_
_
_
_

El filón de la malaria en las minas de oro

Las zonas mineras de Bolivar, al sur del país, sufren las consecuencias más trágicas del paludismo, una enfermedad que se creía ya controlada. Más de 320.000 casos se diagnosticaron en 2019. Una realidad que ayudan a combatir los equipos de MSF

Rosa Sabina Briceno, de 22 años, junto a su bebé en el ambulatorio de Santo Domingo (Las Claritas), después de dar a luz en un taxi.
Rosa Sabina Briceno, de 22 años, junto a su bebé en el ambulatorio de Santo Domingo (Las Claritas), después de dar a luz en un taxi.Adriana Loureiro Fernández
Más información
La epidemia que regresa con fuerza
Venezuela sufre el mayor aumento de casos de malaria del mundo
Así burlan los mosquitos el veneno de los insecticidas

Cuando uno piensa en una nación que atraviesa una gran crisis política y económica, lo primero que viene a la mente probablemente no es el oro. Pero en Bolívar, el estado más grande de Venezuela, la minería ilegal de oro ha estado pujando durante años y el metal amarillo se ha convertido en una motivación para que muchos venezolanos se dirijan hacia el sur del país, como una última oportunidad para ganarse la vida antes de regresar a casa o huir a Brasil.

Luis Henrique Ripa, por ejemplo, viene directamente de la capital venezolana, Caracas. Dejó a su familia atrás para venir a trabajar como minero en Las Claritas, un pequeño pueblo ubicado en el Municipio Sifontes, en el estado Bolívar. "Esta es la segunda vez que vengo aquí", nos dice cuando alguien le pregunta si ya ha visitado la zona. "Para ser sincero, no me gusta mucho, pero la oportunidad es demasiado tentadora. El primer día que llegué, encontré oro. Algunas personas buscan meses antes de hallar algo. Pero solo me tomó un día y lo interpreté como una señal. Estar aquí es una aventura, y lo que obtienes vale la pena".

El hecho de que Luis ahora esté postrado en cama, con un gran yeso cubriendo la mayor parte de su pierna derecha no parece motivo suficiente para que cambie de opinión sobre el viaje. Él sigue sonriendo e intenta olvidar su dolor. A principios de esta semana, se rompió la pierna después de una caída libre de 11 metros dentro de una mina de oro. Luis le pregunta a un médico local cuándo vendrá una ambulancia a buscarlo, pues sus lesiones son demasiado graves para ser manejadas en el ambulatorio local en el que se encuentra ahora. Tendrá que ser trasladado a un hospital para recibir un tratamiento adecuado.

Acostado en la cama a su lado hay otro joven llamado Yordan Pentoja. Yordan no se cayó, se enfermó. El paciente de 27 años también está siendo atendido en el ambulatorio por un tipo grave de malaria. Dice que le han diagnosticado la enfermedad una docena de veces desde que comenzó a trabajar en la mina de Piedra Dura, hace más de un año y medio. "La malaria es como una plaga por aquí. Tengo tantos amigos y colegas que la han sufrido que ya dejé de contar", observa. Cierra los ojos y agrega: "Vine al ambulatorio esta mañana porque comencé a sentirme terrible. Me duelen la cabeza y el estómago como el infierno" [Ver testimonio completo abajo].

Hace cincuenta años, Venezuela era presentado como uno de los principales países de América del Sur implicados en la batalla contra la malaria. Y aunque la enfermedad no se había erradicado por completo, se habían hecho esfuerzos para disminuir drásticamente el número de casos en el país. Pero en los últimos años, la enfermedad ha vuelto a aparecer en Venezuela. De hecho, en 2019, el país se clasificó como la nación más afectada en América Latina, con más de 320.000 casos diagnosticados.

