Mosaico electoral
Urkullu y Núñez Feijóo huyen de la disputa independentista catalana
Esta misma semana, y con pocas horas de diferencia, el lendakari, Iñigo Urkullu, y el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, anunciaron un adelanto de las elecciones en sus respectivas comunidades autónomas, que en ambos casos se celebrarán el 5 de abril. Tanto Urkullu como Núñez Feijóo adoptaron la decisión de acortar la legislatura en previsión de que el ciclo electoral ordinario en el País Vasco y Galicia pudiera hacer que la llamada a las urnas en estas dos comunidades coincidiera con la que el presidente de la Generalitat, Quim Torra, se dispone a realizar a partir de que se aprueben los Presupuestos en Cataluña. El protagonismo que estos movimientos de anticipación parecen conceder a Torra nada tiene que ver con un liderazgo capaz de trascender los límites de Cataluña, sino con la conciencia generalizada de que la pasada estrategia del independentismo catalán no va a ninguna parte, y de que cualquier proximidad con él es contraproducente.
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A estos efectos, el propio socio de Torra en el Govern, Esquerra Republicana, está intentando compatibilizar dos objetivos contradictorios, como son mantener la apariencia de unidad del independentismo y, al mismo tiempo, alejarse de Junts per Catalunya, a fin de no quedar atrapada en su gesticulación estéril. La cautelosa reflexión del vicepresidente de la Generalitat, Pere Aragonès, en el sentido de no demorar la convocatoria electoral anunciada por Torra, pretende cubrir varios flancos con un solo movimiento. El primero, recuperar una cierta normalidad en Cataluña que, a su vez, sería decisiva para recuperarla también en el resto de España, con beneficios para todos, instituciones y ciudadanos.
Pero, junto a este propósito evidente, se perfila otro soterrado: las fuerzas independentistas catalanas no solo se juegan la hegemonía dentro de su campo en las próximas elecciones, sino también dirimir quién pagará el coste de la insensata estrategia de ruptura en cuya cercanía ahora nadie quiere dejarse ver, ni aun los propios nacionalistas de otras comunidades. Junts per Catalunya recuerda a ERC y a su líder encarcelado, Oriol Junqueras, que fueron ellos los que les empujaron a la declaración unilateral de independencia. ERC, por su parte, reprocha a Torra y a sus mandantes que la confrontación es el lujo que se permiten por haber huido en secreto, abandonando deslealmente a los suyos.
Ni Urkullu ni Núñez Feijóo desean que esta turbia disputa de familia influya en las elecciones de sus respectivas comunidades, aunque por razones diametralmente opuestas. El lendakari, porque recela de que EH-Bildu traslade al País Vasco los términos en los que están planteando sus diferencias los independentistas catalanes, provocando una banalización de las instituciones de autogobierno como la que ha representado Torra durante su mandato. Y Núñez Feijóo, por su parte, porque anticipa que, de no alejar en el tiempo los excesos que puedan producirse en una campaña catalana, la dirección de su partido, con Pablo Casado a la cabeza, le reclame endurecer el discurso para no dejar espacio al nacionalismo de Vox.
Salvo imprevistos, las elecciones en el País Vasco no exigirán del PNV redefinir las líneas políticas seguidas hasta ahora en Vitoria y Madrid. Por el contrario, las convocadas en Galicia colocarán al Partido Popular ante la decisión de qué oposición ejercer frente al Gobierno de Sánchez, dependiendo de los resultados que obtenga Núñez Feijóo. Si este revalida su mayoría, porque la revalida, y si la pierde, porque la pierde, Casado va a tener que extraer una lección. Las señales de que adoptar la agenda y el discurso de Vox no ha servido para contener la pérdida de apoyo por su derecha se han multiplicado desde el comienzo de la legislatura en el Congreso de los Diputados. Las elecciones gallegas son la ocasión, no para ensayar otros rumbos, sino para reforzar el sistema constitucional frente al ataque por uno de sus extremos, contribuyendo a desactivar, así, los procedentes del otro.
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