Termitas
No sé qué guardamos dentro del armario de la monarquía, pero algo muy oscuro o muy nuestro debe de ser cuando no nos decidimos a llevarla al trastero
Querido diario de la peste: la realidad funciona a vapor, como las locomotoras primitivas. Cuando la presión aumenta, se abre una válvula. Esta semana, la primera del encierro, abrieron la de la renuncia simbólica de Felipe VI a la herencia podrida de su padre. Nuestros maquinistas creen que las noticias morbosas alivian la claustrofobia de la población, aislada por lo general en viviendas con menos metros cuadrados que las banderas de la patria que ondean en las fachadas de los edificios oficiales. Hay inquietud por la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo y el pánico consiguiente de no llegar a fin de mes. El futuro se presenta como un monstruo japonés posnuclear a punto de romper sus ataduras. Los niños, presos entre cuatro paredes, no agotan sus energías y tardan en dormirse.
Pero no sé si han tocado la válvula adecuada. Libera un gas fétido que no disminuye sin embargo la presión de la caldera. La gente ha recibido la noticia como si perteneciera a una realidad paralela. Hemos aceptado para lo bueno y para lo malo que la monarquía esté ahí como el mueble viejo del pasillo con el que siempre tropezamos. ¡Qué pereza moverlo! ¡Qué pereza mover la monarquía! Dejémosla estar, pues, pero Felipe VI podría ahorrarse discursos de Navidad como el del miércoles. No cuelan, Majestad: vivimos en planetas diferentes.
En el mueble del pasillo, comido por la polilla, conservamos la vieja colección de discos de vinilo que en el futuro podría valer algún dinero. No sé qué guardamos dentro del armario de la monarquía, pero algo muy oscuro o muy nuestro debe de ser cuando, pese a su historial de escándalos, no nos decidimos a llevarla al trastero. Acabarán con ella las termitas antes que un decreto.
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