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Navegar al desvío
Columna
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Zona a Defender

Manuel Rivas

Lectura fácil, de Cristina Morales, no es un libro gracioso. Es de un humor rebelde conectado al dolor. Cosido en carne viva a su tiempo.

Zone À Défendre (ZAD) es una denominación que se extendió en Francia para definir los espacios que no deberían ser profanados por megaproyectos urbanísticos o por intervenciones de alta violencia catastral. El término surgió de la larga resistencia frente al intento de construcción de (otro) aeropuerto en Nantes, el Grand Ouest. Los opositores decidieron acampar allí en 2010, se unieron a los campesinos y mucha gente acabó cultivando la tierra. No fue un camino de rosas. Hubo grandes operativos policiales para expulsarlos y se demolieron cabañas y espacios colectivos como la biblioteca. Pero, al final, el rico ecosistema de humedales quedó protegido y no se construyó el aeropuerto. Esa experiencia se extendió a otros conflictos y hoy existen alrededor de una docena de estas ZAD o zonas a defender.

En el mundo deberían multiplicarse las zonas a defender. Ya metidos en sueños, la propia tierra debería ser una ZAD. En vez de perdernos en abstracciones, la utopía más razonable sería reencantarse con el planeta que habitamos. Protegerlo para que nos proteja. Con frecuencia, ocurre lo contrario. Aquello que debería estar más defendido es lo más vulnerable. Lo más inseguro. Hay una nueva carrera armamentística, pero no es la seguridad lo que la impulsa. La inseguridad está en la creciente pobreza infantil. La inseguridad está en la imagen de esa madre abrazada a su criatura en el inmenso cementerio marino que hoy es el Mediterráneo. La inseguridad está en ese sistema criminal que llamamos machismo. La inseguridad está en el calabozo donde se extingue Julian Assange. La inseguridad está en el expolio de ríos y tierras que sufren poblaciones indígenas en el silencio de la intemperie informativa. La gran inseguridad, en fin, la angustia planetaria es el resultado de una aceleración depredatoria que, en precisa diagnosis abismal del antropólogo Emilio Santiago Muiño (revista La Maleta de Portbou), “nos ha arrojado a una situación de extralimitación ecológica insostenible”.

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Una modesta tarea contemporánea sería detectar zonas a defender. Hacer nuestro propio mapa de ZAD. En la vida, en la naturaleza, en la cultura.

Si me engancho a un libro, por ejemplo, siento que estoy dentro de una zona a defender. ¿Cómo es un libro ZAD, o un filme, o un cuadro? Es un lugar que no quieres abandonar. No por comodidad, al contrario. La comodidad es propia de la cultura transgénica, de la literatura de karaoke o selfi. El libro o película ZAD es un lugar rebelde, con las palabras en vilo, excéntrico por orillero. Te engancha porque te desequilibra. En la pista circense, no es un déjà vu sino un jamais vu. Al leer te sientes como un equilibrista ícaro. Con vértigo, con los pies descalzos, pero seguro.

Esa es mi experiencia con Lectura fácil, de Cristina Morales. Confieso que me interesé por el libro, Premio Herralde, editado en diciembre de 2018 por Anagrama, cuando fue elegido hace poco Premio Nacional de Narrativa y por el revuelo informativo que siguió a las incandescentes declaraciones de la autora, que en algo me recordaron el grito de “rabia y vergüenza” de Max Estrella en Luces de bohemia, en esa escena donde caminamos por un suelo histórico de “cristales rotos”.

En las reacciones, no faltó el político, arquetipo del centrista descentrado, que amonestó a la escritora por sus declaraciones, pero que además la instó a devolver el importe del premio. Olvidó el prócer que lo que se premia es una novela y no las opiniones de la autora sobre la actualidad. Lástima que él y otros escandalizados no reaccionasen en clave ZAD: defender la libertad de expresión y acudir a la librería o a la biblioteca, zonas a defender, para gozar con una compañía indómita en la víspera electoral.

Leí Lectura fácil en un viaje en tren de Galicia a Madrid. La portada lucía como una camiseta con la leyenda: “Ni amo, ni dios, ni marido, ni partido, ni de fútbol”. Pero no es un libro gracioso. Es de un humor conectado al dolor. Cosido en carne viva a su tiempo. Supe muy pronto que estaba en una Zona a Defender. Una ventaja que tiene leer en un tren gallego es que te sitúas en “otro tiempo”, que es también el de la literatura. Es el único ferrocarril en el mundo que está en obras desde antes de la invención de la locomotora. Qué delectación de tiempo perdido, qué glamour transiberiano.

Así, además de Lectura fácil, pude leer con demora crepuscular la Galería de rara antigüedad, de Jaime Siles. Allí donde se dice: “No olvidéis nunca esto: vivid en la metáfora hasta que os canséis”. Otra maravilla de la boca de la literatura. Otra Zona a Defender.

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