La moda es política
Las marcas y el público piensan en clave ética, inclusiva y ecológica, en un claro proceso hacia la politización de la moda
La moda, una institución nacida a finales de la Edad Media, surgió con vocación lúdica y estética. En este sentido, nació como una institución apolítica. ¿Qué ha cambiado desde entonces?
A partir del siglo XIX, la vestimenta y el aspecto se han utilizado para expresar ideas políticas y sociales: la barba y el pelo largo de los jóvenes bohemios y de los poetas románticos, y más tarde, en la década de 1960, los atuendos inconformistas de los jóvenes que se rebelaban contra el sistema. Pero la moda también ha servido para avanzar en la emancipación de las mujeres. Este es, en particular, el significado que tuvo en la década de 1920 la revolución de Chanel, que aspiraba a construir un nuevo look destinado a una mujer moderna y activa que hacía deporte, trabajaba y conducía un automóvil. “No hay más belleza que la libertad del cuerpo”, decía Chanel.
Este proceso de politización de la moda se ha acelerado. De hecho, estamos en un momento en el que muchas marcas se comprometen con causas políticas e ideales humanistas. Lo demuestran las que luchan por combatir el racismo contra los negros o los gitanos, o las que denuncian la falta de diversidad en la moda y la escasez de modelos de color en las pasarelas de los desfiles. Gucci y Prada han lanzado recientemente algunos proyectos centrados en la diversidad y la inclusión. La voluntad de luchar contra el racismo del diseñador Kerby Jean-Raymond tiene un carácter político más radical: sus colecciones van acompañadas de imágenes o incluso vídeos duros que muestran escenas de violencia policial contra los negros; las modelos, exclusivamente negras o mestizas, llevan unos zapatos que parecen salpicados de sangre. Del mismo modo que el compromiso político ahora tiene glamour, en nuestra época han surgido modas militantes que defienden a las minorías visibles.
Otras firmas se dedican a liberar a las mujeres de los estereotipos de belleza que arruinan su confianza en sí mismas. A la zaga de Dove, Zalando, Mango o H&M, tratan de promover una belleza plural, todos los tipos de mujer. Están surgiendo nuevas formas de comunicación con musas sin depilar (Nike), modelos de todas las edades, de todos los tipos, de todos los colores de piel y con fotos sin retocar. El gigante de la lencería Victoria’s Secret ha contratado por primera vez a una modelo de talla grande y también al primer modelo trans. LVMH y Kering están comprometidos contra las modelos demasiado delgadas o demasiado jóvenes. Cada vez más marcas ofrecen colecciones inclusivas que presentan ropa de talla grande y ropa sin género. Nuestra época ha sido testigo del éxito del movimiento Body Positive (cuerpos en positivo) que valora todos los tipos de cuerpos humanos, del surgimiento de la moda inclusiva que ya no excluye a nadie, que celebra cuerpos hasta ahora considerados carentes de encanto y que no podían acceder a la gloria de las pasarelas.
La moda inclusiva, que aspira a que se reconozcan todas las categorías de belleza para rendir homenaje a las diversas formas de feminidad, es en esencia democrática. Impulsada por el imaginario de la igualdad, expresa el rechazo a cualquier élite, a cualquier jerarquía estético-corporal. Este avance del ethos democrático está ligado al aumento del deseo de autonomía y autenticidad personal característico de la nueva dinámica hiperindividualista. Actualmente triunfa en todas partes el derecho a ser uno mismo, a obedecer solo la propia ley, a vivir según las aspiraciones personales y no según normas impersonales impuestas desde fuera. La denominada moda inclusiva es una de las manifestaciones de la consagración democrática de la ética individualista de la autenticidad personal, según la cual todos deben expresar su singularidad con el fin de lograr su plenitud. Calvin Klein firma: “Sé bueno. Sé malo. Sé tú mismo”; Lacoste: “Conviértete en lo que eres”.
Dado que ser uno mismo goza de una legitimidad social casi unánime, ya no hay que excluir del ámbito de la moda y la belleza a determinadas categorías de personas (las discapacitadas, las gordas, las negras, las mujeres mayores). ¿Cómo seguir menospreciando a todo un conjunto de feminidades cuando la plena realización personal se impone como un valor indiscutible? Desde el momento en que no hay nada más importante que ser uno mismo y realizarse plenamente, es imprescindible rechazar todas las viejas discriminaciones relacionadas con la edad, el color y la estética de las personas. El triunfo del ideal democrático de autenticidad personal es lo que ha provocado la descalificación de los estereotipos y los dictados de la belleza (delgadez, color de la piel, etcétera), así como el reconocimiento de la diversidad en la moda.
Pero también el compromiso ecorresponsable de las marcas ilustra el nuevo momento político de la moda. Cada vez más marcas anuncian su intención de fabricar accesorios y colecciones a partir de materiales reciclados o naturales, con el fin de reducir su huella de carbono. Treinta grandes grupos textiles firmaron en 2019 un pacto de la moda por el medio ambiente con el fin de lograr cero emisiones netas de CO2 en 2050. Algunas marcas garantizan que los tintes utilizados son ecológicos, con certificación Oeko-Tex. Otras deciden trabajar con cooperativas de artesanos locales, con certificación de comercio justo. H&M y Marks & Spencer organizan colectas de ropa usada en sus tiendas. Patagonia propone reparar la ropa en caso de desgaste. Está surgiendo una nueva forma de competencia: quién es el más verde. Los estilistas prometen desfiles neutros en carbono; Yves Saint Laurent utiliza biocombustibles para alimentar los proyectores de sus pasarelas; Gucci anuncia que será completamente neutro en carbono en 2025. Ahora la tendencia destacada es el desarrollo sostenible.
