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Entrevista

“Las esclavas afroamericanas tuvieron dinero antes que los hombres”

La antropóloga cubana Aída Bueno estrena el corto 'Guillermina', en el que indaga sobre el origen del racismo y sigue las huellas de mujeres libres afrodescendientes en Brasil en los siglos XVIII y XIX

La antropóloga Aída Bueno, en su visita a Madrid.
La antropóloga Aída Bueno, en su visita a Madrid. Shirley Reynozo
Analía Iglesias

Podría decirse que Aída E. Bueno Sarduy sabe del encuentro interreligioso desde el salón de su propia casa de infancia. La religión cristiana evangelista profesada públicamente por su madre se unía, entonces, a los relatos de la santería íntima de la familia del padre. Y esto, que entre afrodescendientes podría resultar apenas una rica anécdota de vida y espiritualidad, en la Cuba del laicismo a ultranza le jugó una mala pasada. Explica Aída que la condición de adventista del Séptimo Día de su madre la dejó fuera de la universidad, en su país, y ese impedimento la trajo a España, con 22 años, a pedir el estatuto de refugiada política para poder estudiar Antropología en la Universidad Complutense de Madrid, en 1992.

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El paso natural fue seguir especializándose en Relaciones Interétnicas y Cultura Negra, en la Universidad Cándido Méndez de Río de Janeiro, en Brasil, e indagando luego en la herencia de los descendientes de esclavos y sus prácticas libertarias, en especial, las de las mujeres. Así lo cuenta un rato antes de su conferencia, el 25 de febrero en La Casa Encendida de Madrid, bajo el título Referencias biográficas para un feminismo afrocentrado.

En esa sesión —que, además, contaba con el auspicio de la Asociación de Mujeres de Guatemala (AMG)— la hoy profesora de la New York University, de Stanford y de la Boston University, entre otras, presentó su cortometraje Guillermina, montado a partir de imágenes de animación y fotografías de archivo de su trabajo de campo. Esta película es la primera de una serie en la que pretende mostrar las acciones de libertad de otras mujeres, halladas en los documentos de los litigios que mantuvieron con la justicia, para autocomprarse, durante los siglos XVIII y XIX, en Pernambuco, Brasil.

Pregunta. La artista sudafricana Miriam Makeba cuenta en su autobiografía que, cuando fue a visitar a su amigo Fidel Castro, llevó a su nieto Lumumba Lee, advirtiéndole que iban a ver a un revolucionario, y que al entrar al despacho de Fidel, el niño dijo: “¿Cómo puede ser revolucionario si es blanco?”. ¿Piensa usted también que la Revolución cubana fue demasiado blanca?

Respuesta. Los cubanos sabemos que el racismo en Cuba solo quedó tocado en la parte institucional. Pero en la vida cotidiana, el racismo ha coexistido con la Revolución y con las estructuras del Partido Comunista. No solo el racismo, sino la discriminación contra las mujeres. El partido es muy masculino, también. En ese sentido, no nos enseñó mucho la Revolución.

P. ¿Ha cambiado algo con el paso del tiempo?

R. No sigo al detalle las cuestiones políticas que han ocurrido últimamente, pero siempre que voy a Cuba, porque mi relación con mi país nunca se ha deteriorado, me encuentro con que la mayoría de las personas detenidas y a quienes les piden su carnet de identidad son negros, que la vigilancia policial está enfocada en nosotros, que quienes siguen viviendo en las casas más precarias son de la población negra, y eso no se ha alterado. Lo que pasa es que en Cuba no se ha permitido hablar de esto abiertamente, ni antes ni ahora. Es una enorme contradicción con la que hemos tenido que vivir por tantísimo tiempo, y con muy pocas oportunidades de denunciarlo. Aunque esto está ahí, casi entrando de soslayo, sutilmente, por la puerta de atrás, en el cine; por caso, en las películas de Sara Gómez.

P. En el otro asunto, el de los cultos religiosos, sí parece haber habido una apertura, al menos hacia estudios etnológicos sobre los ritos de los afrodescendientes. ¿Qué piensa?

