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Nueve estrategias para educar a los niños sin gritar

Ante los chillidos, los menores llegan a experimentar impotencia, inseguridad o angustia y puede trascender a baja autoestima, ansiedad o ira

Una niña observa con miedo.
Una niña observa con miedo.Unsplash
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La tarea de ser padre es ardua. Como en El grito de Munch, los adultos pueden llegar a desesperarse y expresar ese estado anímico con sus consiguientes riesgos. “Vivimos en una sociedad acelerada, con una rutina muy estructurada y caracterizada por las prisas. Pretendemos llegar a todo. Debemos sacar adelante vida laboral, familiar y social. Y cuando tenemos hijos, las cosas se complican”, explica la psicóloga Maria Pons Obrador. Es difícil cumplir con todo y suele llegarse al límite con mayor facilidad. “Por norma general, no estallamos en el trabajo ni en nuestra vida social. Lo hacemos en un lugar seguro y de confianza: En nuestro hogar”, refiere la experta.

Al gritar o “vociferar de modo ruidoso” el niño sufre y se le inculca un modelo erróneo en cuanto a la gestión de las emociones. “Los gritos son respuestas violentas a los sentimientos mal canalizados y circunstancias del estrés”, sostiene Amparo Palacios Mellado, pediatra en el Hospital de Poniente, El Ejido (Almería). Para la profesional médica no es una buena forma de resolver los problemas y el ejemplo a los hijos es nefasto. “El receptor no solo no escucha el mensaje, sino que lo recibe como un hecho iracundo, traumático e incomprensible. El niño utilizará el enfado de un modo más recurrente”. “Gritar a los niños conlleva un sentimiento de arrepentimiento y no es forma de ejercer la autoridad”, asegura Palacios Mellado.

El estrés, agotamiento y deseo de desahogarse suelen manifestarse en una elevación del volumen y descontrol al hablar. No obstante, en demasiadas ocasiones se obvia cómo afecta a los niños. “Para empezar, hay que dejar claro que, los gritos son una forma de maltrato psicológico y por mucho que después de haberles gritado les pidamos disculpas, el daño ya está hecho. Tras eso, el niño se bloquea y no logra reaccionar”, argumenta Pons Obrador.

Llegada la adolescencia, el niño logra detectar ese tipo de maltrato y se rebela de diferentes formas, es decir, empeora ciertas conductas. “La labor del padre es escuchar y comprender lo que ocurre a su hijo, no gritarle todavía más por su comportamiento. Se entra así en un círculo tóxico y dañino para ambas partes. Para mejorar la situación, es el adulto quien debe poner de su parte. Es él quien está más preparado, tanto emocional como cognitivamente”, manifiesta Pons Obrador. Al vocear, se le está enseñando al niño que gritando será él quien gane la batalla o logre lo que ansía. “Aprende que el mejor recurso para imponer sus ideas, manifestar sus necesidades, hacerse escuchar o sentirse realizado, es el grito”, finaliza la experta.

Gritar a un niño le altera emocionalmente

Existen evidencias científicas que demuestran que los gritos a los niños causan problemas emocionales y alteran varias regiones cerebrales de un modo permanente. “El ritmo de vida desenfrenado y de ansiedad al que están sometidas muchas personas provoca que en ocasiones no se encuentren las estrategias de comunicación más acertadas”, refiere Nuria Vergara, psicóloga. Para la profesional, hay una creencia muy arraigada, sobre que el grito es un signo de autoridad y disciplina, “por esto suele concurrir un error en su uso como herramienta educativa”, declara.

El niño puede llegar a crecer sintiéndose inseguro, poco capaz y con sentimiento de culpa. “Si en pleno proceso de formación de su personalidad, sus creencias y sus capacidades, gritamos a los niños, estamos atacando directamente a su autoestima, autoconfianza y sensación de seguridad. Los gritos dejan secuelas emocionales, pudiendo afectar a la vida adulta”, afirma Pons Obrador.

Al chillar se libera energía momentáneamente y se refleja la falta de autocontrol de quien lo hace. “El grito genera miedo y activa una de las zonas más primitivas del cerebro: la amígdala, encargada de regular e integrar las emociones”, expone Vergara “Cuando esta se activa, los niños entran en modo de supervivencia, por lo que la atención disminuye y el mensaje se pierde”, prosigue.

Los niños llegan a experimentar impotencia, inseguridad o angustia y puede trascender a baja autoestima, ansiedad o ira. Según los expertos, el cerebro aprende mejor en un contexto agradable. “Los adultos, en este caso los padres, deben verse como figuras que cuidan y protegen, no que hieren, ni representan una amenaza”, enuncia la experta.

No es una opción gritar al niño

Nuria Vergara apunta una serie de pautas alternativas al uso del grito con los niños, “salvo en situaciones que supongan un peligro para él”, apostilla:

  1. Intentar averiguar el adulto, qué situaciones le llevan a desarrollar esa conducta, para procurar anteponerse a ella.
  2. Utilizar técnicas de relajación, deportes o actividades placenteras para reducir el estrés y la ansiedad.
  3. Buscar alguna técnica de autocontrol y gestión emocional. Por ejemplo, alejarse del lugar del conflicto y respirar pausadamente unos minutos. Se puede acompañar la respiración con la visualización de una imagen que inspire tranquilidad y paz.
  4. Dialogar: Aprender a comunicarse de una forma asertiva, expresando los deseos, mostrando las opiniones…, de un modo respetuoso.
  5. Mantener con el niño el contacto visual y procurar utilizar un tono de voz sosegado.
  6. Tener normas y límites bien definidos.
  7. Utilizar el refuerzo positivo para premiar conductas positivas y convenientes. No humillar ni insultar para reprender otras.
  8. Muy importante: No pretender que un niño se comporte como un adulto.
  9. Y por supuesto, amar y respetar al niño y su forma de ser.

Vergara puntualiza que: “Si se ha producido el grito, hay que responsabilizarse del acto, pedir disculpas y comprometerse a no repetirlo”. Pueden extraerse claros mensajes de todo esto: “Gritando no se extrae enseñanza alguna”. “Los gritos no son una opción para mejorar la conducta de nuestros hijos”, concluye Pons Obrador.  “Cuando se le grita al niño, no solo se evidencia que como adulto no hay capacidad de dar respuesta a una situación, sino también el equívoco aprendizaje de que todo tiene más interés, verdad y valor cuando se alza la voz”, concluye Vergara.

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