Descapotables, cortes de pelo y flexiones en plena calle: estas son las protestas más descabelladas contra el confinamiento
Esta pandemia no solo nos ha dado imágenes que nunca desearíamos haber visto, sino también muchas otras que jamás creíamos que veríamos. Sobre todo, en las protestas que se han dado en medio mundo
Hay gente que ante la adversidad se viene arriba. Otra que se viene abajo. Y luego está la gente que se viene sin más. Estos meses de confinamiento, pandemia, muchas dudas y casi ninguna certeza, nos han reafirmado en varias cosas que sospechábamos respecto al ser humano. Uno, que no importa lo que pase, lo grave o mundano que sea, siempre habrá alguien que tendrá algo de lo que quejarse. Dos, que no importa cuán novedoso y sin precedentes recientes sea algo, que siempre habrá alguien que ya sabe mucho de eso, que lo veía venir. Tres, que aquello de qué hay de lo mío sigue vigente para muchas personas. Siempre habrá alguien que en un confinamiento por pandemia crea que lo más importante es abrir los gimnasios. O alguien que decida pasearse por su ciudad con descapotable y megáfono lanzando proclamas contra el Gobierno. Presidentes que protestan contra sí mismos. Gente que llora por las langostas no comidas por los turistas. Esta pandemia y este confinamiento, una vez más, nos han demostrado que el ingenio del ser humano muchas veces es complicado de separar de su estupidez. Ahí van unos ejemplos.
El señor del megáfono del asiento de atrás
Saltarse el confinamiento, soltar consignas y ahorrarte las incomodidades de una manifestación callejera o de una concentración tan engorrosa como un 15-M es posible aunque no entiendas una palabra de lo que significa un movimiento transversal. Porque, ¿hay algo más transversal que soltar tus proclamas a golpe de megáfono desde el asiento trasero de un Mercedes descapotable mientras el chófer conduce pausadamente respetando todas las normas de circulación por el centro de Santander a la derecha? Los antisistema son los otros, por supuesto, aunque sea difícil saber si este ciudadano ejemplar se queja del Gobierno, de la subida del precio de la gasolina o de los reglamentos municipales que impiden la entrada en las ciudades de vehículos con más de 20 años de antigüedad. Él, con el suyo, ha dado la vuelta a España. Y sin pagar más por el impuesto de circulación.
La Muerte os sienta tan bien
En Estados Unidos es complicado encontrar un discurso único sobre cómo enfrentar la pandemia. La Casa Blanca ha llegado incluso a proponer blanquear nuestro sistema inmunológico bebiendo lejía, pero aún hay esperanza. En el paraíso del individualismo, hay individualidades como el abogado Daniel Uhlfelder, que cambió su toga por el disfraz de Parca para pasearse por las playas de Florida intentando concienciar a sus paisanos, y también a alguna reportera de la televisión, del verdadero alcance de la pandemia. La gente siguió tomando el sol sobre la arena ajena a la guadaña.
Tomar el pelo por no tomar el Capitolio
Que todos los participantes de una manifestación pacífica acudan a ella armados es bastante extraño y, sin embargo, posible. Lo demostró el gremio de peluqueros del Estado de Michigan, que el pasado 20 de mayo se plantaron delante de su Capitolio tijeras y navajas en ristre para protestar por las rigideces del confinamiento. Allí mismo se pusieron a cortar flequillos, alisar melenas y recortar bigotes y barbas. Todo ello, claro, con un relajamiento del uso de las mascarillas, pues a ver cómo arreglamos una perilla de otra forma. No hay mejor manera de saltarse las estrecheces de las normas que saltándoselas a la torera con el mejor de los peinados.
La pancarta Scrabble
El Reino Unido siempre ofrece opciones interesantes de pancarta y protesta dislocada. No hay más que recordar aquella memorable visa en una de las manifestaciones contra el Brexit que relacionaba la idea de salir de la UE con el momento en que Geri Halliwell se creyó tan grande que podía dejar las Spice Girls y acometer una carrera en solitario que disputara el reinado en el pop a la mismísima Madonna. Bien, pues, un poco por tradición y un poco por modernidad, un británico se presentó en una manifestación anticonfinamiento con una que decía: "No soy un número soy un hombre libre". Hasta aquí, más allá de las dudas sobre el mensaje, lo real y lo idóneo del mismo, todo bien. El problema es que el hombre compuso la pancarta de forma tan estrambótica que se leía todo menos eso. Era un número libre. O no era un hombre. O era un hombre número. O estaba libre de algo. Es lo que tiene intentar emular a los más jóvenes con sus carteles rumbosos cuando se te ha pasado el arroz, y sobre todo, cuando deberías haberte quedado en casa.
