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Columna
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Un nuevo comienzo

Camus decía que toda generación se cree destinada a rehacer el mundo. Y, añadía, “la mía consiste en impedir que el mundo se deshaga”

Fernando Vallespín
Pablo Iglesias saluda a Pedro Sánchez tras la sesión de investidura.
Pablo Iglesias saluda a Pedro Sánchez tras la sesión de investidura. Pablo Blazquez Dominguez (Getty Images)

Por fin tenemos Gobierno. Después del largo parto es inevitable una cierta sensación de alivio y de afrontar con cierta esperanza este nuevo comienzo. A pesar de todo. A pesar de su frágil mayoría o del poco edificante espectáculo que se nos dio en el Congreso durante la investidura. A pesar de que tenemos la mayoría de nuestros problemas abiertos en canal y sin atisbos de solución. Puede que este débil optimismo se asiente sobre la mera intuición de que en algún momento hay que poner freno a esta deriva autodestructiva en la que estamos inmersos. Aunque sea más por agotamiento que por voluntad o convicción.

Tener Gobierno significa que pasamos de la guerra total entre facciones a pequeñas escaramuzas concretas. Ahora toca responder a propuestas específicas, no obstinarse en las enmiendas a la totalidad, en la descalificación global gratuita, en negar el pan y la sal al adversario. Esto no acabará con el bloquismo, desde luego, pero obliga a que los contendientes tengan que argumentar a favor o en contra de una determinada reforma o política pública. Ya no sirven las descalificaciones genéricas en nombre de patrias o principios impostados y mediante frases hechas. La discusión podrá concentrarse sobre algo más que el cainismo metodológico, por mucho que este esté bien presente detrás de cada intervención. Ahora al menos se tendrá que ocultar detrás de “razones” o contrapropuestas, no limitarse a meras invectivas o aspavientos.

Es un paso pequeño, pero, a pesar de todo, un avance. Por eso urgía tener un Gobierno; es decir, un parlamento que funcionara y una agenda política. Una disciplina. Y lo digo a pesar de no hacerme demasiadas ilusiones, impelido quizá por la misma gravedad de la situación, porque ya hemos tocado fondo en el deterioro político e institucional y la confianza ciudadana está bajo mínimos. Fracasar ahora y seguir regocijándonos en el espectáculo del enfrentamiento es suicida para todas las partes, equivale a bailar borrachos al borde del abismo. Por eso, y porque la aritmética parlamentaria manda, nadie puede aspirar a realizar su programa de máximos, todos tendrán que dar algún paso atrás. Todos.

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Camus decía que toda generación se cree destinada a rehacer el mundo. Y, añadía, “la mía consiste en impedir que el mundo se deshaga”. Me temo que esta es también la tarea que tiene frente a sí esta nueva generación de políticos, evitar que se nos desbarate la política y acabe arrastrando a la democracia. Ahora importa menos el cómo hemos llegado hasta aquí, algo que sabemos todos, que el cómo podemos salir de esta. Y deberá estar guiada por evitar el mal mayor, el único impulso al que Hobbes atribuía la capacidad de anteponer la razón a los intereses de parte, abandonar el potencial de aniquilación mutua por la cooperación. Si a la vez conseguimos legislar, emprender reformas y abordar los problemas de futuro, mejor que mejor. Pero la tarea prioritaria consiste en abandonar los discursos del odio y mutarlos en estrategias de entendimiento. Aprovechemos este nuevo comienzo, que no se convierta en otro final.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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