Una bodega con ventanas
El nuevo edificio para Bodegas Beronia no quiere ser un icono. Elige hablar del paisaje
Las bodegas ya no se utilizan solo para velar por la crianza del vino. Por encima del encierro, en las últimas décadas se habían convertido en reclamos visibles y entraban también por los ojos. Aunque había excepciones entre los edificios modernistas de César Martinelli o Puig i Cadafalh —y existen rutas por esos edificios— las bodegas de nueva generación se transformaron en la tarjeta de presentación de la ambición de los vinos. Por delante del olfato o el gusto, ahora son ellas las que causan la primera impresión. Esa impresión, sin embargo, se va matizando con el tiempo. Las nuevas Bodegas Beronia hablan claro —aunque no necesariamente alto—. Abriéndose al turismo —enoturismo— eluden las formas caprichosas y eligen la austeridad y el conocimiento para demostrar que su manera de cuidar el vino pasa por respetar su relación con el paisaje.
En Rueda, Valladolid, Idom firma un edificio que produce vinos blancos, los guarda y los muestra a quienes visitan las instalaciones. Quienes llegan a una bodega buscan conocer la cuna del vino y tratan de entender cómo se produce y de dónde se extrae. Por eso los arquitectos de Idom —capitaneados en este proyecto por Gonzalo Tello— eligieron emplazar su bodega en el punto más alto de la parcela: rodeada del viñedo y arropada por pinos que también construyen el paisaje.
Una bodega que habla más allá de con sus barricas es una tipología paradójica. La crianza del vino necesita oscuridad y tiempo, su cambio no se ve. El paisaje, sin embargo, cambia constantemente de manera muy visible. Y el edificio debe respetar esa tranquilidad y, al mismo tiempo, anunciar el vino. Fruto de esa paradoja, el nuevo inmueble está dentro y fuera a la vez: semienterrado en la topografía reduce su impacto visual en el paisaje, se adapta, lo cuida y consigue arraigarse en el terreno. Hay taludes ajardinados en la zona de carga que envuelven el volumen del edificio. Tello y su equipo eligieron hormigón, acero, madera y vidrio que tiene fácil mantenimiento y un envejecimiento noble. La austeridad de los materiales hace que estos parezcan surgir del suelo y también contribuyen a camuflar el inmueble. Una vez solucionadas dos necesidades distintas y el futuro del edificio, los arquitectos lo abrieron al paisaje: grandes ventanales y terrazas permiten que los visitantes entren en contacto a la vez con el vino y con los viñedos: el lugar de donde procede. Así, entrando por el punto más alto de la bodega, los turistas pueden observar a un tiempo el proceso de elaboración y el paisaje exterior desde las terrazas o en los porches que se asoman al viñedo.
Frente a los reclamos de otras décadas, es el respeto por el paisaje el que habla en esta bodega. Seis pórticos de muros y grandes vigas de hormigón salvan 10 metros de luz y placas prefabricadas de 14 metros de longitud confieren al espacio una imagen unitaria. En el interior, la zona de elaboración gira en torno a una escalera escultórica, el laboratorio, la sala de barricas y la sala de catas. Pero el respeto por el paisaje no es solo formal. Una caldera de biomasa genera el calor que necesitan las oficinas y las salas comunes —que tienen el aislamiento térmico reforzado—, el agua de lluvia se reutiliza para cisternas y el riego de jardines y el agua de proceso para, tras su depuración, regar los viñedos. El diseño ofrece protección solar pasiva y son los grandes ventanales los que consiguen iluminación natural en los espacios interiores, construyen la identidad de la bodega y unen los viñedos con el vino.
Coste por metro cuadrado, según los arquitectos: 730 euros.
Babelia
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