La ciudad sí es para mí
La distancia social está cambiando la vida urbana. Por lo pronto, las ciudades que habían apostado por zonas verdes, transportes como la bicicleta y una vida cotidiana sin salir del barrio parecen llevar ventaja a la hora de luchar contra los contagios. A continuación, un juego de espejos entre urbes españolas y extranjeras con retos similares en sus apuestas.
LISBOA / ZARAGOZA. TODO AL VERDE
Corría 1968 cuando el canadiense Marshall McLuhan definió como “aldea global” las consecuencias de una comunicación instantánea a escala mundial. Se quedó corto. Sin embargo, también pronosticó que la telemática vaciaría las ciudades y regresaríamos al campo. No ha sido así. A pesar de que la covid-19 ha hecho redescubrir las terrazas y ha recuperado el deseo de mudarse a las afueras —que ya inspiraron los desmesurados alquileres—, se necesitarán cambios mayores para que el ruido y la contaminación no vuelvan a tapiar las terrazas. La necesidad de trasladarse a la ciudad para trabajar cuestiona la posibilidad de teletrabajar en el campo si no hacemos de la telemática la norma en lugar de la excepción. Y eso implica transformaciones radicales. Con todo, algo ya está cambiando. Hoy es la naturaleza la que regresa a la ciudad. En forma de árboles —que renuevan el aire, construyen un microclima y reducen la velocidad de la circulación—; en forma de ausencia —la paulatina pero progresiva disminución de los coches y la consecuente reducción del CO2 y del ruido—, y en forma de una lógica medioambiental que busca reponer en lugar de agotar la energía que mantiene las ciudades del mundo en funcionamiento.
Tras dos intentos fallidos, Lisboa ha conseguido ser la Capital Verde Europea 2020. ¿Se trata de un título más de marketing urbano? Juzguen ustedes. A principios de año, los lisboetas plantaron 20.000 árboles. Siguiendo el ejemplo de anteriores capitales como Estocolmo —la primera hace ahora una década—, Hamburgo, Nantes, Bristol, Copenhague o Vitoria —la única capital española que demostró en 2012 que toda su población vive a menos de 300 metros de un espacio verde—, los lusos aseguraron que al acabar el año multiplicarían por dos sus 90 kilómetros de carril bici. Afirmaron que alcanzarían los 200 kilómetros de ciclovías en un camino sin retorno hacia una movilidad no contaminante. Con todo, la capitalidad no se logra con intenciones: Lisboa tuvo que demostrar su compromiso con la sostenibilidad reduciendo, en una década, su consumo de agua en un 33%.
Algo parecido aspiran a hacer en Zaragoza. Si en la capital portuguesa ha sido la ribera del Tajo la que ha permitido dejar atrás el pasado industrial de la ciudad y recuperar paseos, vistas, zonas de ocio público y fauna; el Ebro —y sus riberas— revivió en Zaragoza tras la Exposición Universal de 2008. Ahora es en el sol, en la energía solar, la más habitualmente desperdiciada en España, donde esta ciudad busca su ahorro energético. La solar es la energía más lógica y económica en los países del sur de Europa. Así lo han entendido en una iniciativa pionera: los Barrios Solares de Zaragoza, un proyecto puesto en marcha este verano en el que, apoyados por el Ayuntamiento, los vecinos compartirán captadores de energía minimizando la inversión individual y reduciendo su factura energética. Sobre una cubierta de más de 300 metros cuadrados, los paneles acumularán la energía que los vecinos que vivan o trabajen en un perímetro inferior a medio kilómetro podrán utilizar. Más allá del ahorro energético, el objetivo es también la solidaridad vecinal, crear vínculos entre los habitantes de una zona urbana. El primer Barrio Solar —que se está constituyendo ya— reducirá el consumo energético de los particulares en un 30%. Eso será de entrada, el objetivo final es un autoconsumo colectivo y colaborativo que busca compartir y dividir la fuente de energía. La inversión colectiva es de 200.000 euros iniciales. El logro: 150 kilovatios acumulados por hora de sol.
Actualmente, y según fuentes municipales, solo el 16,8% de la energía consumida en Zaragoza es renovable. Según el Ayuntamiento, la eólica es, desde hace tres lustros, la primera fuente energética renovable de la ciudad seguida de la hidroeléctrica. La fotovoltaica tiene por lo tanto margen para crecer. Tras un intento por cambiar radicalmente de energía para 2020 (el 20% de todas las ciudades europeas debería ser ya renovable y la mayoría en España no alcanza esa cifra), la Unión Europea aceptó que la urgente transformación fuese más paulatina y estableció para 2050 el fin de las energías no renovables. En ese camino, 2030 es ahora la fecha clave. Para entonces el 35% de la energía que consumimos deberá ser renovable. Se trata de abandonar los combustibles fósiles. Los grandes monopolios energéticos están ya invirtiendo en renovables. Iniciativas como esta exigen el acuerdo y el apoyo de los ciudadanos.