Es importante recalcar la novedad radical que supone el tener en cuenta el paradigma ecológico en el universo de la moda. Este fenómeno supone una auténtica ruptura con el espíritu mismo de la moda. Desde sus orígenes, este mundillo ha estado del lado de lo superficial, lo fútil, las apariencias. Se afirmó, bajo el signo de la fantasía ligera, como una especie de ámbito estético y lúdico, ajeno a cualquier objetivo ético. Esto ha cambiado con la reivindicación del paradigma verde y solidario. Por primera vez, la moda se sitúa bajo el signo de un compromiso ético y ecorresponsable. Dado que es la segunda industria más contaminante, causante de un tercio de la polución por plástico de los océanos y del 10% de las emisiones de CO2 en todo el mundo, el sector de la moda pretende ahora ratificarse como responsable y sostenible.
El derroche ostentoso de la moda era reivindicativo y prestigioso; se ha convertido en culpable, vergonzoso, un crimen contra el planeta y el futuro. La moda solo conocía la euforia del presente; ahora se preocupa por las generaciones futuras. Por primera vez, la moda quiere ser virtuosa, ética, responsable. Ya no se trata solo de crear novedades encantadoras, se trata de respetar la biosfera en nombre de una ciudadanía ecológica responsable. Algunas marcas (Uniqlo) recogen ropa usada y luego reparten las prendas en buen estado entre familias necesitadas y refugiados.
Ha llegado el momento de hibridar la frivolidad y la ética, la estética y la ecología. Después de la era de la creatividad despreocupada, ha llegado la era de la creatividad ecorresponsable. De modo que una nueva gravedad, un clima serio, rodea el mundo de la moda. Se la había asociado a la fantasía, la diversión, los placeres de lo efímero; ahora está del lado de la sostenibilidad y el sentido cívico. La hipermodernidad ha dado origen a un nuevo oxímoron: la moda sostenible y responsable.
El vínculo con la cuestión de la responsabilidad también se manifiesta del lado del consumidor. El ejemplo más llamativo se encuentra en Suecia, con varios neologismos que van viento en popa. Han inventado dos conceptos: flygskam, la vergüenza de viajar en avión, y köpskam, la vergüenza de consumir y, sobre todo, de comprar ropa nueva. Ahora lo guay es comprar ropa usada y de ocasión. Vestirse en tiendas de segunda mano se ha puesto de moda, es una forma de estar a la moda a la vez que se es eticoecológico.
Hoy, algunos consumidores buscan un sentido al acto de comprar. Ya no es solo el placer, la mejora estética de la persona, sino que debe tener un sentido para uno mismo y para el mundo en general. Comprar una prenda es mucho más que un comportamiento que busca el disfrute privado o un posicionamiento social y cultural; es defender un conjunto de valores, ayudar a mejorar el presente, preparar un futuro mejor. En este contexto, vestirse se convierte en una forma de compromiso ético y político, un medio para afirmar unos valores y rechazar otros, una manera de actuar por el bien común. Vestirse tiene un significado político. Comprar un abrigo se presenta como un acto de civismo. El consumidor quiere ser un consumidor activo, un actor ético y político que ya no obedece los dictados de la moda rápida y el marketing.
Este nuevo ethos es inseparable del desafío medioambiental, pero también de la consagración de la ética de la autenticidad individual, de la mayor exigencia de los individuos de ser ellos mismos, de afirmarse como sujetos autónomos. Si por un lado la cultura de ser uno mismo favorece un consumo frenético, por el otro lleva a comprar de manera responsable, a implicarse en el consumo de acuerdo con el propio sistema de valores, a considerar el hecho de comprar una prenda un comportamiento cívico, una forma de participar en la vida social y política.
La prensa no deja de repetirlo: las marcas de moda están comenzando a apoderarse de los principios de la economía circular, y los consumidores esperan un plus de responsabilidad y de ecología por parte de las industrias. ¿Pero qué hay más allá de las declaraciones de intenciones? Al tiempo que se denuncia el desperdicio de la moda en nombre del respeto al medio ambiente, triunfan la moda rápida y el consumo excesivo de recursos naturales. Los gigantes de la moda rápida prometen que tendrán pronto colecciones sostenibles y se comprometen con el reciclaje de ropa, pero sus colecciones se renuevan cada dos o tres semanas, en contradicción con el desarrollo sostenible.
Mientras tanto, el consumo mundial de ropa se ha duplicado entre 2000 y 2014.
Esto no quiere decir que la demanda de ética sea ilusoria; simplemente su poder para dictar el comportamiento es menor que el que dan a entender las encuestas. Los consumidores votan por la ecorresponsabilidad, pero la loca carrera de la moda se está acelerando; los consumidores estadounidenses renuevan su vestuario unas cinco veces más que en 1980. La vida útil de la ropa se está acortando y, por término medio, una prenda solo se usa siete veces antes de desecharse. En la práctica, se da prioridad a lo más barato y pocas personas compran moda justa: entre comprar una prenda barata hecha en el extranjero y una prenda más cara de fabricación local, la mayoría elige la más barata. Guardémonos de creer que el nuevo consumidor de moda se ha convertido en un paladín de la virtud. La retórica de la responsabilidad cívica es la reina indiscutible, no el comprador ético. Consumidores de moda, hagan otro esfuerzo por ser cívicos.
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