Dónde acaba la obsesión española por colorear edificios: de Okuda a Boa Mistura
Lo que comenzó con acciones efímeras y en medianeras se ha convertido para los defensores del patrimonio en un "vandalismo institucionalizado". "El problema no está en pintar, sino en la falta de criterio", dicen los expertos
Una nueva tendencia pintora de los ayuntamientos españoles ha multiplicado los encontronazos entre los murales de colores que impulsan y las asociaciones que velan por la conservación del patrimonio histórico. Los últimos ejemplos, en solo un mes, el faro de Ajo, en Cantabria, una construcción de 1930 que el artista urbano Okuda San Miguel utilizó como lienzo en blanco por encargo de Miguel Ángel Revilla, presidente de la comunidad; y el polideportivo de la Alhóndiga, obra de Miguel Fisac, que el Ayuntamiento de Getafe decidió "embellecer" con un mural a cargo del colectivo Boa Mistura. Para los expertos, lo que comenzó con acciones de revitalización de barrios en peligro de exclusión y como una apropiación del espacio público se está convirtiendo en un riesgo para el patrimonio. ¿Dónde está el límite?
Hace tiempo que el arte urbano dio el salto de la clandestinidad a la institucionalización, pero en algunos casos esto, en lugar de ordenar las intervenciones, ha dado lugar a un cambio de roles: "Lo que se está haciendo últimamente es vandalismo institucionalizado, es la administración la que permite y promueve actuaciones que son ajenas a los edificios", denuncia Ekain Jiménez, arquitecto y vocal del Colegio Oficial de Arquitectos Vasconavarro.
Como llevados por un simultáneo horror vacui, las acciones efímeras y en medianeras se han extendido a las fachadas en forma de obras permanentes. "Se está generalizando de una forma preocupante y ahora nos va a costar mucho defender la idea de que no se debe muralizar ningún edificio, salvo en circunstancias especiales", lamenta Jiménez. "Una fachada no es una medianera, es un elemento que se ha diseñado, dispuesto y ordenado según un trabajo técnico, pero también intelectual, de un arquitecto o de un equipo pluridisciplinar".
Recuerda Marta Domínguez Pérez, profesora de Sociología urbana en la Universidad Complutense de Madrid (UCM), que este tipo de murales en edificios “se empezaron a ver hace tres o cuatro años, sobre todo en barriadas de Latinoamérica como formas de apropiación del espacio público. Pero ahora veo que se está haciendo un poco de abuso, que se está pintando todo, con lo cual ya no tiene el mismo sentido. Parece que pintamos ya cualquier cosa”.
El problema no es la pintura, sino el criterio con el que se usa
De la acción social a la estrategia de marketing o, como señala José Ramón Hernández Correa, arquitecto y profesor asociado en la Universidad Rey Juan Carlos, "el buen rollo, sin preocuparse por las consecuencias". Para Nacho Padilla, experto en desarrollo de marca de ciudades y actual director creativo del Ayuntamiento de Barcelona, “a la intervención con pintura la podemos considerar una herramienta y por tanto solo podemos juzgar su bondad o maldad por el uso que se haga de ella. La falta de criterio y las razones equivocadas siempre planean a la hora de afrontar cualquier proyecto. Estas actuaciones, como resultan asequibles, tienen más probabilidades de dar lugar a decisiones precipitadas".
"En los casos en que sale mal", continúa, "me recuerda a los dramas que provocó el efecto Guggenheim cuando intentaba ser imitado sin otra consideración que la creencia en que haciendo algo parecido sucediera lo mismo. No siempre sale bien, especialmente si no se tienen en cuenta el entorno, las circunstancias o la oportunidad, si no hay un responsable con criterio y ese criterio es sustituido por cierto pensamiento mágico-desarrollista”.
La falta de criterio es precisamente lo que denuncian las asociaciones en defensa del patrimonio. Alberto Tellería, portavoz de la asociación Madrid Ciudadanía y Patrimonio, considera que el mural que el Ayuntamiento de Getafe ha encargado al colectivo Boa Mistura “es otra muestra más de la incultura de las administraciones, que desconocen la valía de los edificios que poseen y su papel en el paisaje; y una falta de respeto por parte de los autores que las realizan, que parecen despreciar a los arquitectos (tan artistas como ellos) que diseñaron las obras sobre las que actúan”.
"El valor de un edificio no reside en que satisfaga nuestro gusto"
¿Qué medidas se pueden tomar para que la arquitectura no se siga vandalizando, como dice Jiménez, por parte de las administraciones? Según José Ramón Hernández Correa, “tendría que haber un método más ágil para declarar Bien de Interés Cultural muchos edificios que merecen protección, pero las dan con cuentagotas. Además, la solución no es declarar BIC a todo edificio interesante, debería haber un mayor nivel cultural y de respeto. La Pagoda de Fisac fue demolida porque no estaba protegida. Ya podían clamar todos los arquitectos y críticos del mundo, que se tiró sin que nadie pudiera impedirlo".
Tellería concuerda en la importancia de hacer pedagogía: “Debemos insistir en la educación y en la sensibilización de la sociedad hacia un patrimonio cultural que no es nuestro (o no solo nuestro), sino que hemos recibido en usufructo con la obligación de legárselo a las próximas generaciones con el mismo o mayor valor. Su valor no estriba en que satisfaga nuestro gusto (que nos parezca más o menos bonito, o más o menos feo), sino en que expresa el gusto de la sociedad y los artistas que lo realizaron en su día, y nos permite así conocer sus intereses y aspiraciones.
