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Cómo no enfrentarse a un famoso: historia de ocho desastres en directo

Desde ir al estudio borracho hasta que te confundan con otra persona. Ben Affleck, Mark Wahlberg o Cara Delevingne son algunos de los protagonistas de los momentos en plató más sonrojantes de la historia

Cara Delevigne, enfadada porque la han vuelto a llamar Carla o porque le han vuelto a poner el micro torcido.
Cara Delevigne, enfadada porque la han vuelto a llamar Carla o porque le han vuelto a poner el micro torcido.Getty
Miquel Echarri

¿Quién no ha tenido un mal día en la oficina? Un día de furia, de delirio o de resaca, de llegar al trabajo sin haber dormido o en condiciones lamentables, echando a perder en un instante la buena fama acumulada en años de esfuerzo sin mácula. Charlie Sheen daba no hace mucho gracias al cielo por ser actor y no cirujano o controlador aéreo, ya que así había podido permitirse “ir de vez en cuando al trabajo borracho o drogado sin por ello poner en peligro la vida de nadie”. Para los que trabajan en los medios de comunicación o acuden a ellos para promocionar su trabajo, un mal día en la oficina, un bochorno televisado en riguroso directo, puede no ser cuestión de vida o muerte, pero sí sinónimo de despido fulminante, de pérdida de patrocinadores, de audiencia o de esos capitales intangibles que son el prestigio profesional o la buena fama. Ahí van varios casos de profesionales que se buscaron la ruina porque estaban ya demasiado de vuelta de todo o porque olvidaron por un instante que la televisión (o la radio) las carga el diablo.

 Frédéric Beigbeder recién llegado de Montana

Frédéric Beigbeder, apurado porque si no cierran pronto el bar llega tarde al curro.
Frédéric Beigbeder, apurado porque si no cierran pronto el bar llega tarde al curro.Getty

Una de hedonismo desquiciado y de sentido del humor marciano. El escritor francés, que presenta estos días la edición española de su novela Una vida sin fin, consiguió que sus peores días en la oficina fuesen también los mejores. Colaborador durante años de un programa matinal de la emisora de radio France Inter, Beigbeder triunfó con una crónica literaria en riguroso directo, con frecuencia improvisada, que nunca resultaba tan divertida como cuando rozaba la vergüenza ajena. Cuando, fiel al estilo de vida salvaje que llevaba aún por entonces, llegaba al estudio trasnochado y en condiciones lamentables, lo bordaba. Su obra maestra se produjo el 8 de septiembre de 2016, el día en que, según contó a sus oyentes, se presentó en la emisora eufórico y “recién salido de Montana, no el estado perdido de América, sino una discoteca parisina que abre hasta muy, muy tarde”. En tres minutos de auténtico néctar radiofónico que pueden verse en YouTube, el escritor bailó, roncó, disertó y deliró de forma tan deliciosa como incoherente ante la hilaridad desatada de sus compañeros de programa. Y no, no se buscó la ruina. Beigbeder siguió con su sección matinal hasta noviembre de 2018, momento en que se despidió de la audiencia con, según dijo, “un discurso que he tenido que improvisar sobre la marcha porque lo traía en mi ordenador portátil pero aquí nadie tiene cargador de Mac”. Se fue dejando para el recuerdo perlas de incorrección política tan notables como la frase “Emmanuel Macron es mejor que una raya de cocaína”.

 Cara Delevingne con pocas horas de sueño

Cara Delevigne, víctima de otra broma que no hace gracia.
Cara Delevigne, víctima de otra broma que no hace gracia.Getty