R. Cuba ahora es tolerante con las religiones, pero tuvo una época implacable con todo lo que era religioso. En el caso de los rituales de origen yoruba siempre hubo algo de permisividad, porque son religiones que funcionan en el ámbito doméstico; no hay iglesias yorubas. Las familias que las han practicado han tenido los altares en las salas de su casa. Por ejemplo, en la nuestra, porque la familia de mi padre es de santeros, paleros, y espiritistas… Los ritos son bantúes, vienen de Congo, del País Yoruba o de Angola. Y mi objeto de estudio ha sido el liderazgo de las mujeres afrodescendientes (las afrobrasileñas, en particular, y más concretamente, en Recife). Viví nueve años en Brasil y allí visité todos los grandes terreiros que son liderados por mujeres. Cuando entro a los terreiros de candomblé, entro a la casa de mis abuelas y mis bisabuelos: reconozco todo lo que veo. Y todo es igual a Cuba, pero hablado en portugués y con toques de santos más potentes. En ese mundo afro me siento reconfortada.

La mayoría de las personas detenidas en Cuba y a quienes les piden su carnet de identidad son negros

P. ¿Nos explica qué es exactamente un terreiro de candomblé?

R. Es el lugar donde se rinde culto a los orishas. Muchos de esos terreiros fueron comprados por mujeres porque fueron ellas las primeras que tuvieron dinero para comprar propiedades. Es decir, las esclavas tuvieron dinero antes que los hombres, porque durante la esclavitud y, después, gozaron de prestigio como cuidadoras. Las esclavas domésticas solían obtener su libertad antes que ellos, porque ahorraban, gracias a los regalos (vestidos y joyas) que recibían de las familias de los niños que habían criado. Es que muchas de ellas habían amamantado a hombres poderosos, e iban guardando dinero para un día comprar su libertad. Cuando tenían esa posibilidad, adquirían un terreno, y allí nacía un candomblé, o una casa comunitaria, donde convive la familia de santo. Se trata de otra estructura familiar en la que confluyen los iniciados en la religión, que son “hermanos de barco” (expresión que alude a quienes se inician el mismo día). Las religiones africanas son muy ritualistas y, en ellas, la precedencia y el orden de llegada tienen una gran relevancia, incluso en el nombre que se da a los “hermanos”. Es muy común que en este mundo la gente hable de parientes que no son biológicos.

P. ¿De ahí el germen de su cortometraje Guillermina, que es el cuentito de devoción de un niño blanco por su criada?

Cartel del cortometraje 'Guillermina'.
Cartel del cortometraje 'Guillermina'.

R. Así es. Yo acepto el cuentito del niño blanco, con el amor que el protagonista me lo transmite, pero no me quedo allí, porque hay muchas otras guillerminas que no tuvieron la vida que él cuenta de esa niñera en particular; por eso, voy de esa Guillermina Dueñas (que, por lo que él me cuenta, fue querida en su casa) hacia otras guillerminas que no tuvieron ese tratamiento… Porque incluso hubo niños esclavizados que fueron comprados y arrebatados a sus madres. Lo que hago es partir de ese amor de niño (y le doy un minuto y medio de los diecisiete que dura el corto) e irme a otro lugar que entronca con lo que enseño en mis clases, donde pongo en cuestión esto de que el racismo viene de no conocer al otro. Porque esto es una falsedad, ¿cómo no iban a conocer los blancos a sus esclavos, si vivían en sus casas?

P. Entonces, ¿cómo se deconstruye el racismo?

R. Cuando llegas a un entendimiento —que no requiere la intimidad ni el conocimiento personal— de que todos los seres humanos son dueños absolutos de su dignidad.

P. ¿Qué le pareció Roma, la película mexicana a la que se criticó justamente por dulcificar la historia de la empleada doméstica sin vida propia?

R. No vi Roma intencionadamente, porque estaba haciendo Guillermina y no quise contaminarme con nada parecido. De hecho, la segunda pieza del proyecto cinematográfico se centrará en una mujer que, veinte años después de haber comprado su libertad, aparece en el testamento de su exdueño y vienen a buscarla para volver a esclavizarla. Se llama Ana Borgés. Y quiero escribir también sobre esto, con la confianza de que alguna vez los libros hablen de la esclavitud como se debe.

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Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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