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Columna
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Davos y el Ejército Verde

O se negocia una transición ecológica justa o la paz social no podrá ser garantizada. Ni tampoco nuestras democracias

Máriam Martínez-Bascuñán
Diego Mir

Ha llegado el Brexit, y sabremos de su crudeza por los gramos de singapurismo que decida inyectarse el sistema británico. Lo advertía Xavier Vidal-Folch: Londres podría tener la tentación de convertirse en un “semiparaíso fiscal”, émulo de Singapur, antigua colonia y hoy autoritaria polisasiática. Sería la inversión de la profecía de Fukuyama: las potencias asiáticas no han convergido hacia nuestro modelo democrático, y somos las democracias las que asimilamos su modo de producción. Pensábamos, ingenuos de nosotros, que lo natural sería que las otrora colonias adoptaran el parlamentarismo británico, y resulta que al peligroso y alocado Boris le pone el capitalismo sin reglas a lo Singapur. Es un problema civilizatorio de primer grado, pues estamos ante el mundo al revés. El “privilegio anticipador” del que hablaba Habermas (todos querrán llegar a ser lo que somos y cristalizaremos en una sociedad mundial proyección de la nuestra) se encuentra ante lo contrario: somos nosotros los que queremos parecernos a ellos. Resulta inevitable preguntarse si eso también significa que nuestras democracias podrían ser reversibles.

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¿Cómo disciplinar al capitalismo para no seguir desdibujando nuestro modelo? Se habló de ello en Davos, donde se puso en el diván al capitalismo del futuro, pues en su actual versión depredadora hay cierto consenso sobre que la cosa no funciona: inestabilidad laboral, desigualdad, deterioro medioambiental, turbulencias políticas... Un listado conocido. Sabemos que no hay ni una sola democracia sin economía de mercado, pero también que el capitalismo sin doma impacta gravemente en el corazón de nuestro sistema. Es el viejo dictum marxista: la distribución de los recursos explica buena parte del conflicto social y político. Y conviene no ser ingenuos, pues el capital solo cede cuando peligra la fuente de sus privilegios. Fue el temor al Ejército Rojo lo que lo empujó a ser más condescendiente con los perdedores del sistema. El peligro del contramodelo comunista amenazaba su posición de poder, lo que derivó en nuestras sociedades de bienestar capitalista. A este contrato se le llamó “pacto social-democrático”: los ricos podrían mantener sus privilegios a cambio de ceder parte de su riqueza, vía distribución fiscal.

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Hoy, el Ejército Rojo es el calentamiento global, y ante él la agenda verde enarbola un valor que está por encima del principio del beneficio: la sostenibilidad. Porque no hay salida, o se negocia una transición ecológica justa o la paz social no podrá ser garantizada. Ni tampoco nuestras democracias. El ecologismo es el único actor con fuerza y legitimidad para domesticar al capital, y ser modelo de esa transición justa es la mejor baza para Europa, llamada a convertirse en la cabeza de mando del nuevo Ejército Verde. Que así sea.

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