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Columna
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Reflujo populista

Hay que tomarlo como lo que es, más síntoma que enfermedad, pero cuando se tarda en reaccionar puede convertirse en una peste, que es lo que nos ha sucedido en los últimos años

Lluís Bassets
El presidente de EE UU, Donald Trump.
El presidente de EE UU, Donald Trump. JONATHAN ERNST (Reuters)

Retrocede allí donde funcionan las instituciones. Y no unas instituciones cualesquiera, sino las instituciones de la democracia, el conjunto de reglas y costumbres surgidos de las urnas y de los consensos parlamentarios con el propósito de preservar la propia democracia.

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EDITORIAL | ‘Impeachment’
Mantener viva la república

La institucionalización de la democracia es todo lo contrario de la emisión de un voto, una sola vez, con capacidad de hacer cambiar el rumbo de la historia, sea el referéndum del Brexit, sea el voto de los delegados para la elección presidencial que llevó a Trump a la Casa Blanca.

Las instituciones cambian, evolucionan, y a veces desaparecen, cuando quedan obsoletas. El Tribunal Supremo del Reino Unido que ha desautorizado a Boris Johnson tiene solo 10 años de vida, pero ha rendido un enorme servicio a la democracia al corregir el abuso de poder del primer ministro con el que marginaba al Parlamento en el debate del Brexit.

Más serio todavía es el caso de las instituciones de la democracia estadounidense, en la que son tres las que están actuando en defensa de los derechos y libertades de los ciudadanos y de su Estado de derecho. La más antigua, el impeachment, es una salvaguarda constitucional para limitar los poderes del presidente. Solo se ha desenfundado tres veces, aunque nunca ha culminado su tarea de destituir a un presidente que haya abusado de su poder, haya traicionado a su país o haya cometido crímenes o faltas de gran gravedad. Otra es el fiscal especial, nombrado por el secretario de Justicia con capacidad para investigar si conviene al propio presidente. La tercera, y quizás la más importante, es la protección de los funcionarios que denuncien actos ilegales cometidos dentro de la Administración, conocidos como wistleblowers (literalmente, los que utilizan el silbato de alarma).

Por cuarta vez en la historia de EE UU va a empezar un impeachment, después de que un fiscal especial, Robert Mueller, no consiguiera implicar directamente al presidente en la interferencia rusa en las elecciones. Pero esta vez ha actuado un wistleblower, y, lo que es más importante, el propio Donald Trump, que se negó a testificar ante Mueller, ha reconocido abiertamente el acto presuntamente punible, consistente en solicitar a un país extranjero que interfiriera en las elecciones presidenciales.

El populismo avanza allí donde fallan las instituciones democráticas. Hay que tomarlo como lo que es, más síntoma que enfermedad, pero cuando se tarda en reaccionar puede convertirse en una peste, que es lo que nos ha sucedido en los últimos años.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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