La modelo inglesa perdió los papeles, pero tiene circunstancias atenuantes muy sólidas. Acudió a un plató con la guardia baja y le tocó padecer una de las entrevistas más absurdas e incómodas de la historia de la televisión. Pongámonos por un momento en su piel. Delevingne, que en 2015 tenía 23 años, lleva ya tres semanas promocionando Ciudades de papel, la primera película de Hollywood que protagonizaba, un paso que se prevé decisivo en su incipiente carrera como actriz. Entra en directo a las nueve de la mañana en un informativo local, Good Day Sacramento. Según confiesa, ha dormido apenas un par de horas. Tiene buen aspecto, pero parece algo más tensa de lo habitual. La entrevista dura apenas un par de minutos y es un completo despropósito. La conductora del programa y sus tertulianos la llaman ‘Carla’, le hacen preguntas entre rutinarias y ridículas, se mofan sin apenas disimulo de su acento británico, dan por supuesto que no se habrá leído el libo en que se basa la película e incluso insinúan que, tratándose de una modelo y juerguista contumaz como ella, apenas habrá tenido tiempo para preparar el papel. Cara parece más incómoda cada segundo que pasa, pero aún así intenta quitarle hierro al asunto con una broma mal calibrada (humor británico, ya saben) y que cae en saco roto. “No pareces muy entusiasmada por la película que has venido a promocionar”, le dicen en un torpe intento de reconducir lo que ya no tiene remedio. “Bueno, será el cansancio. Pero sí, la película me entusiasma y ser actriz es mi pasión desde que era una niña”. “Entonces puede que el problema seamos nosotros”. “Sí, sois vosotros”. A Cara se le congela la sonrisa. Frunce el ceño, murmura un par de insultos apenas audibles y corta la conexión. “Vaya, estaba de mal humor”, zanja la presentadora entre las risas un tanto culpables de sus adláteres. Pocos minutos después, Cara escribe sobre el incidente en las redes sociales. Reconoce que ha perdido los nervios, pero echa la culpa a la actitud machista, antibritánica y desconsiderada de sus interlocutores. Por supuesto, la promoción de Ciudades de papel ha acabado para ella. Días después, la periodista cultural Jennifer Swann da la clave en una tertulia: “Incluso una diva arrogante como Julia Roberts entiende que no importa lo estúpidos o lo impertinentes que sean tus entrevistadores. Una actriz de Hollywood es la embajadora de la industria cultural más poderosa del mundo y nunca debe perder ni los nervios ni la sonrisa. Cara Delevingne, como buena joven inglesa educada más en el sarcasmo que en la diplomacia, no quiso o no supo entenderlo”.

Sam Rubin entrevistando a Samuel L. Jackson

Sam Rubin, un periodista de raza. Blanca, por supuesto.
Sam Rubin, un periodista de raza. Blanca, por supuesto.Getty

Esta vez, la ruina se la buscó el tipo que hacía la entrevista. Hablamos del veterano periodista Sam Rubin, conductor del programa KTLA Morning News. No perdió su trabajo, pero sí fue objeto de mofa, befa y escarnio universales por presentarse a la oficina sin haber hecho los deberes. Samuel L. Jackson conectó en directo con el programa de Rubin para promocionar el estreno de Robocop en febrero de 2014. Primera pregunta para el actor de Washington DC: “¿Qué te parece la enorme repercusión que está teniendo tu anuncio de la Super Bowl?”. Silencio gélido. “¿De qué anuncio me hablas?”, responde Jackson con cara de póker. Y a continuación, ante el avergonzado estupor de Rubin, el hombre que citaba pasajes de la Biblia antes de acribillar a sus víctimas en Pulp Fiction se embarca en una violenta diatriba: “¡Yo no soy Lawrence Fishburne! ¡No todos los negros somos iguales! Lawrence y yo ni siquiera nos parecemos. Los dos somos negros y famosos, pero no nos parecemos, Sam. Seguro que no confundes a unos actores blancos con otros, ¿verdad que no? Hay al menos tres negros famosos que se dedican a esto. Uno es Lawrence Fishburne, y ese no soy yo, otro Morgan Freeman, que tampoco soy yo, y el tercero es Samuel L. Jackson, el tipo que ha venido hoy a tu programa a hablar de Robocop, colega”. Uno de los invitados presentes en el plató intenta echar un capote diciéndole a Jackson, en tono jocoso: “Seguro que te ha confundido con Bob Dylan”. Pero el actor ha olido la sangre y no está dispuesto a soltar su presa sin darle al menos otro par de dentelladas justicieras. Mientras Rubin se deshace en excusas, se abofetea e intenta infructuosamente cambiar de tema, un Jackson desatado hunde aún más el colmillo en sus carnes y le acusa de ser un pésimo profesional, un ignorante, un miope y un racista. “Me cebé con él”, reconocería el intérprete unas semanas más tarde, “pero qué queréis que os diga, la falta de profesionalidad me saca de quicio”.

 Chris Parente pasándose de gracioso con Kristen Wiig

Chris Parente, levantando la mano cuando alguien pregunta quién ha visto a Kristen Wiig desnuda.
Chris Parente, levantando la mano cuando alguien pregunta quién ha visto a Kristen Wiig desnuda.Getty

