Jonathan Prince: el escultor que ha conquistado el mercado del arte desde una granja de Massachusetts
No tiene representante, pero sus obras de gran tamaño se han convertido en símbolos de estatus para el feliz uno por ciento
El condado de Berkshire es un área rural idílica al oeste de Massachusetts (EE UU) conocida por ser el lugar donde el escritor Philip Roth situó el encuentro entre los dos protagonistas de su famosa novela La Mancha Humana. Refugio de artistas, a medio camino entre Nueva York y Boston, es también el lugar donde el escultor Jonathan Prince (Nueva York, 1953) convirtió un establo de principios del siglo XIX en su casa-estudio.
La construcción clásica de los agricultores inmigrados desde Inglaterra a Estados Unidos pintada entera de blanco esconde en su interior una factoría de esculturas monumentales. Prince recibe desde allí a ICON Design por videoconferencia, después de que la pandemia cancelara nuestra visita a finales de marzo. "Espero que volvamos pronto a algo que se parezca un poco a la normalidad anterior", comenta resignado.
El aislamiento de la zona le ha permitido continuar con su ritmo de trabajo habitual junto a sus tres ayudantes. La obra de Prince es producto de una investigación constante de las técnicas más innovadoras de soldadura, pulido, calentamiento y manipulación del acero inoxidable. "Forzamos los límites del material para hacer una reflexión entre la perfección y el caos", describe Prince.
Entusiasta de la ciencia ficción, sus obras parecen objetos futuristas extraídos de antiguas excavaciones arqueológicas. No pretende contar una historia con ellas, sino mostrar la belleza de la imperfección. Repletas de cortes, rupturas y superficies dentelladas a golpe de martillo.
En su última exposición en septiembre de 2019, colocó tres enormes cilindros en el jardín de esculturas de la casa de subastas Christie’s en Nueva York. Bajo el título de Shatter ("hacerse añicos", en español), las piezas presentaban un exterior de aspecto oxidado por el clima y una especie de mordedura cubierta de un material que semejaba al mercurio líquido. "Todas mis piezas tienen algo roto", comenta.
Para explicar el proceso de creación, se adentra en el antiguo granero donde está el estudio. La estructura de madera esconde un hangar equipado con toda clase de maquinaria industrial que utiliza de la manera más artesanal. El acero ofrece mucha resistencia, así que primero talla las piezas, dibuja las líneas que produce la ruptura del material y por último las moldea. "Así aparece la magia del caos", dice. "Nunca sé cuál va a ser el resultado, lo que ves no es mi visión, lo que ves es lo que es", añade el artista.
En otro módulo adyacente de la casa ha instalado una galería donde exhibe las piezas terminadas. Prince no tiene representante. Trabaja directamente con arquitectos, paisajistas y coleccionistas privados que tienen espacios suficientemente grandes para adquirir sus obras de gran escala. "No es muy habitual que los artistas de piezas monumentales las fabriquen en sus estudios propios", comenta. Esa es su marca distintiva.
En un tercer edificio que conecta la casa y el estudio, ha instalado su galería personal donde exhibe las piezas terminadas. Prince no tiene representante. Trabaja directamente con arquitectos, paisajistas y coleccionistas privados con presupuesto y espacio suficientes para adquirir sus obras de gran escala. "Este tipo de obras han encontrado un mercado integrándose en los grandes proyectos inmobiliarios", comenta. Por eso, acaba de renombrar su marca como Jonathan Prince Studio.
Sus obras han estado expuestas en varios espacios públicos de Manhattan como el Hudson River Park, la plaza de Dag Hammarskjold, entre la Segunda Avenida y la calle 47, y en el jardín de esculturas del número 535 de la Avenida Madison.
Cómo una experiencia infantil puede marcar una vida
Lugares que conoce bien. Prince creció en Long Island. Hijo de un dentista, su interés por la escultura comenzó a los 10 años cuando su padre le llevó al estudio de su paciente el escultor cubista Jacques Lipchitz en Hastings-on-Hudson.
Aquel día, el artista lituano-francés trabajaba en el famoso busto de bronce de John F. Kennedy, situado en el Parque Militar de Newark (New Jersey). "Me dejó ayudarle y me quedé impactado", cuenta. Más tarde, se dejó llevar por la influencia de las líneas geométricas de Constantin Brancusi, las esculturas biomórficas de Jean Arp o las sinuosas curvas de los mármoles de Isamu Noguchi.
A pesar de aquella primera impresión, su llegada a la escultura no fue directa. Primero se convirtió en cirujano maxilofacial. Después se reinventó en productor de películas como La Peste (1993), protagonizada por William Hurt y Robert Duvall. Y creó la compañía de animación y efectos especiales Surface Space con la que llegó a ganar un premio Emmy por la escenografía digital de la serie People of the Century para la CBS.
En 1996, diseñó el HoloGlobe, una recreación digital en 3D del cambio climático que se exhibió en el Instituto Smithsoniano con el aval del entonces vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore. El pinchazo de la burbuja tecnológica de 2000 le obligó a cerrar la empresa. Fue en ese momento cuando decidió dejarlo todo y dedicarse de lleno al arte.
Su pasión por la ciencia nunca le ha abandonado. Antes de despedirse se detiene en sus últimas piezas, de menor tamaño, de la serie Liquid State ("estado líquido") fabricadas en acero inoxidable pulido con efecto espejo. Son sus experimentos con la luz y la materia. Las piezas irradian la luminosidad natural del entorno creando un movimiento de luces a su alrededor que parece mágico. "He decidido cerrar el círculo y aplicar las técnicas de fabricación científica para crear estas piezas sobre el estado líquido de la materia", concluye.
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