De rifles y chalecos
No sé cómo se verá desde dentro, pero desde fuera, queridos estadounidenses, da la impresión de que el derecho constitucional a portar armas se os ha ido de las manos hace tiempo. Que sí, que aquí nos quejamos de los cacerolos, pero eso es una minucia comparado con lo que vemos allí. Por ejemplo, estos caballeros que parecen sacados de algún videojuego posapocalíptico estuvieron entre los cientos que tomaron el capitolio del Estado de Michigan mientras los parlamentarios debatían si aprobar o no la extensión de poderes que pedía el gobernador, del partido demócrata, para luchar contra la covid-19. Contaba una de las legisladoras, mientras publicaba una foto de unos tíos en la grada de invitados armados como si fueran a cazar ciervos, que algunos colegas se habían puesto el chaleco antibalas. Por si acaso, ya saben. Llama casi más la atención que lo de los tíos con rifles que, uno: los parlamentarios de Michigan tengan chalecos antibalas. Dos: los lleven a las sesiones como quien se lleva una tartera. Tres: tengan que ponérselos en medio de la sesión. Vamos, digo yo.
El derecho a hacer flexiones
Se nos había pasado el derecho a hacer flexiones. Menos mal que estos amables ciudadanos del Estado de Florida lo reivindicaron haciendo unas cuantas, acompañadas de sentadillas y abdominales, para no descompensar, frente a un juzgado de Miami. Equipados con las banderas de rigor y carteles en los que se podía leer “Dame ganancias o dame la muerte” (ya, yo tampoco lo entiendo) y “Nosotros no cumpliremos”, pedían la inmediata apertura de los gimnasios del Estado. Porque dónde se ha visto que la clase de zumba no sea de extrema necesidad. ¿Qué es lo siguiente, prohibir los batidos de proteínas?
Bolsonaro, rebelde sin causa
Hay un tipo muy concreto de propaganda política que podríamos definir como “a calzón quitado”. O, en el caso de Manuel Fraga (ilustre representante de esta categoría), a calzón puesto, pero en aguas radiactivas. Es decir, mostrarse imperioso y arrojado, valiente, temerario. Y, como aquel manifestante que alrededor del Capitolio pedía que le tosieran en la cara con una insistencia rayana en la parafilia, los baños de multitudes-potencialmente-contagiadas de Jair Bolsonaro tienen algo de rebeldía y de furiosa afirmación vital. Gente apretujada donde debiera haber distancia de seguridad. Gente gritando sin mascarilla para que no le obliguen a llevar mascarilla. Allí le acompañaban 11 ministros y una multitud de todas las edades. Bolsonaro cogió a dos niños en brazos. En una de las imágenes, la niña va sin mascarilla, pero el presidente brasileño sí la lleva. Igual es que favorece. Sería surrealista si no fuera distópico, y sería distópico si no fuera una tragedia: con casi 30.000 fallecidos, Brasil es el país latinoamericano más castigado por la pandemia.
La langosta quiere que la visites
El pasado 14 de mayo, en una manifestación anticonfinamiento en Augusta, Maine (Estados Unidos), una mujer sostenía una pancarta con el mensaje “Maine Lobsters Need Tourists” (Las langostas de Maine necesitan turistas”). Y uno se imagina que, si hubiera nacido langosta, preferiría estar mecida por el runrún acuático de la piscifactoría en lugar de en el lobster roll de un turista, y que tendría razones suficientes para mosquearse si alguien hablara así en su nombre sin preguntarle primero. Pero no hay que hacer sangre, porque al final esto es una anécdota y nuestro comentario, un juego retórico que constata que, en medio del caos, surge la metonimia. Lo que quería decir la mujer —que el sector turístico de Maine basado en la degustación de su plato típico, la langosta, necesita turistas para sobrevivir— es una reclamación muy legítima en una época en que la gastronomía, la hostelería y sus proveedores viven momentos durísimos debido a la paralización del turismo. Ojalá las cosas mejoren y el restaurante de esta manifestante no tarde en estar lleno hasta los topes de turistas y de langostas. Sin covid-19, sin miedo y sin riesgo de contagio, claro.
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