Europa no es un bazar
La tempestad está aquí y el tiempo es oro, y quienes emulan el ultraderechista populismo anglosajón deberían saber a estas alturas que esperar no es un programa, sino un riesgo
Tras la esperadísima cumbre del Consejo Europeo sobre la crisis económica que se avecina, se sorprendía una corresponsal en Bruselas de que no se hubieran aceptado preguntas políticas de los periodistas, tan solo técnicas. Porque cabe preguntarse: ¿Han estado a la altura los Gobiernos? Al menos sabemos —y no es poco— que la petición del ministro de Finanzas holandés de una investigación para países que, como España, no disponen de margen presupuestario después de años de bonanza, le pareció al portugués Antonio Costas sencillamente “repugnante”. Las declaraciones y la visión nacionalista del halcón hanseático fueron secundadas más suavemente por la Alemania de nuestra idolatrada Merkel, y muestran de nuevo que el origen del bloqueo es la insolidaridad. Como leíamos en Die Zeit, una comunidad que deja caer a sus miembros en el momento de mayor necesidad no merece tal nombre. Lo que define a una comunidad son, precisamente, sus lazos de solidaridad.
Parecería que la línea de fractura entre las capitales europeas es la de siempre: los ricos aislándose ante el dolor ajeno, siguiendo a pies juntillas su rigorismo económico ordoliberal con tufillo a supremacismo calvinista. Y es paradójico que quienes piden expresamente a sus ancianos que no acudan a los hospitales y se queden a morir en casa hablen de la teoría del “riesgo moral” ante una respuesta conjunta a una pandemia que va dejando miles de muertos en todo el continente. Sin embargo, algo ha cambiado. El combate no es entre un norte pudiente y el paupérrimo sur. La reciente carta al presidente del Consejo Europeo firmada por nueve líderes europeos representa a la mitad de la población de la UE, a sus tres familias políticas más numerosas —socialistas, liberales y populares— y a tres de los cuatro países grandes: Francia, Italia y España, sin contar a Grecia, Portugal, la opulenta Luxemburgo o la poco endeudada Irlanda.
El desgarro, hoy, es existencial, y retrata con elocuencia a quienes apuestan por la búsqueda conjunta de un plan de estímulo europeo, mostrando ambición en pos de la integración, frente a quienes piensan que la UE es un mercado único y solo un mercado. ¿Bazar o comunidad política? He ahí el hamletiano dilema. Lo paradójico es que creíamos haberlo resuelto al apostar por una moneda única a la que tocaba dotar de instrumentos, precisamente, para no ahondar en divisiones cuando llegase la tormenta. Pues bien: la tempestad ya está aquí y el tiempo es oro, y quienes emulan el ultraderechista populismo anglosajón deberían saber a estas alturas que esperar no es un programa, sino un riesgo. Porque sería dramático que, con su actitud, hicieran finalmente cierta la máxima de Borges: “No nos une el amor, sino el espanto”.
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