremos que esperar a que deje el cargo. Y viendo las encuestas de intención de voto para las próximas elecciones de noviembre, es posible que Trump ya haya llamado a algún arquitecto amigo suyo.
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