“No quiero sobrevivir, quiero vivir”, la historia de una mujer que sufrió abusos de su padre
Marta Suria recordó su infancia a los 30 años y su vida cambió. Denunció cuando tenía 33, perdió el juicio y contra el silencio escribió 'Ella soy yo'
Hay cosas que no dice en voz alta. Al menos no todavía. Por eso Marta Suria decidió escribir: “Para construir mi propio relato y soltar, de alguna manera, el látigo de la culpa. Y comprenderme a mí misma. Para eso la escritura ha sido fundamental”. Ni Marta es su nombre ni Suria su apellido, pero lo que cuenta en Ella soy yo (Círculo de Tiza, 2019) no le permitió usar ni una cosa ni la otra. Cuando cumplió 30 años explotaron los recuerdos de su infancia y su adolescencia: un padre que abusó de ella durante años. Denunció a los 33.
Entonces llegaron los abogados que le dijeron que “a la justicia no se acude a hacer terapia”; y peritos que le repitieron que ella no entendía “que en este país sin pruebas no se envía a nadie a la cárcel”. Después de más de 20 años, las únicas pruebas que ella conservaba estaban en su memoria. Aún así decidió pasar por todo el proceso judicial, con todos los “vaivenes y las heridas” que sabía que ocurrirían, y que ocurrieron. Narra en el libro que los abusos sexuales durante años es "una muerte en vida, un jaque mate apenas ha comenzado la partida", que "te arrebata tu infancia y adolescencia de cuajo y de la forma más violenta", que "detiene el tiempo y la evolución", que "borra de tu diccionario los términos inocencia y dignidad". Cuenta que "te arranca la palabra. Te condena a ser larva. No vives: te arrastras".
Pero también cuenta que en la tragedia hay hueco para la transformación. Que es ineludible contarlo y necesario escucharlo y que esta, sobre todo, es una historia de libertad. "Por eso, este no es un libro sobre maltrato, ni abusos, ni violaciones, ni detalles morbosos. La protagonista de este libro es la vida", escribe. Perdió aquel juicio, pero no se resignó al silencio; y algo tuvo que ver el movimiento social que se había generado en la calle por las decisiones judiciales en el caso de La Manada. Así nació Ella soy yo.
Pregunta: ¿Qué ocurrió para que decidiera que era el momento de contar lo que pasó?
Respuesta: Con todo lo de La Manada, en la calle, me pregunté si en medio de todas esas mujeres que reclamaban ser libres, no tener miedo, habría alguna que al levantar el cartel o el puño se imaginara una niña. Pensé en los casos que se archivan, en los que nunca se denuncian, en los que jamás aparecen en los medios de comunicación. Y empecé a escribir con todas mis notas y me imaginaba a mí misma delante, como un encuentro con la verdad y conmigo misma.
- P. ¿Hubo algún momento de duda, de pensar en abandonar la idea?
- R. En el momento de entregar el texto a la editorial hubo muchas cosas que me pregunté, como cuál iba a ser la reacción, si tenía o no que compartirlo con otras mujeres, porque el libro cuestionaba cosas que no sabía cómo podían ser recibidas… Siempre hay dudas. Al perder el juicio, además, no quería que esto trajese problemas legales ni para mí ni para la editorial. También me preguntaba si algún día les llegaría esta historia a quienes me conocían, a mi familia, y quiero pensar que hablarlo de esta manera, sin señalar, desde la comprensión profunda, solo puede ayudar.
Lo que pasó no me encasilla, no me define lo de ser víctima
- P. ¿Y de miedo?
- R. Me pasó cuando me dijeron que se iba a publicar. Y sobre todo el día que me dijeron “hoy se envía a imprenta”. Tuve miedo como hacía bastante tiempo que no tenía. En ese momento me di cuenta de que era cierto, que iba a pasar. Hasta entonces era un ejercicio personal. Entré en pánico, y, de hecho, retrasé la impresión con un autoboicot en toda regla. Me gusta mucho leer las redes sociales y solo podía pensar en la cantidad de ataques y maldad gratuitos con los que me cruzo siempre. Para mí fue el año del juicio, de publicar el libro, me quedaban pocas fuerzas… Tengo mi vida y tengo ganas. Así que lo vi como un peso que, al publicar, se repartía.
- P. ¿Tenía algo que ver el miedo que ya había sentido a no ser creída, durante el juicio?
- R. Sí, claro, puede ser. Recuerdo sobre todo los peritos. Yo entiendo que con estas cosas el foco se centra en los jueces y las sentencias, pero la que consigue llegar hasta ahí ya ha subido un Everest que nadie imagina. Desde tus amigas, tu familia, los terapeutas, los abogados… La que llega a juicio ha superado muchas miradas y muchos prejuicios. Pero de nada sirve, por ejemplo, que cambien la ley si no voy a conseguir llegar hasta ahí, por eso recuerdo los peritos y los abogados. Hubo muchos que me dijeron que a la justicia no se acude a hacer terapia y peritos que me dijeron que yo no entendía que en este país sin pruebas no se envía a nadie a la cárcel. Me lo dijeron justo antes de mi interrogatorio. También hubo personas que me dijeron que lo olvidara, que habían pasado muchos años. Y sí, habían pasado, y creo que tuve suerte de que así fuera porque hice mucha terapia y para cuando me encontré con esos peritos, esos abogados y esos jueces, yo ya estaba fortalecida. Tenía claro qué estaba haciendo y cómo lo estaba haciendo. Si no, no creo que hubiese tenido la fuerza de aguantar el chaparrón.
