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Tribuna
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¿Por qué lo llaman préstamo cuando quieren decir donación?

La ayuda económica reembolsable y la que no lo es se pueden llegar a confundir, también por quienes son los encargados de gestionar los fondos

Kat Yukawa (Unsplash)

Emilio se queja: “Un amigo me pidió un préstamo para iniciar un negocio. Quedó en devolvérmelo a los tres meses. Al año aún no me había pagado, así que le pedí que me rembolsara el dinero. Lo hizo, pero se enfadó conmigo. He perdido un amigo… Presté dinero tratando de ayudar y obtuve resentimiento”. Emilio concluye amargamente: “Creo que cuando se piden préstamos, en realidad se esperan donaciones”.

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Dambisa Moyo, en su libro Dead Aid, compara las características de los préstamos con las de las donaciones en el mundo de la ayuda al desarrollo. Los préstamos, puesto que han de ser devueltos, inducen a los Gobiernos a utilizar los fondos con prudencia y a movilizar impuestos. Las subvenciones (donaciones), por otro lado, se consideran recursos gratuitos y, por tanto, sustituyen perfectamente los ingresos internos de un Gobierno.

Son muchos los que defienden las donaciones frente a los préstamos. Básicamente, por dos motivos. Primero, porque frecuentemente las inversiones de los países pobres precisan de mucho tiempo antes de generar los ingresos necesarios para devolver los préstamos con los que se llevaron a cabo dichas inversiones. Segundo, porque muchos países pobres se endeudan tanto con los préstamos recibidos que, al final, la devolución de los mismos les impide alcanzar sus objetivos de desarrollo.

Historia de los préstamos en ayuda al desarrollo

El total de las transferencias recibidas en el continente africano a principios de la década de 1960 ascendía a, aproximadamente, cien millones de dólares americanos.

Tras el embargo petrolero de los países árabes de 1973, los países exportadores de crudo depositaron grandes cantidades de efectivo en bancos internacionales que concedían préstamos al mundo en desarrollo. Esto alentó a muchas de las economías más pobres a endeudarse (frecuentemente con el objetivo de pagar deudas anteriores).

A finales de la década de 1970, África estaba inundada de ayuda. En total, el continente había acumulado alrededor de 36.000 millones de dólares en ayuda extranjera. El dinero extranjero no solo llegaba a África. Durante los sesenta y los setenta, Latinoamérica tomó prestadas grandes cantidades. Entre 1975 y 1982 la deuda de la región con los bancos comerciales aumentó a una tasa anual acumulada del 20,4%. Latinoamérica cuadriplicó su deuda externa de 75 billones de dólares en 1975 a más de 315 mil millones de dólares en 1983 (alcanzando así el 50% del PIB de la región).

Muchos países pobres se endeudan tanto con los préstamos recibidos que, al final, la devolución de los mismos les impide alcanzar sus objetivos de desarrollo

A finales de la década de 1980, la deuda de los países de mercados emergentes era de, al menos, casi un millón de millones de dólares. Los costes de devolución de esas obligaciones era colosal. Tanto que, en el marco de la ayuda al desarrollo y entre 1987 y 1989, los países pobres en vez de recibir, pagaron a los países ricos una media de 15.000 millones de dólares al año. Desde un punto de vista de desarrollo, esta situación era, según muchos, absurda.

En agosto del 1982, el secretario de finanzas de México informó oficialmente de que su país no podría cumplir sus obligaciones de deuda con sus acreedores bancarios. Otros países le imitaron y, solo en África, 11 países (Angola, Camerún, Congo, Costa de Marfil, Gabón, Gambia, Mozambique, Níger, Nigeria, Tanzania y Zambia) incumplieron sus obligaciones.

Durante los noventa, siempre según Dambisa Moyo, surgió la idea de que era la deuda la que frenaba a África y que si los países en desarrollo pudiesen deshacerse de esa deuda, podrían por fin alcanzar la prosperidad económica. Miles de millones de dólares de deuda fueron entonces cancelados.

Los países ricos prestaron dinero a los países pobres con la idea inicial de recibir de vuelta ese dinero. Pero, por las circunstancias anteriormente explicadas, los donantes debieron renunciar a él y lo que inicialmente era un préstamo acabó siendo, forzosamente, una donación.

La pregunta final quizás sea hasta qué punto los Gobiernos receptores perciben los préstamos y las donaciones como algo distinto. Si los préstamos se otorgan en condiciones muy favorables y además se condonan con frecuencia, estos Gobiernos pueden considerar equivalentes préstamos y donaciones.

Miguel Forcat Luque es economista por la Universidad Complutense de Madrid y trabaja para la Comisión de la Unión Europea. Este artículo no refleja necesariamente el punto de vista de la institución para la que trabaja.

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