Yogures
Todo el mundo está ansioso por la posibilidad de que la vida no arranque cuando desaparezca la pandemia; de hecho, miles de viejos se han quedado ya en la cuneta
Ayer fui al híper e hice una compra grande porque tenía crédito, del mismo modo que miles de compatriotas (signifique lo que signifique compatriota) no pudieron comprar porque carecían de él. Significa que la economía de mercado funcionó, porque la economía de mercado consiste en que unos puedan y otros no puedan. Yo ayer pude. Tengo un vecino que cada cuatro días sale a la puerta de su casa, donde logró aparcar el coche antes del confinamiento, y le da a la llave de contacto para ver si el motor se pone en marcha. Todo el mundo está ansioso por la posibilidad de que la vida no arranque cuando desaparezca la pandemia; de hecho, miles de viejos se han quedado ya en la cuneta, tirados, nunca mejor dicho, y amontonados luego en el desguace de las morgues improvisadas sobre las pistas de hielo de los templos capitalistas. Parecen los restos del motor de cuatro tiempos de las operaciones financieras a las que sirvieron de combustible.
Compré productos que necesitaba y productos que no, aunque sin saber cuáles pertenecían a una categoría o a la otra, pues lo que caracteriza a las sociedades de consumo es la ausencia de fronteras entre lo inevitable y lo accesorio. Más tarde, en la cocina, mientras ordenaba las viandas, alguien se refirió en la radio a los peligros que corría en la actual situación el orden económico. Telefoneé a la emisora para tranquilizar al analista, pero no consideraron conveniente pasarme con él. Le puse un mensaje de voz contándole que acababa de llegar del híper, etcétera. Me da pena que la gente sufra por cuestiones irreales. Comprendería la preocupación de los expertos si hubiera un sistema alternativo del que pudiéramos echar mano, pero no es el caso. Los yogures estaban a punto de caducar.
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