Hubo muchos abogados que me dijeron que a la justicia no se acude a hacer terapia
- P. ¿Se repitió el discurso basado en ideas patriarcales sobre cómo ha de comportarse lo que se entiende como víctima perfecta?
- R. Sí. Da mucha rabia porque vuelves a revivir lo de agachar la cabeza, en mi caso a través de los peritos hombres, haciéndome todo tipo de preguntas y comentarios de mal gusto. Yo tenía dos opciones, o ponerles en su sitio y decir claramente que eso no es tener respeto o aguantar el chaparrón… Te ves obligada a lo segundo, aunque te den ganas de salir corriendo de allí. En mi caso, y en el de todas, el tema de los plazos es importante. Necesitas tiempo para trabajar lo que te ocurre, para perdonarte. Los procesos personales y los plazos son individuales. Parte del problema hoy es que nos fijamos mucho en la agresión física y no en todas las repercusiones emocionales y psicológicas que eso conlleva, todo lo que viene después. Muestra una incomprensión absoluta de todas esas secuelas.
- P. Entre ellas la culpa.
- R. En el libro intento a explicar que se empieza a sanar con el perdón, pero el perdón no es otra cosa que darte cuenta de que no hay nada que perdonar. Creo que la culpa viene inyectada con la agresión, en el minuto cero. Y yo he tenido suerte, he estado rodeada de personas que no han alimentado mi culpa. Si quieres ayudar a alguien a quien le ocurre esto, escucha y deja espacio al silencio, no preguntes, no cuestiones, solo escuchar y estar. Porque la culpa se extiende cuando la gente te cuestiona, cuando no te cree. El cuestionamiento de la familia, por ejemplo, te hace comprender que muchas veces sale de no querer sentirse responsables. Pero culpable solo hay uno. Ahí, en la familia, hay mucho trabajo que hacer. La familia es un lugar que te interpela directamente.
- P. El informe sobre delitos contra la libertad e indemnidad sexual, el primer gran análisis que se hizo sobre la materia en España y que publicó el Ministerio de Interior en 2018, indicó una subida del 29,8% en este tipo de agresiones desde 2012 —de 9.008 casos a 11.692 en 2017— y el 50% de las víctimas son menores. Y, según la organización Save the Children, se calcula que solo se conocen entre el 10% y el 20% de los casos reales de abuso sexual infantil. ¿Cree que, en general, la sociedad no está preparada para enfrentarse a este relato?
- R. Bueno… Hay cosas que yo en voz alta no digo, y ahora con el libro ya sí. Me imagino que es un indicador de que todavía tengo que trabajarme cosas, creo que es porque todavía me da vergüenza. No sé cuál es la reacción de la gente al decirlo en voz alta [haciendo referencia a quien abusó de ella]. Pero la gente, cuando lo sabe, se dan dos situaciones: una es la incomodidad y la otra la de no saber absolutamente qué decir. Y ante el miedo a cagarla, a herirte, usan el silencio. Luego hay otras personas que tienen muchísima empatía, muy trabajadas a nivel personal, pero en general la gente se queda sin saber qué hacer. Las miradas importan mucho. Aunque te quedes sin palabras, es cómo me miras, y creo que le tienes tanto miedo a la mirada de otro porque es tu mirada, nos reflejamos.
Parte del problema hoy es que nos fijamos mucho en la agresión física y no en todas las repercusiones emocionales y psicológicas que eso conlleva, todo lo que viene después
- P. ¿Y la gente de su entorno?
- R. Me enfadé mucho cuando denuncié porque nadie me llamaba, y era porque no entendían qué me estaba pasando, no sabían qué decirme ni cómo comportarse. Les llamé yo y me contaron eso. Entonces les dije que vale, pero que esto no es una serie de televisión, no te puedes comer cuatro capítulos y luego te lo cuento. Si me quieres apoyar, te necesito ahí, eso fue lo que les dije. Pero todo eso viene de mucho tiempo de dolor y de comprensión.
- P. Todo eso la ha llevado hasta aquí, ¿cuál es ese sitio?
- R. Sobre todo ese en el que todo lo que pasó no me encasilla. No me define lo de ser víctima. Es importante el papel que juegan los medios en la construcción del relato, porque no se puede reducir a alguien que ha pasado por esto a eso, a ser víctima o a ser superviviente. Somos mucho más. Soy consciente de que los abusos dentro de la familia es algo tan grotesco que la gente no quiere mirar, no quiere ver. Pero quienes atravesamos esto somos mucho más que una etiqueta, poner esa etiqueta, además, exime al entorno de la responsabilidad que tiene en lo que ocurre. ¿Hay que llamar a las cosas por su nombre? Sí. Fui víctima, sí. Pero luego ya no.
P: ¿Y ahora?
R: Ahora soy una persona. No quiero sobrevivir, quiero vivir. Hay una canción en la que pienso cuando me pregunto eso, Hold your own, de Kate Tempest. Habla de lo que eres ahora mismo, de que eres lo que sientes y de que te sostengas a ti misma y sostengas lo que sientes, sin rechazarlo ni abrazarlo demasiado porque quizás mañana seas otra cosa.
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