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¿Podemos los seres humanos cambiar?

Diego Mir

Buscamos los cambios, pero también les tenemos pavor. Entonces, ¿es posible cambiar? Aunque a algunos les cuesta hasta estrenar zapatos nuevos, la vida se mueve sutilmente entre la estabilidad y la mutación.

Los tiempos de cambio evocan preguntas sobre el cambio. Valoramos el cambio, lo deseamos y le tenemos pavor. Estos días, Proteo, el dios de la mitología griega —del cual deriva el adjetivo proteo, que implica la habilidad de cambiar de forma a voluntad—, anda suelto entre nosotros bajo la configuración de un virus altamente mutable. “Se vuelve mucho más estable con la mutación”, dice la doctora Hyeryun Choe, viróloga del Departamento de Inmunología y Microbiología del Instituto Scripps en Florida. Las tragedias griegas siempre terminan con la muerte, pero para los griegos no representaban una catástrofe, sino una manera de ver las cosas, una forma de introspección y de recordarnos que no somos dioses ni somos omnipotentes. Que vivimos en constante cambio y que somos mortales.

Para muchos de nosotros hasta cambiar de zapatos resulta difícil. Sin embargo, cada día, millones de personas se configuran distintas identidades digitales o avatares para conectarse con otros o para participar en juegos virtuales. De hecho, la mutabilidad en entornos en línea es fundamental para mantener una identidad digital. Por otro lado, la capacidad de transformarse radicalmente ha sido considerada en mitos y leyendas altamente peligrosa; el hombre lobo, los vampiros o la ninfa Dafne, que para escabullirse de Apolo se metamorfoseó en un laurel, son algunos ejemplos. A pesar de que las transformaciones extremas pueden ser costosas —como la cirugía estética— o difíciles de ejecutar —como la de reasignación de sexo—, en ninguna de ellas el cambio es tan insondable como lo es el cambio psíquico.

¿Por qué se busca el cambio? ¿Cómo se causa el cambio? Una característica fundamental de la mente humana es su capacidad de cambio. Si bien el derecho a cambiar y ser autores de nuestras propias vidas es una fuente de libertad y autonomía, entonces ¿por qué nos resistimos al cambio? ¿Por qué se aferra uno a la repetición de lo que es hasta doloroso, incluso cuando parece haber motivación para cambiar y, de hecho, se ha dado el paso de buscar ayuda? Una de las razones principales es que como adultos repetimos inconscientemente —sobre todo en la esfera emocional— todas las lógicas presentes en nuestra mente de cuando éramos niños. Sigmund Freud observó que un niño que tiene una experiencia desagradable tiende a representarla y repetirla compulsivamente en su juego, llamó a este fenómeno la compulsión a la repeticióny lo identificó como uno de los principios fundamentales de su teoría del psicoanálisis.

Cuando una situación actual induce sentimientos de impotencia o soledad, activa inconscientemente en nosotros los mecanismos que se utilizaron en la infancia y provoca la compulsión a la repetición. Estos patrones se registran en el inconsciente y se repiten a lo largo de la vida. Son formas de comportamiento irresistibles, experiencias desagradables que vivimos como niños que se escapan de nuestro control consciente. Como resultado de su acción, uno se coloca deliberadamente en situaciones angustiosas, repitiendo así una vieja experiencia. Pero no lo asocia con el incidente remoto de la infancia; por el contrario, uno tiene la impresión de que la situación está completamente determinada por las circunstancias del momento.

Estas experiencias inconscientes que no han sido descodificadas —porque de niños no teníamos la capacidad para contextualizarlas—, inevitablemente se repiten, como fantasmas que retornan, dice Freud. La dificultad para cambiar no es simplemente un obstáculo a superarse por medio de consejos de cómo modificar la conducta. Con la ayuda adecuada, la repetición se va gradualmente modificando al hacerse uno consciente del mecanismo que la activa, nuevos patrones de conducta se van incorporando y el dinamismo de la mente para transformarse facilita la posibilidad de cambio. Una mente plástica encuentra el equilibrio entre la capacidad de cambio y la aptitud para permanecer igual.

Si bien es cierto que los rasgos de nuestra personalidad se perciben como relativamente estables, esto no quiere decir que sean inmutables. A pesar de que no es común que una persona enojada se vuelva paciente, ni que alguien pretensioso se vuelva humilde, es innegable que las personas cambian. En un estudio en el que se plantea la pregunta de ¿cuánto cambia la personalidad o se mantiene estable desde la escuela secundaria hasta la jubilación?, la doctora Rodica Damian de la Universidad de Houston y un grupo de colaboradores evaluaron a 1.795 personas en la adolescencia y 50 años después. Sus hallazgos concuerdan con que la personalidad tiene un componente estable a lo largo de la vida, pero que también es maleable. La continuidad y el cambio coexisten. Las personas que son más responsables a los 16 años, lo continúan siendo a los 66. Pero, en promedio, todos se vuelven más responsables, más estables emocionalmente y más abiertos a experiencias nuevas. Este estudio es el primero que se basa en la misma fuente de datos en ambos puntos temporales.

¿Cómo es posible al mismo tiempo ser uno mismo y cambiar? En su libro Identidad y cambio, los psicoanalistas León y Rebeca Grinberg proponen que la identidad es, precisamente, la capacidad de sentirse uno mismo en la sucesión de cambios a los que nos confronta la vida. El cambio implica aceptar lo desconocido, lo impredecible, y viene al encuentro una idea del poeta José Enrique Rodó (Motivos de Proteo): reformarse es vivir. —eps

David Dorenbaum es psiquiatra y psicoanalista.

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