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Columna
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Virus

La rápida difusión del coronavirus surgido en la ciudad china de Wuhan ha desencadenado en las recientes semanas una oleada global de sinofobia

Eva Borreguero
Una niña en un vehículo que transporta a los residentes evacuados de un edificio de viviendas públicas de las afueras de Hong Kong, el pasado 11 de febrero.
Una niña en un vehículo que transporta a los residentes evacuados de un edificio de viviendas públicas de las afueras de Hong Kong, el pasado 11 de febrero. Tyrone Siu (REUTERS)

En la segunda mitad del siglo XIV la incidencia de la peste negra aumentó el sentimiento antijudío en España. Los judíos fueron acusados de sembrar el contagio y comenzó una oleada de persecuciones seguida por las conversiones en masa y la acusación de judaizantes a los falsos conversos, de lo cual surgió la Inquisición. En el resto de Europa el antijudaísmo se reactivó con fuerza después de las epidemias de 1648. Más tarde, en un tiempo no muy lejano, volverá a resurgir en los totalitarismos del siglo XX. Precisamente este año se conmemora el 75º aniversario de la liberación de Auschwitz.

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El miedo y las reacciones de rechazo son lugares comunes durante las epidemias desde antiguo. Lo explica Jean Delumeau en El miedo en Occidente (Taurus). El orden recurrente de los hechos sería el siguiente. Inicialmente, al aparecer el peligro, las autoridades rechazaban aceptarlo. Encargaban a los médicos el examen de casos sospechosos, y en general estos decretaban un diagnóstico tranquilizador. En caso contrario, eran apartados y se designaba a otros para continuar la investigación (hoy como ayer). A continuación, ante la innegable evidencia, se desataba el pánico y sobrevenía el gran miedo. Las ciudades sitiadas por la enfermedad veían desintegrarse los marcos de solidaridad familiares y sociales, “el hermano desamparaba al hermano, el tío al sobrino… y el padre y la madre huían de los hijos tocados de aquella dolencia”, relata Boccaccio. La insostenibilidad de un estado de angustia permanente se resolvía desviando el temor hacia un enemigo, el chivo expiatorio, depositario de la ira colectiva, lo que permitía concretar y conjurar el miedo. Encontrar las causas del mal permite crear un marco de seguridad y establecer unas directrices para su remedio. Los potenciales culpables eran principalmente los extranjeros, viajeros, y aquellos que no estaban perfectamente integrados en la comunidad.

La rápida difusión del coronavirus surgido en la ciudad china de Wuhan ha desencadenado en las recientes semanas una oleada global de sinofobia. Las causas conjugan diversos factores, desde el miedo racional a contagiarse de una enfermedad sin cura, hasta el crudo racismo, pasando por un sentimiento antichino surgido a la sombra del auge económico y militar de China. En Japón el hashtag #ChinesedontcometoJapan (chinos no vengáis a Japón) ha sido tendencia. Algunos comercios de Hong Kong, Corea del Sur y Vietnam han colgado carteles indicando a los chinos que no son bienvenidos. Un periódico regional francés sacó en portada el titular “alerta amarilla”. Y, en España, el colectivo catalán Catàrsia denuncia el acoso de los niños en la escuela y el rechazo a la población de origen asiático.

La historia nos recuerda que el miedo, reacción habitual en circunstancias como la actual, puede fácilmente convertirse en causa de involución de los individuos. Una sociedad que discrimina está enferma, para sí y para los demás. En ese caso el virus no está en el otro, sino en nosotros y la sociedad que lo permite.

@evabor3

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Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.

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