Los surfistas escondidos en la selva colombiana
El deporte se ha convertido en una alternativa para cientos de niños en una de las zonas más castigadas de Colombia. Una liga del país ha contado por primera vez con un representante en un mundial
El día que Omar aprendió a surfear, todavía faltaban muchos años para que supiese lo que era ese deporte. Solo repetía lo que hacían el resto de sus amigos. Robar una tabla de debajo del colchón o un trozo de madera y coger las olas. Un día tras otro. Arriesgarse mar adentro, a pesar de que sus padres se lo tenían prohibido. Guardaban ropa seca en escondrijos cerca de la playa y jugaban un poco al fútbol antes de volver a casa para que nadie supiese que habían estado en el agua.
Han pasado más de 15 años desde aquellos planes perfectos que pocas veces funcionaban. Hoy Omar Alfonso Reyes Moreno ya sabe lo que es el surf y es una de las personas detrás del club Tiburones de Nuquí. Uno de los cuatro que componen la liga del Chocó, una iniciativa que se ha convertido en una alternativa viable para cientos de niños de este rincón castigado en la costa pacífica de Colombia.
“Cuando nos escapábamos, porque no nos dejaban surfear, veníamos, nos cambiábamos y al mar. Otros lo hacían desnudos. Lo importante era llegar sequitos a la casa”. Así era su día a día cuando, en el 2002, su camino se cruzó con el de Josefina Klinger, activista social en la comunidad.
Omar era pequeño, pero Josefina llevaba más de 10 años intentando cambiar la realidad de los habitantes del Chocó. “Había que hacer que los niños crecieran de forma que, cuando salieran de Nuquí, llevasen un nuevo elemento su equipaje: valorar lo que eran como personas y el territorio porque allí se sintieron felices”, reflexiona Klinger, hoy directora de la organización comunitaria Mano cambiada. Dentro de esa estrategia de cambio de perspectiva, el surf encajó a la perfección.
El Chocó es una región azotada por la violencia (guerrillera y paramilitar) y un lugar estratégico para el narcotráfico, un corredor de la droga como punto de unión natural entre Sudamérica y Panamá
Junto a la Fundación Plan, Josefina logró la donación de 14 tablas. Y se montaron tres grupos de aprendizaje por edades. La idea era crear una generación de relevo. Que cuando los instructores se marchasen el proyecto se sostuviese por sí mismo. Pero no fue posible y todo quedó en nada, o eso parecía. La semilla, sin embargo, había quedado plantada y el surf acabó resurgiendo en la región. El año pasado, la liga del Chocó contó con su primer representante en un mundial.
Vivir mar afuera
En el Chocó, la línea entre la selva espesa y el océano Pacífico lo marca todo. Desde allí nacen y se extienden los manglares, fuente de sustento y protección. De allí salen, y allí regresan, cada día, los pescadores. Y allí esperan las olas. Las mejores de Colombia, dicen los locales. Esa línea es la referencia para todo aquel que se aventura mar adentro o, como dicen los chocoanos, mar afuera.
Habitada en su mayoría por afrocolombianos descendientes de esclavos, el Chocó es una zona de aguas cálidas en superficie y frías en las profundidades, un refugio de la biodiversidad mundial, un paso obligado en las migraciones de grandes mamíferos marinos y un vergel pesquero. Es, también, una región azotada por la violencia (guerrillera y paramilitar) y un lugar estratégico para el narcotráfico, un corredor de la droga como punto de unión natural entre Sudamérica y Panamá.
El 80% de la población se encuentra con las necesidades básicas insatisfechas, como señala el informe de la Organización Internacional para las Migraciones de la ONU. La región es, también, uno de los conjuntos de ecosistemas más amenazados por el cambio climático, la subida del nivel del mar y la acidificación de los océanos en Colombia, como indica el último informe de la Fundación MarViva sobre la zona.
La infancia y la adolescencia son, probablemente, las etapas más complicadas en esta esquina de la costa pacífica. Según Unicef, el Chocó enfrenta las tasas de mortalidad infantil más altas de Colombia; y muchos niños y adolescentes no tienen asegurados derechos básicos como la seguridad alimentaria o la salud sexual y reproductiva. Además, una gran parte vive situaciones familiares difíciles y sufre directamente los problemas de seguridad pública de la región y la escasez de oportunidades.
Santiago Mosquera era uno de esos niños. Hoy es un adulto con una visión muy distinta de lo que puede ofrecer su territorio. El año pasado, entre el 26 de octubre y el 4 de noviembre, cumplió un sueño al alcance de pocos. Fue el primer representante del Chocó en un mundial de surf. Como parte de la selección colombiana, con 18 años, se subió a las olas de Huntington Beach, en California, arropado en la distancia por los más de 200 jóvenes que conforman su liga.
“Santiago Mosquera es hoy un líder en su comunidad. Si le preguntas a los niños quién es el surfista famoso que conocen, dicen Santiago Mosquera. Es un referente”, asegura Katherine Sutton, presidenta de la liga. Santiago es, además, el ejemplo de aquella semilla que se plantó en Nuquí y que acabó brotando unos kilómetros más al sur, en el corregimiento de Termales.