Arquitectos de mi timeline: ¿qué piensan de esto? https://t.co/uITwgVpq2h
— Manuel Saga (@Sagarq_) September 6, 2020
Que un edificio nos parezca feo, que no nos guste, "no son argumentos", señala Jiménez. "Mucho menos si existe un grupo mayoritario de personas vinculadas al patrimonio construido que dicen que un determinado edificio no se debe tocar. Pero ahora se ponen en tela de juicio los argumentos razonados de los expertos. No podemos cargarnos de un plumazo toda una serie de argumentos razonados abriendo la puerta a la falsa democratización de la opinión. Al ciudadano le puede costar entender por qué un edificio debe ser protegido, y esto es lógico y tenemos que hacer pedagogía. Pero es que sobre un edificio no se debe pintar, esto como regla general. Mucho menos sobre un edificio reseñable. Mucho menos sobre un edificio catalogado”.
¿Valoran la arquitectura los muralistas?
En el caso del polideportivo de Getafe, Diego Peris, presidente de la Fundación Fisac, declara que los propios Boa Mistura le llamaron abiertos a colaborar en revertir su intervención, y reconociendo que antes de ir a pintar “no sabían dónde iban a realizar su acción”, algo que a él le parece muy preocupante. “A lo mejor se podría haber hecho una buena intervención en el pabellón, pero antes hay que pensar lo que hay debajo, hay que hablar con la gente que conoce la obra. Menos Fisac, los otros cuatro autores [del edificio] están vivos y se puede hablar con ellos.”
¿Hacen esto habitualmente los artistas urbanos? ¿Se preocupan por el sitio donde van a pintar? “Siendo sincero, la mayoría de los que pintamos en la calle comenzamos a hacerlo sin pedir permiso a nadie, y muchas veces no tenemos consideración el lugar", reconoce el artista urbano José Sentís, conocido como Pez, y que lleva pintando paredes desde 1999. "Mi objetivo es agregarle más valor al edificio y transformar el entorno a través de mi arte, pero en ningún momento se busca desprestigiar el gran trabajo de los arquitectos. Creo que, además de pedir permiso a los dueños del edificio en cuestión, en estos proyectos se debería tener en cuenta a los arquitectos ya que de alguna manera estás modificando la obra que ellos realizaron”.
Según el artista barcelonés Uri Martínez, que firma sus obras como Uriginal, “el artista llega tal día a tal hora para empezar a trabajar, y es el organizador o el ayuntamiento quien ha decidido el sitio. No hay ninguna consciencia entre la gente que pinta murales sobre este tema, aunque debería haberla”.
Kenor, otro artista barcelonés que ha pintado muros por todo el mundo, disiente de sus compañeros. “Yo soy un amante de la arquitectura y me preocupo mucho por saber dónde voy a pintar. El faro de Ajo, por ejemplo, no lo hubiera pintado, porque tiene una entidad, una historia. Para mí ya es en sí una obra de arte, como una escultura”. Sobre el polideportivo de Fisac, aunque el edificio le parece "horrible", reconoce que la acción de Boa Mistura es "criticable": "Me sorprende que no se hayan documentado porque siempre son muy respetuosos con su trabajo. Cuando me piden que vaya a pintar un edificio yo me documento, a veces hablo con los vecinos, les enseño mis dibujos… Entre los artistas que conozco sí hay esa conciencia de informarse de dónde se va a pintar".
Hacer barrio o hacer 'likes'
Kenor no habla solo de la superficie que se va a intervenir, sino también del entorno. "Hay gente que no le importa, que se suben a la grúa y no conectan con la gente del lugar, pero en general el muralista es alguien que pinta en la calle porque quiere transmitir una serie de cosas y conectar con el ciudadano, si no, no pintas en la calle, pintas un cuadro. Un mural así puede ser la obra más importante de un barrio y tiene que haber una participación ciudadana. Pintar algo así tiene una responsabilidad con el entorno muy grande".
Está claro que cuando las administraciones promueven acciones como el CI Urban Fest de Getafe o la iniciativa Titanes, que convirtió en lienzo una serie de silos monumentales de varias localidades de Ciudad Real, lo que busca es, entre otras cosas, generar un reclamo y atraer visitantes. En opinión de Ekain Jiménez, este tipo de intervenciones en el paisaje urbano “se han generalizado porque como decisión política es muy rentable. Parece que no nos podemos permitir un poco de silencio, de paramentos neutros, de muros en sus tonos originarios, que los materiales con los que se construyen los edificios y las ciudades se expresen tal y como son. Esa tranquilidad ambiental que nos parece natural en los cascos históricos es necesaria en el resto de la ciudad.”
Jiménez también critica que al final estas acciones, aunque generen repercusión, tienen un efecto bastante efímero. “El poder de la instagramización es tremendo y cada foto de un mural contendrá el hashtag de esa localidad, pero es una forma de turistificación perversa donde, otra vez, el vecino de esa ciudad es lo de menos. Un mural recién pintado tiene un efecto inmediato en las redes, aunque sospecho que esto tiene fecha de caducidad, porque la cultura visual necesita cambios de ciclo”.
“El problema es que la presunta originalidad de estas actuaciones se consume en sí misma y, a medida que se multiplican los ejemplos, pierden relevancia e interés”, añade Tellería. “Cuando todos los edificios estén pintados de colorines nos volverá a llamar la atención la belleza de una tapia encalada o el brutalismo de un muro de hormigón”.
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