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Columna
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Continuidades

Existe una gran similitud en las agendas estratégicas de Sánchez y Zapatero

Enrique Gil Calvo
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la Moncloa, el pasado 13 de enero.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la Moncloa, el pasado 13 de enero. PIERRE-PHILIPPE MARCOU (AFP)

Todo vuelve. El actual agravamiento de la confrontación entre derecha e izquierda ha suscitado el típico déjà vu, como si asistiéramos al cuarto ciclo de “crispación”, que es como se conoce la polarización a la española. El primer ciclo o zona cero de crispación avant la lettrese gestó contra el presidente Suárez, precipitando su defenestración coreografiada con el golpe de Tejero. El segundo, cuando se bautizó la crispación propiamente dicha, fue enmarcado por el “¡váyase, señor González!”, grito de guerra de la conspiración ansoniana que acabó con el felipismo. El tercero estalló en 2004, tras ganar las elecciones contra pronóstico el presidente Zapatero, como voto de castigo a la gestión aznarista del 11-M. Y el cuarto se inició con el voto de censura contra el marianismo, alcanzando ahora mismo cotas de máxima tensión tras la investidura del presidente Sánchez.

Pero, además del retorno de la crispación, también se produce una clara continuidad, no solo ideológica, entre Zapatero y Sánchez, pues existe una gran similitud en las agendas estratégicas de uno y otro. En su intento por legitimarse tras su cuestionada elección, Zapatero adoptó una triple estrategia. De un lado, su agenda catalana, apoyando la negociación de un nou estatut cuasi confederal. Además, su agenda judicial, abriendo negociaciones de paz con la banda terrorista ETA. Y por fin, su agenda ciudadana, ampliando y reforzando los derechos de colectivos discriminados como mujeres, migrantes y discapacitados. Pues bien, Sánchez ha recuperado esas tres mismas agendas. La catalana en primer lugar, abriendo una mesa de diálogo con los secesionistas para redefinir el encaje del Principado en España. La judicial, a continuación, nombrando a una fiscal general destinada a desjudicializar la política. Y la agenda ciudadana, por último, abriendo un frente de lucha contra el llamado “pin parental” que la derecha reclama para blindar la dominación masculina del pater familias.

No obstante, pese a estas semejanzas, también hay claras diferencias. La principal es que Zapatero disponía de una relativa mayoría parlamentaria, que le permitía gobernar con “geometría variable” desde un gabinete monocolor, mientras que Sánchez se ve obligado a gobernar en coalición explícita con Unidas Podemos e implícita con los nacionalistas.

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Pero más significativa podría resultar otra diferencia no solo caracteriológica. Y es que Zapatero gobernaba sobre todo mediante el poder blando de su famoso talante buenista, mientras que Sánchez, quizás obligado por su extrema debilidad parlamentaria, intenta gobernar con el poder duro de su temeraria osadía. Y la mejor prueba es el recurso a la Fiscalía como punta de lanza: si queréis guerra, la tendréis. Así no solo logra marcar la agenda monopolizando la iniciativa sino que además redibuja el campo de batalla, pues ahora el enemigo principal ya no es el soberanismo catalán, que perderá parte de su anterior protagonismo, sino la reaccionaria derecha iliberal española.

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