La pregunta más impertinente recibió la respuesta más cruel. En septiembre de 2014, Kristen Wiig y Bill Hader concedieron una entrevista a un informativo local de Denver para promocionar su último estreno, The Skeleton twins. El conductor del programa, Chris Parente, quiso arrancar con una pregunta de premio Pulitzer, una obra maestra del periodismo hilarante a la par que inquisitivo: “Me estoy planteando dar las noticias desnudo para ver si así mejora la audiencia. Kristen, tú que haces un desnudo integral en la película, ¿qué piensas? ¿Me lo recomiendas?” Wiig y Hader cruzan una mirada cómplice, empiezan a reír de manera compulsiva y a duras penas consiguen explicarle a un abochornado Parente que ese desnudo del que habla es “en otra película”. “En esta salimos los dos vestidos”, dice Hader. “Mira, te explico: es The Skeleton twins, tienes el cartel ahí detrás. Es una comedia romántica, sin desnudos, una película familiar, dulce y amable…”. “Y una película que tú, Chris, no has visto”, remata Wiig en un alarde de jocosa crueldad que deja al pobre Parente hecho añicos. “¡Iré a verla cuando se estrene en Denver, lo prometo! Dios mío, esto es el fin de mi carrera”, bromea el periodista en un intento de salvar algún que otro mueble encajando los golpes de sus invitados con elegancia. Parente no fue despedido, pero años después aún recordaba el del no-desnudo de Kristen Wiig como uno de los momentos más bochornosos de su trayectoria profesional: “La gente me lo recuerda una y otra vez. ¿Qué puedo decir? Llevo un montón de años dedicándome a esto, pero ese minuto fatídico todavía me persigue”.

 Ben Affleck jugando a seducir a su entrevistadora

Bem Affleck, con esa cara de ver el pasado propio como envuelto una extraña bruma.
Bem Affleck, con esa cara de ver el pasado propio como envuelto una extraña bruma.Getty

Affleck tiene la inmensa suerte de que esta entrevista pasease relativamente desapercibida en su momento, allá por 2004. Y la enorme desgracia de que los internautas la recuperasen en 2017, en plena eclosión del movimiento #MeToo. Affleck acudió a un programa de televisión canadiense para promocionar su película Jersey Girl. Por entonces, el actor de Boston se había sometido ya a dos curas de desintoxicación para superar sus problemas con el alcohol, pero ese día, según la conductora del programa, Anne-Marie Losique, se presentó sobrio o al menos “no visiblemente embriagado”. El caso es que Losique proponía a sus invitados entrevistas “íntimas y poco convencionales” y la de Affleck se planteó desde el principio como un juego de seducción latente al que el actor se prestó, pero que acabaría yéndosele de las manos. Ben sentó a la presentadora en su regazo, empezó a abrazarla y acariciarla, elogió su escote, le dijo que tendría mucha más audiencia si mostrase los pechos… Entre bromas de dudoso gusto y continuas alusiones sexuales, Affleck dejó caer un comentario del todo incompatible con los actuales estándares de corrección política. “A ver si al final voy a acabar pareciendo un retrasado mental”. La entrevista fue recuperada 13 años más tarde, muy poco después de que el actor expresase su asco y su repulsa por los escándalos sexuales de su antiguo jefe, el infame productor Harvey Weinstrein, y se solidarizase con sus víctimas. Las redes empezaron a tildarle de acosador y de hipócrita basándose, sobre todo, en esas imágenes rescatadas del baúl de los recuerdos. La propia Losique quiso puntualizar en una entrevista con Hollywood Reporter que aquello “no fue ni por asomo un acto de acoso sexual” y que no debe interpretarse fuera de contexto. “No pongo la mano en el fuego por Ben Affleck. Sé que se le han atribuido comportamientos sexistas en el pasado y sobre eso no tengo ninguna opinión, porque no conozco las circunstancias. Pero quiero dejar muy claro que el día que le entrevisté en mi programa no se comportó de manera inapropiada. Le propusimos que entrase en nuestro juego e hiciese un papel, y él se limitó a hacerlo”. Pese a todo, el veredicto de las redes sociales fue muy diferente.

Fernando Arrabal confundiendo el chinchón con agua del grifo

Fernando Arrabal. Y poco más que decir, la verdad.
Fernando Arrabal. Y poco más que decir, la verdad.Getty