“Si enfermarte es tu forma de seguir viviendo, entonces vale la pena”

Yordan Pentoja

Me llamo Yordan Pentoja. Tengo 27 Años. He estado trabajando en la mina por algunos años. Hoy vine al ambulatorio porque la malaria me golpeó de nuevo. Esta vez, con mucha fuerza. El punto de diagnóstico más cercano está a cuatro horas de distancia, así que no pude hacerme la prueba y vine directamente aquí. Sabía que tenía malaria desde el momento en que comencé a sentirme mal.

Vengo a este ambulatorio por primera vez para recibir tratamiento. Hoy temprano me dolían mucho la cabeza y el estómago y el calor realmente me estaba matando, tanto que me desmayé. Cuando me desperté, mis compañeros decidieron traerme. Me tomó cerca de tres horas y dos motocicletas diferentes llegar aquí. Los médicos me atendieron bien y el tratamiento es gratuito, lo cual ayuda porque no puedo pagarlo. Es la octava o novena vez que tengo malaria desde que comenzó el año, la última vez que la tuve fue hace tres meses.

La primera vez, la enfermedad estaba "oculta" en mi cuerpo. Fui a hacerme el diagnóstico cinco veces, pero no apareció nada. La gente seguía diciéndome que no la tenía. Me sentía tan mal que fui a un laboratorio privado en algún momento, para descubrir qué era. Los médicos allí me dijeron que probablemente se trataba de dengue. Me dijeron que debería tomar leche condensada y comer sardinas, entre otras cosas, para curar la enfermedad. Cuando hice lo que me habían dicho, mi situación empeoró. Entonces decidí ir con mi hermano, por última vez a hacerme la prueba de malaria y fue cuando resultó positiva. Para entonces, ya había pasado unas dos semanas sufriendo y había perdido cerca de 10 kilos. Estaba muy flaco, fue mi peor experiencia con la enfermedad. Aunque esta vez, también es mala.

Creo que he tenido malaria muchas veces porque es como una plaga en esta región del país. Muchos de mis colegas en la mina la han tenido, tantos que dejé de contar. Todos los días tomamos nuestras palas y vamos a trabajar. Nuestra vida es solo trabajo y cuando no trabajamos, dormimos. Mis compañeros y yo vivimos dentro de la mina, dormimos en hamacas porque venimos de todo el país y no tenemos casa aquí.

Cuando comencé a trabajar allí, compré un mosquitero para protegerme. Había oído que era un riesgo en esta área. Pero a menos que te vayas a dormir temprano, cuando te quedas afuera jugando a las cartas con los demás, los mosquitos te pican. Y eventualmente te enfermas. A pesar de esto, si Dios lo permite, continuaré trabajando aquí. La vida en la mina es difícil, pero no me arrepiento porque es la única forma de sobrevivir. Necesito llegar a fin de mes y, además, nunca podría irme de mi país. Si enfermarte es tu forma de seguir viviendo, entonces vale la pena.

No sé cuánto tiempo me quedaré dentro de la mina. Uno siempre sabe cuándo viene, pero nunca cuándo se va. No he visto a mi familia desde hace más de un año porque está muy lejos, pero también hago lo que hago por ella. Dentro de la mina creo que todos estamos buscando una vida mejor, para nosotros y para nuestras familias. Y uno generalmente no se va sin tener suficiente oro para establecer su propio negocio y volver a lo que de alguna manera es una vida normal. Pero tan pronto como te quedas sin dinero, no tiene más remedio que regresar. Y contraer malaria, una vez más.

"¿Ves? Este lugar es donde todo comenzó. O donde todo terminó, todo depende de cómo se mire", nos explica Yorvis Ascanio, un inspector de salud pública que trabaja para el programa Nacional de Malaria en Bolívar. Allí, en el Municipio Sifontes, la malaria ahora es endémica. "Cuando la crisis económica golpeó a Venezuela, también afectó mucho a la gente en Sifontes. Al principio, comenzamos a tener cada vez menos medicamentos en nuestro almacén. Pronto tuvimos que elegir a quién dar los pocos que teníamos, y tuvimos que enfocarnos solo en casos severos. Y fue la misma situación en otros ambulatorios y puntos de diagnóstico... He estado trabajando en esta área durante los últimos 12 años. He visto los altibajos de este lugar. Pero este último período está siendo extremadamente difícil para nosotros".