PARÍS / BARCELONA. LA CIUDAD DE LOS 15 MINUTOS
Más allá del sueño americano de tener una casa en la que cortar la hierba del jardín, los suburbios residenciales han sido un mecanismo tan perfecto para la economía como cuestionable para la salud del planeta. La proliferación de los adosados consiguió vender coches masivamente y viviendas fabricadas en serie. El urbanismo que expande la ciudad y el coche han ido de la mano. Por otro lado, una política inmediatista ha permitido que los pisos céntricos alcanzaran precios impagables para la mayoría de la población. Las consecuencias de esas decisiones tienen hoy dos polos: las viviendas alejadas y el tráfico, y los centros urbanos vacíos, con pisos utilizados no como viviendas sino como bienes de inversión. Esa ausencia de vecinos ha transformado también la red de comercios de los centros, donde proliferan ahora colmados y restaurantes para turistas. Cuando los hay. La pandemia ha demostrado que, cuando desaparece el turismo, el corazón de Europa queda deshabitado.
Las alcaldesas de París y Barcelona, Anne Hidalgo y Ada Colau, tienen un objetivo en común: sanear energética y socialmente sus ciudades. Han desarrollado estrategias para frenar esa huida de las urbes a partir de dos ideas: mejorar su movilidad —eso implica hacer prohibitivo el aparcamiento— y reducir las distancias entre servicios y ciudadanos. La nueva movilidad impulsada por Hidalgo en París ha cambiado coches por bicicletas: un transporte individual a prueba de covid y a prueba de la contaminación que no supone un retroceso a vehículos individuales contaminantes. Hidalgo también ha recuperado para su mandato La Ville du Quart d’Heure, la ciudad de los 15 minutos, una idea con raíces en los barrios de siempre que fomenta la descentralización de las compras y la cultura —la educación y la sanidad llevan ventaja en ese aspecto—. La alcaldesa propone llegar andando al colegio y al trabajo. Parece una ocurrencia. Es una decisión económica, urbanística y de salud pública. Caminar reduce la obesidad. En los seis años que esta parisiense —nacida en San Fernando (Cádiz) hace 61 años— lleva en el Consistorio, los coches han pasado de realizar el 44% de los desplazamientos a ser utilizados en un 35%. París demuestra además que la peatonalización de las calles aumenta las compras en sus comercios centrales. Con su nueva movilidad, París —como Milán o Nueva York— deja claro que la covid no puede ser una excusa para que regrese el coche al centro urbano.
La ciudad del cuarto de hora tiene un eco, aunque no exacto, en las supermanzanas del equipo de la alcaldesa de Barcelona. Colau fue elegida para gestionar una ciudad con 116 kilómetros de carril bici. Hoy supera los 190 y ha prometido terminar su mandato con 308 y un compromiso: “No quedará ninguna vivienda a menos de 300 metros de una ciclovía”. Le quedan dos años para conseguirlo.
Durante décadas, los suburbios representaron la opción saludable frente a los peligros —robos y asaltos— que aguardaba en las ciudades. Cuando esos peligros menguaron, aparecieron los precios impagables y el éxodo urbano continuó en París o Barcelona, que, tras perder habitantes durante lustros, hoy mantienen una población estable gracias a los residentes extranjeros (cerca de 250.000 del total de los 1.600.000 en Barcelona). El británico William Penn diseñó la planificación de la primera gran ciudad estadounidense, Filadelfia, tras sobrevivir a la peste bubónica que acabó con un cuarto de la población de Londres en 1665 y 1666. Por eso ideó manzanas de un tamaño mayor a las de las urbes europeas. Hacer sin deshacer es el objetivo de las supermanzanas barcelonesas, una unión de bloques realizada convirtiendo las calles intermedias en paseos. En el ensanche de Cerdá hoy los coches tienen menos peso que los ciudadanos, con la consiguiente reducción de la contaminación y la velocidad y el aumento del ejercicio, el oxígeno y la vegetación.
Ahora que la covid ha amenazado la convivencia, el espacio público abierto puede actuar como amortiguador entre los vecinos. Lo sabe el médico Miguel Anxo Fernández Lores. Lleva tantos años como alcalde de Pontevedra (21) como pregonando las ventajas de devolver el espacio a los ciudadanos. En su ciudad, los automóviles ocupan un 30% del espacio público. Los peatones, el 70%. Llevan 10 años sin muertes en accidentes de tráfico.