Una de los mejores momentos de la prehistoria de la televisión española. El 5 de octubre de 1989, Fernando Arrabal fue a El mundo por montera, el programa literatio de Fernando Sánchez-Dragó, a hablar de milenarismo. Es decir, de las corrientes místicas que profetizan el fin del mundo. El escritor nacido en Melilla se tomó un par de vasos de chinchón y, sí, se puso el mundo por montera. En lo que parecía ser una fase muy avanzada de delirio etílico, Arrabal acusó a sus contertulios de borrachos y empezó a encadenar frases desquiciadas: “El apocalipsis son las elucubraciones de los descontentos y los soñadores. Yo represento a la minoría silenciosa. ¡Déjenme hablar! Nosotros somos anarquistas divinos. Newton fue el hombre más inteligente de la humanidad. Yo diría que más inteligente que Aristóteles, pero no más que yo”. Se descalzó, se quitó los calcetines, se remangó los pantalones, rodó por los suelos en un espasmódico intento de sentarse sobre una mesa en la posición de la flor de loto y no acabó descalabrándose porque otro de los invitados, el escritor y científico Antonio López Campillo (santo varón) estuvo al quite y se convirtió en su ángel de la guarda. ¿Se buscó Arrabal la ruina? Por supuesto que no. Pero no deja de ser paradójico que a un intelectual de su talla, alumno aventajado de la élite surrealista, fundador del Grupo Pánico junto a Roland Topor y Alejandro Jodorowsky, se le recuerde sobre todo por el día en que una sobredosis de chinchón le convirtió en un disparatado charlatán de feria. Pero bueno, a él nunca ha parecido importarle.

Mark Wahlberg bebiéndose todo lo que su anfitrión le sirve

Mark Wahlberg nos recuerda que a la tercera copa de vino es más que probable que se empiecen a decir sandeces.
Mark Wahlberg nos recuerda que a la tercera copa de vino es más que probable que se empiecen a decir sandeces.Getty

Pocas decisiones pueden resultar tan calamitosas como fue la de mandar a Mark Wahlberg al programa del humorista irlandés Graham Norton. En primavera de 2013, Wahlberg tenía una película que promocionar (Broken City, de la que no pudo decir más que un par de frases), pero el show en la BBC de Norton, un hombre que hacía que sus invitados bebiesen una copa de vino tras otra para, según decía, que “pierdan la rigidez y se dejen ir”, no era el lugar más adecuado para hacerlo. Con antecedentes penales y todo un historial de comportamiento compulsivo y adicciones a sustancias diversas, el actor estadounidense perdió toda inhibición gracias a las copas que le sirvieron en el plató y las que ya traía de casa. Su última frase lúcida fue: “Graham, no entiendo esta fórmula: darle de beber a los invitados es la receta del desastre”. A partir de ahí, monopolizó el programa con sus balbuceos y ocurrencias delirantes, interrumpió una y otra vez al resto de invitados, habló de política con un nivel de coherencia ni siquiera a la altura del de Donald Trump y le faltó al respeto a todo el mundo. Hacia el final de ese largo suplicio en que se convirtió el programa, ya con los ojos vidriosos y el acento aguardentoso, Wahlberg intentó propasarse con la actriz Sarah Silverman mientras ella rechazaba sus avances poniendo cara de paisaje. Imaginen cómo sería aquello, que incluso su hermano, Donnie Wahlberg, reconoció su bochorno en las redes y se sintió obligado a pedir perdón en nombre de la familia.

Serge Gainsbourg expresando su admiración profesional por Whitney Houston

Serge Gainsbourg haciendo de Serge Gainsbourg. Ni se le ocurra intentar imitarlo.
Serge Gainsbourg haciendo de Serge Gainsbourg. Ni se le ocurra intentar imitarlo.Getty

Compositor e intérprete genial, Gainsbourg fue también un bebedor impenitente y un infatigable coleccionista de momentos embarazosos. Cuesta elegir el escándalo más sonado de un hombre que osó profanar la Marsellesa, que grabó a su esposa fingiendo un orgasmo, que llegó a grabar un vídeo en el que se sugería una relación incestuosa con su hija Charlotte, de solo 12 años, que insultó en directo a los tertulianos del respetadísimo programa literario de Bernard Pivot o que quemó en televisión un billete de 500 francos para protestar por las subidas de impuestos. Pero si hubo un momento en que Gainsbourg perdió sin lugar a dudas la condición de provocador sublime para revelarse como un borracho patético, ese fue la entrevista de 1986 en la que se propasó con una jovencísima Whitney Houston. Según explica Felipe Cabrerizo en su biografía de Gainsboug Elefantes rosas, Serge llegó al plató sobrio, pero se puso a beber compulsivamente en el par de horas anteriores a su salida al escenario. El conductor del programa, su amigo Michel Drucker, le había prometido que le presentaría a Houston en directo. Lo hizo, y un Gainsbourg rijoso y faltón dejó petrificada a la cantante estadounidense con una frase que sonó como una pedrada: “Quiero follarte”.

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Sobre la firma

Miquel Echarri
Periodista especializado en cultura, ocio y tendencias. Empezó a colaborar con EL PAÍS en 2004. Ha sido director de las revistas Primera Línea, Cinevisión y PC Juegos y jugadores y coordinador de la edición española de PORT Magazine. También es profesor de Historia del cine y análisis fílmico.

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