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Columna
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Dramatizar la agenda

¿Está en juego la globalización y hay que paralizar el libre comercio erigiendo muros insalvables entre las naciones? ¿O basta con esperar y ver, dejando hacer a nuestras eficaces y confiables instituciones?

Enrique Gil Calvo
Viajeros procedentes de Italia protegidos con mascarillas a su llegada al aeropuerto de Manises (Valencia).
Viajeros procedentes de Italia protegidos con mascarillas a su llegada al aeropuerto de Manises (Valencia).BIEL ALIÑO (EFE)

El tratamiento de la actual pandemia oscila entre el dramatismo alarmista y la desdramatización ecuánime. ¿Se va a quebrar la estabilidad social para precipitarnos en una nueva crisis global anunciada por la caída de las bolsas, como ocurrió hace un decenio con la gripe A porcina (H1N1) que coincidió con la gran recesión? ¿O se trata de una mera variante agravada del resfriado común que solo afecta a personas mayores con enfermedades crónicas, y que terminará por desaparecer con la primavera? No lo sabemos. Y ante la incertidumbre, la agenda pública (ese ranking mediático de problemas públicos a resolver) ha quedado trastocada sin que sepamos en qué debemos pensar ni cuál es nuestro orden de prioridades.

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Buena prueba es la cuestión catalana, que centralizaba nuestro foco de atención pero que ahora se ha visto relativizada, como prueba la escasa atención prestada al desembarco de Puigdemont en Cataluña Norte. Tanto es así que hasta el inicio de la mesa de diálogo entre el Gobierno y la Generalitat ha quedado desdibujado, sin que nos importe demasiado cuál de los dos expresidentes tenía razón en su debate del Casino de Madrid: si el Sr. Aznar cuando dramatizaba la cuestión, elevándola a la categoría de devastación, o el Sr. González, que reducía su importancia rebajándola a la mera escenificación melodramática de una performance gesticulante.

Dramatizar o desdramatizar la agenda: esa es la cuestión esencial de nuestro tiempo. Una cuestión que siempre adopta la misma fórmula, como en la película Apolo XIII: “Houston, tenemos un problema”. Lo que plantea como respuesta la gran pregunta: ¿qué problema? Que en seguida se desdobla en otras dos: ¿cómo llamarlo y cómo interpretarlo? Bautizarlo equivale a definirlo y enmarcarlo (es decir, encerrarlo en un frame). ¿Lo llamamos “coronavirus”, que es un concepto icónico y además polisílabo, lo que siempre le otorga una mayor importancia, que nos lleva a pensar que es algo inédito y original, desde luego excep-cional y quizás potencialmente catastrófico? ¿O lo llamamos gripe o catarro: una “pasa” como se decía en el pasado, para designar algo normal y corriente que pasa como ha pasado siempre?

Y tras bautizar al problema hay que interpretarlo, es decir, evaluarlo moralmente, pronosticar su curso futuro y proponerle alguna solución (Entman). Aquí es donde aparecen todas las oportunidades de manipulación de la agenda, que permiten tanto crear falsos problemas, magnificando sus peores consecuencias imaginarias, como ocultar los riesgos previsibles, dejando creer que no pasa nada. Es decir, dramatizar o desdramatizar el problema, haciendo de él un acontecimiento mediático o un accidente normal. ¿Está en juego la globalización y hay que paralizar el libre comercio erigiendo muros insalvables entre las naciones? ¿O basta con esperar y ver, dejando hacer a nuestras eficaces instituciones?

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