Médicos Sin Fronteras (MSF) comenzó a intervenir en 2016 en Bolívar para brindar apoyo al Programa Nacional de Malaria, en colaboración con el Ministerio de Salud. Desde entonces, hemos estado apoyando varios puntos de diagnóstico en Bolívar y ayudando con la provisión de un tratamiento adecuado para pacientes con malaria. Desde hace un año, también trabajamos con el Instituto de Malaria en Carúpano, en el estado de Sucre, aumentando su capacidad para combatir la malaria en el país.

En Bolívar, también ayudamos con lo que llamamos control de vectores: fumigamos casas y distribuimos mosquiteros a la población, para disminuir el riesgo de infección. Josué Nonato, uno de nuestros promotores de salud lo explica. "Mi trabajo es explicar a las personas cómo identificar los síntomas de la malaria y qué hacer cuando comienzan a sentirse enfermas, para asegurarnos de que puedan ser tratadas antes de que la enfermedad se vuelva demasiado grave".

En 2019, nuestra organización médico humanitaria sensibilizó a más de 55.000 personas a través de sesiones de promoción de la salud en el área. También trató a más de 85 000 personas por malaria, distribuyó más de 65.000 mosquiteros, roció 530 hogares y ayudó a llevar a cabo más de 250.000 pruebas de diagnóstico de malaria. Desde entonces, el número de casos ha disminuido en aproximadamente un 40% en el Municipio Sifontes. Para alcanzar estos objetivos, nuestra estrategia ha sido acercarse lo más posible a las personas que podrían verse afectadas por la enfermedad. Es por eso que la mayoría de los puntos de diagnóstico y tratamiento que supervisamos en asociación con el Programa Nacional de Malaria se encuentran directamente dentro de las minas.

"Pasamos de tener algunas veces alrededor de 200 personas haciendo cola frente a los puntos de diagnóstico, muchas de ellas infectadas con malaria, y de no tener suficientes tratamientos disponibles, a una situación un poco más manejable ahora", nos comenta Monserrat Barrios, especialista de laboratorio que está a cargo de capacitar a nuevos técnicos para trabajar con microscopios en los puntos de diagnóstico.

“Todo el mundo ha tenido malaria por aquí”

Sulay Lozano

Mi nombre es Sulay Lozano y tengo 22 años. Mi familia proviene originalmente de Ciudad Bolívar, pero la ciudad se volvió demasiado cara en los últimos años y mis padres ya no podían encontrar trabajo allí. Así que dejamos nuestro hogar para vivir un tiempo dentro de la mina. Luego, cuando mi madre quedó embarazada, nos mudamos a Las Claritas, un pueblo a las afueras de la mina.

En general, me gusta vivir aquí. Nos sentimos seguros y estamos en una mejor situación que en Ciudad Bolívar. Allí, no teníamos dinero pero aquí siempre podemos encontrar oro, incluso en pequeñas cantidades. Probablemente nos quedaremos por un tiempo.

Todos los días, mi padrastro, mis primos y hermanos van a buscar oro para ayudarnos a sobrevivir. Yo me quedo en casa con mi madre. Me levanto a las 6 de la mañana, preparo el desayuno y luego espero a que pase el resto del día... Todos vivimos en una habitación compartida hecha de láminas de plástico por ahora, pero construiremos algo de madera, cuando tengamos suficiente oro para eso.

Aquí pagamos todo en oro. Por ejemplo, el mosquitero que uso cuando duermo en mi hamaca me costó 0.8 gramos de oro. Fue bastante costoso, pero lo compré porque la malaria es una plaga en esta área. Tan pronto como dejas tu mosquitero, un mosquito te pica. Todos han tenido malaria por aquí. Sin embargo, no estoy demasiado preocupada, incluso cuando uno de nosotros se enferma. He tenido malaria 40 veces y mi hermano pequeño unas 10 veces. Mi madre, mi hija y mi sobrino también, en muchas oportunidades. Eso es algo normal para nosotros. Solo intentamos prevenirla cuando podemos y tratarla cuando nos da.