El momento de la liga
Mientras el proyecto de Josefina Klinger se enfriaba, los hermanos Tello —Néstor y Dionisio— entraban en contacto con el surf de la mano de los turistas. Trabajaban en un hotel de Termales, combinando las guías para avistar ballenas con el acompañamiento a turistas que venían buscando las olas del Pacífico. Tenían unas pocas tablas que les habían regalado y con ellas practicaban en sus ratos libres. Cada vez eran más, así que en 2012 formalizaron la primera escuela y el primer club.
Uno de esos turistas que iban a ver ballenas fue un australiano llamado Ryan Butta. Su guía, en el verano de 2013, era Néstor Tello. Cuando Ryan se enteró de que en Termales también había anidado la pasión por el surf, no tuvo dudas. Al año siguiente regresó con un puñado de tablas bajo el brazo, creó la Fundación Buen Punto y empezó a trabajar con el Ministerio de Relaciones Exteriores y con la Unesco. Esta fundación sigue siendo uno de los grandes apoyos del surf chocoano.
Pero todavía faltaban más astros por alinearse. Katherine Sutton se había enamorado del Chocó trabajando con Josefina Klinger y en 2013 se construyó una cabaña en Partadó para pasar las vacaciones. Allí guardaba algunas tablas que le había regalado un amigo. Cuando el río que separa Partadó de Termales crecía, los niños del pueblo no podían acudir a sus clases con los hermanos Tello. Le pedían las tablas a Katherine y ella se las alquilaba a cambio de botellas plásticas para reciclar.
Así se sentaron las bases del segundo club en formalizarse y de la liga de surf, oficializada en 2017. “Hoy somos la liga más grande de Colombia con cuatro clubes y 237 niños y jóvenes de cuatro corregimientos de Nuquí implicados”, explica la presidenta. La conforman Pelícanos de Termales, Pescadores de Partadó, el Club Arusí Surf y Tiburones de Nuquí.
Además, hay otros tres clubes en marcha, expandiendo la fiebre de las olas a otros municipios del Chocó y añadiendo otros 50 deportistas a la liga. Tienen, de media, una tabla por cada 10 jóvenes. Casi todas, viejas y gastadas. Pero mientras esperan, impacientes, su turno, sueñan.
Con la excusa del surf
Medioambiente, pesca sostenible, reciclaje, educación, género… Las mismas palabras se repiten en todos los clubes. Tanto, que llegan a ser más importantes que el propio surf. “Lo que se busca es blindar a los niños de los impactos negativos que pueden tener las actividades de los adultos. Si el niño no se protege, corre riesgos con el narcotráfico, con el consumo de drogas, con la prostitución… Hay que empoderarlos”, explica Klinger.
La activista lleva 30 años “con la misma cantaleta” y su mensaje ha encontrado relevo en otras generaciones. Omar y su mujer, Catalina Díaz, bogotana adoptada por el Pacífico, aprovechan el club Tiburones de Nuquí para inculcar respeto por el medio ambiente y las tradiciones de la comunidad, enseñar la importancia de reciclar y reutilizar el plástico que acaba en las playas y reforzar las buenas prácticas de pesca sostenible para proteger los recursos y el mar. “El surf es la excusa para meterles muchas cosas en la cabeza a los niños”.
También trabajan para que las niñas no se sientan mal por hacer surf. “Para que no sufran bullying con comentarios del tipo ‘esa niña parece un hombre’ por practicar deporte”. Y para que todos los jóvenes ganen disciplina, aprendan a respetarse y se apliquen en el colegio. “Tenemos niños que eran terribles en casa, nunca iban a la escuela y que han ganado disciplina con el surf”.
El mismo esquema se repite en Termales. Allí, para los casi 100 jóvenes que participan en el club Los Pelícanos, cada día de clase empieza igual: recogiendo basura de la playa, de su playa.
“Muchos de estos niños están en situación de vulnerabilidad. Viven violencia familiar. Viven el abandono de los padres. Están entre los paramilitares. Están entre los narcotraficantes. No tienen coberturas básicas, no hay ni acueductos ni alcantarillado. Viven en unas condiciones en las que ningún niño debería vivir”, explica Lucas Marroquín, presidente actual de la Fundación Buen Punto. “El surf es una vía de escape y de valores. El deporte es muy poderoso por muchas razones”, apunta.
Tienen, de media, una tabla por cada 10 jóvenes. Casi todas, viejas y gastadas. Pero mientras esperan, impacientes, su turno, sueñan
Para los cuatro clubes y la liga, el sueño es seguir creciendo. Convertir el Chocó en la mayor cantera de surfistas de Colombia. Pero sin olvidar su verdadera misión. “Queremos poder seguir robándole niños a los grupos al margen de la ley que delinquen en la zona”, asegura Katherine Sutton. “El surf representa oportunidades de una vida productiva y sana para los niños. El deporte tiene que ser un derecho de la infancia”.
Los acuerdos con la guerrilla de las FARC en 2016 abrieron una ventana de paz en Colombia. Pero el país se enfrenta a nuevos escenarios de violencia. El cultivo de cocaína sigue creciendo de la mano de un narcotráfico todavía muy poderoso. Los paramilitares y otras guerrillas siguen controlando importantes zonas del territorio. Y el Estado tampoco ha hecho una apuesta clara por la paz. En un país donde cada cuatro días muere asesinado un líder social y con más de 12.000 homicidios al año, los surfistas improbables del Chocó siguen soñando con mucho más con que con una tabla nueva.
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