Rafael Guastavino: el arquitecto valenciano que reinventó Nueva York (y se ganó a Jackie Kennedy)
Desde que Jacqueline Onassis inició una batalla legal para salvar la estación Grand Central que levantó el español, su obra en Estados Unidos ha ganado adeptos que se hacen llamar 'guastafarians'. El siguiente paso, descubrir los secretos que dejó en España
Las obras de renovación de la estación Pensilvania de Manhattan han dejado al descubierto un antiguo pasadizo de techos abovedados cubiertos de baldosas blancas del edificio original demolido en 1964. No existe duda alguna sobre su autoría. Son la marca del constructor y emprendedor Rafael Guastavino (Valencia, 1842). Más conocido como ‘el arquitecto de Nueva York’. El sobrenombre se lo puso el diario The New York Times cuando falleció el 2 de febrero de 1908, con tan solo 66 años, después de una vida digna de novela y de construir algunos de los edificios más importantes de la historia de la arquitectura de Estados Unidos.
El catálogo de su herencia contiene casi un millar de obras repartidas por todo el país. Unas 360 en la ciudad de los rascacielos, entre las que se encuentran símbolos urbanos como la estación Gran Central, la entrada del Carnegie Hall o el Museo de Historia Natural. Todas ellas tienen las bóvedas tabicadas de ladrillo plano de origen árabe y larga tradición en el mediterráneo español, con las que conquistó el sueño americano. Su gran logro técnico fue agrandarlas para albergar monumentales edificios públicos para el deleite del ciudadano. Son tan reconocibles que cada vez que los obreros de Manhattan sacan a la luz un nuevo vestigio de sus construcciones acude la prensa.
"Descubrimos nuevos proyectos todos los años, tal vez de la misma manera que Colón descubrió América", cuenta John Ochsendorf, profesor del MIT de Boston y responsable de la exposición itinerante sobre el arquitecto español que en 2012 despertó la fiebre Guastavino. Desde entonces, se han multiplicado los artículos y mapas que catalogan sus obras. En Nueva York se derribaron al menos 32 de sus edificios como las cocheras de la joyería Tiffanys, el original hotel Ritz-Carlton o los baños públicos de la calle 28 en el barrio de Chelsea.
"Aún se destruyen algunos", lamenta el experto, que se dedica a buscar y clasificar las obras en las que participó el español que patentó en 1885 su sistema de arcos con azulejos. Mientras en EE.UU. crece su popularidad hasta el punto de que sus admiradores se reconocen bajo el nombre de guastafarians, en España su figura es casi desconocida. Las primeras citas en los libros de arquitectura datan de 1970. Hasta que en 2016, el documental El arquitecto de Nueva York dirigido por Eva Vizcarra y que ganó el Delfín de Oro en Cannes, lo puso ante los focos.
La gran estafa y un nuevo mundo de posibilidades
Guastavino escapó de Barcelona en 1881 tras montar un fraude piramidal con pagarés para sufragarse el viaje a Estados Unidos. A partir de ahí, perdió todo contacto con su país natal. Fue un buscavidas, excéntrico, mujeriego y comerciante sin igual. Llegó con 39 años, sin hablar inglés, un hijo de nueve años, su amante, las dos hijas de esta y los 40.000 dólares de la estafa en el bolsillo. Había dejado tras de sí una carrera consolidada con obras como la fábrica textil Batlló o el Teatro La Massa, en Vilassar de Dalt.
Se encontró con una ciudad en plena ebullición. Se multiplicaban los comercios, las fábricas y los inmigrantes que no paraban de llegar desde todo el mundo. Pero con un problema, los incendios que ponían en duda la seguridad de las estructuras de madera con las que se construía, algo que preocupaba especialmente tras el gran incendio de Chicago (1871). Él tenía la solución y para demostrarlo lo hizo a la manera tradicional valenciana. Construyó una bóveda en la calle, llamó a la prensa y le prendió fuego para demostrar su resistencia.