Ahora sé cómo identificar los síntomas y, por lo general, voy a pedir un diagnóstico tan pronto como empiezo a sentirme un poco mal. Cuando aún vivíamos dentro de la mina, tuve que comprar el tratamiento, no había forma de obtenerlo gratis. Una ronda completa me costaba alrededor de 1,5 gramos de oro en ese entonces. Era costoso, pero me habría costado aún más llegar al ambulatorio en la ciudad donde se proporcionaba de forma gratuita. Conozco personas que murieron de malaria, así que sé lo importante que es el tratamiento.

Hoy fui al ambulatorio de Santo Domingo para recibir tratamiento gratuito para mi hermano pequeño, Edgar. Ayer le dieron un diagnóstico positivo de malaria y se sintió demasiado débil para venir conmigo. Cada vez que voy al ambulatorio, trato de obtener una consulta. El hecho de que ahora vivamos cerca del ambulatorio y de que no tengamos que pagar los medicamentos allí es útil, porque no nos lo podíamos permitir.

Todos los días, trato de ayudar a mi familia tanto como puedo con los pocos medios que tengo. Mi madre está a punto de dar a luz, por lo que necesita que yo esté allí para ella y mi para mi familia. Otra razón por la que nos mudamos de las minas fue para que su parto fuese más fácil. Desde Las Claritas, solo tendremos que tomar un taxi durante una o dos horas para llegar a uno de los hospitales estatales. Debería ir bien... Solo espero que tengan los insumos para cuidarla. No siempre es el caso...

Cuando pienso en su futuro bebé, también pienso en mi propia hija. Ella tiene tres años ahora. Espero que pueda estudiar algún día. Espero poder volver a la escuela yo también. Dejé de asistir en quinto grado, cuando quedé embarazada. Pero los estudios son importantes si quieres trabajar. Y tendré que trabajar si alguna vez quiero pagar mi propia casa. Ese es mi único sueño.

Este año, también ayudamos a un ambulatorio local en Las Claritas, llamado Santo Domingo. Inicialmente construido para una población de 20.000 personas, ahora tiene que atender las necesidades de más de 75.000 que han venido a vivir a la zona en los últimos años. Allí, hemos estado reforzando la prevención, el diagnóstico y el tratamiento de la malaria, pero está también aumentando su apoyo para cubrir otras necesidades. Fanny A. Castro, una de nuestras coordinadoras médicas, lo cuenta: "Sabemos qué otros departamentos de Bolívar también necesitaban ayuda para hacer frente al número de pacientes, para poder tratar adecuadamente las enfermedades no transmisibles, por ejemplo, y manejar emergencias o referencias a otros hospitales. También estamos empezando a centrarnos cada vez más en la salud sexual y reproductiva con servicios como planificación familiar y partos. En general, queremos marcar la diferencia aquí y aumentar las posibilidades de la población a la hora de acceder a los servicios de salud. También hemos instalado un sistema de gestión de residuos y del agua alrededor del ambulatorio, lo que mejora considerablemente la calidad de la atención brindada."

Sin embargo, las necesidades médicas van mucho más allá de la epidemia de malaria. La crisis económica ha impactado profundamente en el sistema de salud en general en el país y se siente casi por todas partes. Por ello, intentamos responder a las necesidades más apremiantes en diferentes estados de Venezuela. 

Jean Hereu es coordinador general de Médicos Sin Fronteras en Venezuela.

La sección En Primera Línea es un espacio en Planeta Futuro en el que miembros de ONG o instituciones que trabajan en terreno narran sus experiencias personales y profesionales con relación al impacto de su actividad. Siempre están escritos en primera persona y la responsabilidad del contenido es de los autores.

Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter y Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra newsletter.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_