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Columna
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Aznar-Casado: tierra quemada

El desenlace de esta batalla campal afianzará la percepción de que el PP de Casado es otra terminal del derechismo radical

Xavier Vidal-Folch
El expresidente del Gobierno, Jose María Aznar, junto con la expresidenta de los populares vascos, María San Gil, en Bilbao, el pasado 20 de febrero.
El expresidente del Gobierno, Jose María Aznar, junto con la expresidenta de los populares vascos, María San Gil, en Bilbao, el pasado 20 de febrero.H.Bilbao (Europa Press)

Las convocatorias de elecciones autonómicas en Euskadi y Galicia para el 5 de abril surgieron bajo el augurio de muy interesantes. Desmonopolizaban el interés centrado en la cuestión catalana, mostraban que el Estado autonómico sigue vivo y evidenciaban que, pese a sus defectos, puede ser y de hecho es útil para el desarrollo de las “nacionalidades históricas”, en vez de un corsé anticuado e inservible.

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La confección de listas y alianzas entre las derechas de ambos territorios ha aumentado aquellas expectativas a extraordinariamente interesantes. Porque la dirección central del PP ha optado por aprovechar las convocatorias como tubo de ensayo —es la consideración que le merecen sus propias organizaciones territoriales— para su plan de resucitar a Josemari Aznar. Es decir, para emprender la segunda refundación aznarista del partido, autoritaria y retroconstitucional, con la ambición de abarcar a todas las derechas. Incluso al precio de la carcoma moral, de Gürtel a las arruinadas autopistas radiales madrileñas, pasando por el autoritarismo y el uso partidista del terrorismo. Así lo ilustró el desprecio con que la voz de Pablo Casado, Cayetana Álvarez de Toledo, despachó en diciembre a las víctimas vascas del terror y que llevó a la hermana de Gregorio Ordóñez a espetar: “¿Dónde estabas tú cuando ETA nos mataba?”.

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El proyecto avizoraba tres fases: enseguida, coaliciones autonómicas con Ciudadanos; después, su fusión por absorción, o mediante una CEDA reactualizada; al cabo, integración o esterilización de la ultra Vox, a la que falsamente reputan, en sordina, de “constitucionalista”.

La primera fase hizo agua en Galicia, al oponerse el marianista Alberto Núñez Feijóo a aliarse con los naranjas: finalizó en la mera disposición a cederles poltronas. Y capota en el País Vasco. El barón sorayista Alfonso Alonso consideró “inadmisible” el preacuerdo labrado a sus espaldas con los de Inés Arrimadas. El jefe del PP, Pablo Casado, le fulminó ayer, en beneficio del servicial e inane mayordomo Carlos Iturgaiz. La ley interna para los sufridos populares vascos es la tierra quemada: ya se le aplicó a otro fiel de meritoria trayectoria centrada, Borja Sémper.

El desenlace de esta batalla campal afianzará la percepción de que el PP de Casado es otra terminal del derechismo radical más que un centroderecha capaz de incorporar la discrepancia, las ideas de sus centristas y la voz de los territorios. De traducir la realidad de la España diversa y plural a un partido ídem.

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