RÍO DE JANEIRO / MÁLAGA. LA PLAYA COMO CORTAFUEGOS
Hasta que, entrado el mes de septiembre, la India le arrebató el puesto, Brasil fue, tras Estados Unidos, el segundo país del mundo en número de infectados por el coronavirus. La mayor concentración se dio en urbes tan distintas como São Paulo y Bahía, con densidades de población, urbanismos y geografías muy dispares, pero con un asunto en común: las favelas. Sabemos que la covid se ceba con los pobres fundamentalmente porque tienen menos espacio y, por lo tanto, más dificultad para guardar las distancias. También cuentan con menos recursos: un tercio de la población mundial no tiene agua corriente con la que lavarse las manos. Con un presidente negacionista —Jair Bolsonaro negó la existencia de la enfermedad— y sin subsidios sociales, en Río tienen además dificultades para trabajar en ocupaciones habituales como la venta ambulante. ¿A quién vender cuando no hay gente en la calle?
Según datos de la OMS, el 95% de los enfermos y fallecidos por coronavirus vivía en zonas urbanas densamente pobladas. Sin embargo, son muchos los urbanistas que, como el propio programa de Asentamientos Humanos de la ONU Hábitat, insisten en que mantener la densidad es clave para la movilidad, la sostenibilidad y por lo tanto la salud de las urbes del futuro. Es evidente que la densidad hay que gestionarla y esta pandemia urge a hacerlo. ¿Cómo hacer para que los asentamientos, los barrios informales y las zonas muy pobladas no sean incubadoras de enfermedades?
En Río de Janeiro se han utilizado los parques como cortafuegos. Los jardines han servido para amortiguar la densidad a partir de una condición: hacer de ellos un espacio de paso. Está prohibido sentarse, pero se aconseja el deporte y el paseo. Tras los parques, esa misma idea llegó a las playas. El pasado agosto, el alcalde, Marcelo Crivella —un ingeniero, escritor, cantante y obispo metodista de la Iglesia Universal del Reino de Dios—, prohibió regresar a las playas de Copacabana, Leblon e Ipanema. No será posible tomar el sol hasta que no exista una vacuna contra la covid. Sin embargo, las playas permanecen abiertas: la arena pasó de ser zona de baños a convertirse en una infraestructura urbana para el deporte.
Como las mejores propuestas ideadas para hacer compatible la densidad y la separación física, la de la alcaldía de Río ha puesto en marcha ideas tan sencillas como drásticas: deporte, sí; ocio, no. Si las ciudades son el marco de esta pandemia, los parques como amortiguadores víricos son una propuesta exportable. No se trata ya de embellecer las urbes ni de contribuir a la producción de oxígeno: son una vía para hacer soportable la densidad. También un jaque al sistema económico que busca rentabilizar cada metro cuadrado urbano. Hemos aprendido que construir en cada rincón de las ciudades supone, en realidad, matarlas.
El pasado marzo se cerró el acceso a las playas de Málaga como parte del confinamiento. En la desescalada se pasó de la prohibición a la organización para la prevención. Se dictaron normas —distancia mínima, aforos limitados— y se produjo una información continuamente actualizada sobre los aforos: horarios para hacer compatibles los baños, el deporte y el sol. En Torremolinos se implantó la obligatoriedad de la ducha antes y después del baño, mientras que otras playas optaron por lo contrario: la imposibilidad de ducharse. Hubo sin embargo coordinación: la Cátedra de Ciencias del Litoral de la Universidad de Málaga y la organización Turismo Costa del Sol crearon el sitio web Aforo Costa del Sol, una herramienta para conocer la ocupación de las playas y así saber a dónde ir y qué lugares evitar. Con todo, el 6 de julio —apenas un mes después de su reapertura— en la provincia de Málaga había más de 20 playas cerradas. Se clausuraban cuando la ocupación sobrepasaba el 100% del nuevo aforo limitado. Sucedió con siete playas de Nerja y con cinco de Benalmádena. En la capital, en cambio, la arena tuvo una ocupación media.
La medida drástica de prohibir tumbarse a tomar el sol, nadar y detenerse en la playa convierte el litoral, las riberas de los ríos o los grandes parques urbanos en zonas de paso, ejercicio físico y movimiento ciudadano para contrarrestar el estancamiento del confinamiento. El programa de la ONU Hábitat habla de la necesidad de respuestas globales para una pandemia global. “La próxima pandemia depende de lo que suceda en los barrios de favelas del mundo”, advierten. Río y Málaga descubren que las grandes extensiones de las playas reconvertidas en lugar de paso hacen compatible la densidad con el espacio libre para el uso ciudadano.
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