Su performance no convenció al principio. La primera oportunidad la encontró en Boston. El estudio de arquitectura más importante de la época, McKim, Mead & White, lo contrató para construir las bóvedas de la Biblioteca Pública de la ciudad. A partir de entonces, le llovieron los proyectos. Pasó de arquitecto a constructor, y montó una fábrica para producir los ladrillos y los azulejos policromados con los que construía sus bóvedas. Así nació la Guastavino Fireproof Construction Company, que hizo rico a su propietario y fue heredada por su hijo hasta su jubilación en 1943.
Visita virtual con Google Maps a Guastavino's, un característico edificio del arquitecto valenciano que hoy se alquila para eventos
"No solo eran arquitectos, también fueron decoradores de interiores, ingenieros estructurales y albañiles", explica Ochsendorf. "Rara vez figuran como arquitectos en los registros”, señala el experto. Padre e hijo siguieron la tradición española del antiguo "maestro de obras" que construía las grandes catedrales góticas e introdujeron las bellas artes en la arquitectura estadounidense, algo que encajaba encajaba con los cánones historicistas de los movimientos arquitectónicos más pujantes en Estados Unidos, el neomedievalismo (inspirado en las formas románicas y góticas) y el beaux arts (defensor de la belleza en el arte civil).
La compañía llegó a tener 12 oficinas por todo el país, más de 24 patentes de construcción y numerosos proyectos, cuya realización necesitaba el apoyo de mucha mano de obra.
Pasado el tiempo, las obras de los Guastavino siguen imponentes, dando una lección de la mejor arquitectura civil. Es imposible pasear por Nueva York sin pasar por debajo de una de sus bóvedas. Ahí están la Galería de los susurros en el sótano de Grand Central, cuyos arcos de doble parábola permiten que dos personas puedan tener una conversación de columna a columna sin alzar la voz; el contiguo Oyster Bar, el lugar más accesible para disfrutar de los techos tabicados; la bóveda de la catedral de San Juan el Divino, la capilla de Saint Paul de la Universidad de Columbia, la estación de metro del Ayuntamiento de Nueva York, la oficina del registro de inmigrantes de Ellis Island o las bóvedas del puente de Queensboro, que conecta Manhattan con Queens.
Las principales universidades, como Harvard, Yale, Cornell, West Point, la Universidad de Chicago y la Universidad de Carolina del Norte, tienen bóvedas del arquitecto español. También emprendió proyectos privados para las grandes fortunas de la época como los Astor, Rockefeller o Vanderbilt.
Los secretos sin descubrir que dejó en España
Guastavino padre se trajo a Estados Unidos las agallas y la arquitectura en los genes. Cuarto hijo en una familia con 14 hermanos, pasó su infancia muy cerca de la Lonja de la Seda de Valencia, cuyas columnas en forma de palmera recuerdan a las del mercado bajo el puente Queensboro. Su tatarabuelo fue el constructor de la iglesia arciprestal de San Jaime de Villarreal (Castellón), cuyas bóvedas son similares a las de San Juan el Divino. Se mudó a Barcelona para estudiar en la Escuela de Maestros de Obras y se cuenta que inspiró a Gaudí en su desarrollo del modernismo catalán.
Las recientes investigaciones hacen sospechar que España aún guarda los grandes secretos de este emprendedor. "Fue responsable de docenas de edificios a fines de 1800, pero sabemos muy poco sobre estos proyectos", desvela Ochsendorf. El país del que escapó y que nunca reconoció su hazaña es, irónicamente, "la nueva frontera" para los estudiosos de la arquitectura de Guastavino. Solo falta que el interés viaje de vuelta al mediterráneo.
El reciente descubrimiento de los restos en la estación Pensilvania ha hecho aflorar otro de los impactos del español. Sin Guastavino muchos edificios históricos de EE.UU. se hubieran perdido entre las laxas leyes de protección del patrimonio.
El dramático derrumbe de esta joya de la arquitectura, construida en 1910, cuya desaparición los neoyorquinos aún lamentan, permitió salvar la estación Gran Central. Gracias a una campaña liderada por Jacqueline Kennedy Onassis que acabó ante el Tribunal Supremo. En junio de 1978, la justicia prohibió su demolición y sentó las bases para las futuras leyes de protección del patrimonio. Muchas de las obras de los Guastavino eran ya los objetos más preciados de la arqueología urbana de Manahattan.
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