El juego de ilusiones ópticas del artista Felice Varini en Madrid
El artista suizo hace una retrospectiva con su particular técnica entre la pintura y la instalación basada en la anamorfosis. Se puede ver hasta el 15 de febrero
Donde antes no había más que una gigantesca pared desnuda, ahora luce una obra de arte. El cambio lo advertirán quienes se acerquen hasta el 15 de febrero al callejón de Jorge Juan, en la zona comercial del barrio de Salamanca de Madrid: en la altísima superficie del fondo puede verse una fotografía de gran formato elevada a unos ocho metros sobre el suelo. Habrá quien crea estar ante un simple anuncio publicitario pero, si detiene la mirada, el visitante se dará cuenta de que la imagen se corresponde con el tramo de la calle Jorge Juan que queda a sus espaldas, de forma que la pieza actúa como si fuera un espejo que reflejara justamente lo que tiene enfrente. Como si el muro tuviera un punto de vista, un ojo, y lo que ese ojo ve se proyectara sobre su propia superficie.
La pieza seduce y nos desestabiliza al mismo tiempo, al forzar al espectador a replantearse su posición frente a ella. Se trata de una obra del artista Felice Varini (Locarno, Suiza, 1952) que ya se instaló hace un par de décadas en la Ciudad de México bajo el nombre Billboard, y que allí tomaba la forma de unas vallas publicitarias ubicadas sobre los edificios de la urbe.
Este es solo el anticipo de la exposición que espera dentro de la galería Albarrán Bourdais, en ese mismo callejón. Rodeado de elegantes tiendas de moda y objetos decorativos, el espacio madrileño de la española Eva Albarrán y el francés Christian Bourdais –antes llamado Solo, como la galería que la pareja tiene también en París– abrió allí hace algo menos de dos años para exponer la obra de grandes creadores internacionales como Christian Boltanski, Bertand Lavier o Dominique Gonzalez-Foerster. Y ahora, Felice Varini, del que ya mostraba una instalación permanente en un despacho.
Las obras más conocidas de Varini se basan en el principio de la anamorfosis, imágenes que requieren un determinado punto de vista para apreciarse de manera proporcionada. Así, el artista opera sobre los espacios, interiores o exteriores, pintando varias superficies de manera que al situarnos en un punto concreto los distintos tramos encajan componiendo una forma geométrica. Entre los edificios que ha intervenido de este modo, figuran tanto inmuebles contemporáneos como palacios históricos, e incluso un conjunto monumental tan emblemático como las fortificaciones medievales de la ciudad francesa de Carcassonne. En este mismo registro se mueven las piezas que componen la exposición madrileña, aunque con las lógicas diferencias que se derivan de tratar con interiores relativamente reducidos.
"Para mí todos estos proyectos son en esencia lo mismo", contaba a ICON Design, mientras remataba los ocho días que le llevó el montaje de la exposición. "Siempre parto de una realidad, de unos espacios con su construcción y su luz específica. Lo que cambia es que los monumentos son algo más abierto e imprevisible, todo el mundo puede acceder a ellos sin las restricciones que se dan en el espacio de una galería privada como esta".
Las piezas parten de un determinado objeto que ocupa una posición central en ellas, casi como si ese objeto fuera el que las irradia. Todas ellas han sido ya montadas con anterioridad, así que la muestra termina operando como un pequeño repertorio de las posibilidades que a lo largo de la carrera de Varini ha generado la relación entre objeto, espacio y pintura.
La primera obra, que puede contemplarse también desde el exterior, a través del escaparate de la galería, se llama 56, Avenue Président Wilson, y su primer montaje data de 1985, tras lo cual volvió a ponerse en pie en 2013 y este año (en Shanghái antes que en Madrid). En él, un piano de cola aparece enmarcado por una silueta de color rojo que, por lo quebrado de su contorno, parece convertir el objeto real, tangible, en una imagen pixelada salida de la pantalla de un ordenador o un teléfono móvil.
Para el espectador, el virtuosismo de la anamorfosis se desvanece frente a la ilusión óptica que transforma el instrumento en un ente virtual, desmaterializando esa pomposa solemnidad que refuerza el lacado negro de la superficie. Del mismo modo, en Disque dans l’ellipse, que sale al paso del visitante mientras sube las escaleras que conducen al piso superior, un perchero del que cuelga un sombrero queda enmarcado por una gran elipse anaranjada.
Pero quizá el trabajo más intrigante y complejo de la exposición sea Miroir fixe aux cinq cadrages, ("espejo fijo en cinco encuadres") originalmente realizado en 1994, en el que se retoma la misma idea de la imagen especular que aparecía en el muro exterior del callejón. Para contemplar las figuras rectangulares que componen la pieza es necesario mirar a través de un espejo, algo que se puede de cinco maneras o enfoques. En esta ocasión, el objeto del que parte todo, el espejo, funciona además como intermediario para el espectador, un visor a través del cual la pieza se configura y toma sentido. Varini añade así una capa más a la reflexión sobre la percepción del espacio que siempre se plantea cuando nos enfrentamos a una de sus obras. "Son objetos cotidianos los que desencadenan esa reflexión, pero también la obra pictórica a su alrededor", apunta el artista. "Esos objetos se vuelven partes integrantes de la pieza".
Pese a que todas las obras precisan complejas instalaciones, Varini se considera ante todo un pintor. Solo que trabaja con formatos no convencionales. Dispone de un equipo de montadores, pero él siempre se encuentra presente durante el proceso de mise en place, supervisando atentamente su trabajo: "Esto para mí es fundamental, y seguiré haciéndolo mientras viva, porque cada realización en un sitio distinto resulta muy satisfactoria. Sin embargo, creo que una obra no se acaba en sí misma, sino que es comparable a la música, cuyas partituras pueden reinterpretarse; a veces se hace mejor y a veces peor, pero siempre están vivas".
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