Por qué Melania Trump es mejor jardinera que Jackie Kennedy
Los críticos con la remodelación de la rosaleda en el lado oeste de la Casa Blanca hacen comparaciones imposibles con fotos del antes y después de la intervención. Esta es la verdad
La iniciativa de Melania Trump de renovar la rosaleda de la Casa Blanca ha arruinado, según los más críticos, el emblemático jardín junto al despacho oval. Los ataques dirigidos hacia la primera dama denuncian la eliminación de una decena de manzanos silvestres y de los rosales, supuestamente plantados por las esposas de los presidentes de los Estados Unidos desde 1913. Además, critican la ausencia de colorido de la reciente plantación y la instalación de un nuevo pavimento.
Los trabajos, según la propia Melania, han devuelto este jardín a su proyecto original de 1962, diseñado por Bunny Mellon durante la administración Kennedy. La realidad es que este espacio de 684 metros cuadrados, apenas ha cambiado, o al menos eso piensa la autora de All the President's Gardens (Timber Press, 2016), Marta Mcdowell, que, en diversas declaraciones a medios estadunidenses con motivo de la reinauguración de la rosaleda, ha explicado que los manzanos eliminados no son los originales.
Según la experta, los árboles han sido remplazados en tres ocasiones desde 1960, y se ha cambiando incluso la variedad plantada. Mcdowell justifica su desaparición por la sombra que proyectaban, afectando así al desarrollo y floración de los rosales, la planta protagonista del jardín presidencial. Según el comunicado oficial, los manzanos se han resguardado en los invernaderos de la Casa Blanca a la espera de ser trasladados a otra zona de los jardines.
Marta Mcdowell desmiente también que los anteriores rosales fueran plantados por las primeras damas desde 1913 y afirma que en este tiempo han sido necesariamente reemplazados al no tratarse de una planta tan longeva. Tras esta última intervención se ha mantenido una variedad plantada en honor de la primera visita a la Casa Blanca del papa Juan Pablo II en 1979, así como la JFK rose, ambas de color blanco e intenso perfume.
En los últimos días, ha circulado por redes sociales una imagen que compara el antes y el después del jardín para denunciar la pérdida de colorido que, según algunos, ha sufrido el espacio con la reforma emprendida por Melania. Se trata de un paralelismo imposible que no tiene en cuenta los cambios estacionales ni el tiempo que todo jardín necesita para prosperar. La primera de las fotografías capta un momento puntual de la rosaleda en plena primavera –posiblemente durante el gobierno de Obama– con los manzanos en flor y un parterre repleto de tulipanes en color amarillo, rojo, naranja y blanco. Los contados rosales que salpican la composición aún no han florecido. La segunda, tomada hace unos días, refleja el estado actual, a finales de verano, sin la presencia de los manzanos y lleno de rosas en tonos pastel.
Before and after photographs of newly renovated White House Rose Garden:
— Michael Beschloss (@BeschlossDC) August 22, 2020
courtesy #Getty and @marycjordan pic.twitter.com/w6bzoNHMjC
La instalación del pavimento en el perímetro de la pradera central y en paralelo a la bordura de boj ha sido otra de las actuaciones criticadas a pesar de no alterar sustancialmente el trazado original. En palabras de Melania, “estas mejoras hacen que el jardín sea completamente accesible para todos los estadounidenses, incluidos aquellos con discapacidades”.
En contra de todo lo que se ha podido leer recientemente, que trata de enfrentar las figuras de Jackeline Keneddy y Melania Trump, el Rose Garden de la Casa Blanca no fue diseñado por Jackie y ni siquiera ella fue su promotora. Fue su marido, el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, el que en 1961 encargó el rediseño de un jardín preexistente a la paisajista Rachel “Bunny” Mellon, heredera de la fortuna Listerine y amiga muy cercana del matrimonio presidencial. Tras un viaje a Francia, Inglaterra y Austria, el presidente Keneddy le trasladó el interés de tener un jardín a la altura de los que había visto en su periplo europeo. Así lo desveló la propia jardinera, autora también de la casa de verano de Jacqueline en Martha's Vineyard, el Manoir du Jonchet de Hubert de Givenchy en el Valle del Loira y la Biblioteca y Museo Presidencial John F. Kennedy en Boston.
Otras críticas, más allá de la renovada estética de este jardín de rosas, avivan las disputas entre republicanos y demócratas, utilizando el jardín como arma de confrontación en época preelectoral. Es el caso de la revista digital Slate, que considera esta actuación propia de una presidencia sin control. Muchas opiniones también apuntan a lo inoportuno del momento. El columnista del The New York Times Charles M. Blow, entre otros, cuestiona en su cuenta de Twitter que la renovación se haga en medio de una pandemia que ha matado a más de 175.000 personas.
Además, el hecho de que la reinauguración del jardín haya tenido lugar pocos días antes de que Melania Trump pronunciase en ese mismo lugar su discurso en la Convención Nacional Republicana ha sido duramente censurado al tratarse de la primera vez en la historia que se usa la Casa Blanca para actos de partido. La rosaleda situada en el ala oeste de la mansión presidencial ha sido el escenario de importantes celebraciones tanto oficiales como privadas, desde la boda de la hija del presidente Nixon, Tricia Nixon, en 1971, a multitud de cenas de estado y recepciones o las más recientes ruedas de prensa de Trump que han encontrado en este espacio abierto un lugar más seguro frente a la covid-19.
Tanto es así que este rincón ha servido para bautizar la "Rose Garden strategy" o "What is said in the Rose Garden stays in the Rose Garden" ("lo que se dice en el Rose Garden se queda en el Rose Garden"), una maniobra de reelección que consiste en centrar la actividad política en los jardines de la Casa Blanca en lugar de viajar por el país y que utilizó especialmente el presidente Carter.
El terreno al lado oeste, que anteriormente estuvo ocupado por establos, albergó a partir de 1902 un jardín colonial establecido por la entonces primera dama Edith Roosevelt. Fue Ellen Wilson, en 1913, la iniciadora de una rosaleda cuyo diseño ha sido alterado, en mayor o menor medida, durante todas las presidencias y que sufrió con los Keneddy su cambio más radical.
Esta última intervención, salvaje para unos y respetuosa para otros, ha sido financiada a través de donaciones privadas aunque no ha trascendido aún el coste total. Pese a que los más críticos han colocado a Melania Trump en el centro de la diana, la reforma se ha llevado a cabo tras un profundo estudio previo –que contempla la incidencia del sol en todas las estaciones, la hidrografía, la irrigación, la iluminación, la composición del sustrato, los caminos más utilizados dentro del jardín o las vistas desde los distintos puntos– y ha sido aprobada por el Comité para la Preservación de los Jardines de la Casa Blanca, formado recientemente bajo el liderazgo de la primera dama. El proyecto lo firman los estudios de paisajismo Perry Guillot Inc. y Oehme, van Sweden & Associates / OvS.
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