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El mito veraniego del ‘Rodríguez’: el español frustrado sexualmente que elevamos a la categoría de héroe

Una casa sin una mujer era la oportunidad del hombre de la clase media tardo-franquista para sentirse como un rey, ¿pero qué connotaciones (y legado) tiene esta expresión que aún seguimos utilizando?

La figura del rodríguez, mito de la cultura popular española en los 60 y los 70, era aspiracional: si el hombre cumplía con su deber asignado se merecía satisfacer sus impulsos sexuales de vez en cuando. En la imagen, Paco Martínez Soria, ejerciendo de perfecto Rodríguez, en una escena de la película 'El turismo es un gran invento' (1968).
La figura del rodríguez, mito de la cultura popular española en los 60 y los 70, era aspiracional: si el hombre cumplía con su deber asignado se merecía satisfacer sus impulsos sexuales de vez en cuando. En la imagen, Paco Martínez Soria, ejerciendo de perfecto Rodríguez, en una escena de la película 'El turismo es un gran invento' (1968).

Simón, el protagonista de la obra Usted puede ser un asesino (Alfonso Paso, 1958), justificaba así su decisión de contratar a una prostituta mientras su mujer estaba en la playa con los niños: “Llevo todo el año trabajando como un negro, tengo derecho a echar una cana al aire”. La figura del rodríguez, un mito de la cultura popular española en los 60 y los 70, era aspiracional: si el hombre cumplía con su deber asignado (cabeza de familia, trabajador, proveedor) se merecía satisfacer sus impulsos sexuales de vez en cuando sin hacer mucho ruido. Al fin y al cabo la ley penalizaba el adulterio femenino, no el masculino. ¿Pero existió de verdad el rodríguez? ¿O fue acaso una fantasía para aliviar la frustración del marido en la cárcel de su hogar, tan inalcanzable en realidad como las novelas rosas que leía su señora?

En El cálido verano del señor Rodríguez, López Vázquez intentaba aprovechar su libertad para echar un polvo extramatrimonial, convencido de que la infidelidad ocasional era “una cosa muy europea” que por fin llegaba a la clase media tras décadas de practicarse solo entre los ricachones

Si Rodrigo proviene del germánico Hrod-riks, “glorioso reino”, una casa vacía en verano era lo más parecido que tenía el hombre de la clase media tardo-franquista a sentirse como un rey. El desarrollismo económico que marcó aquella época, con empleos estables y vacaciones en la costa, llenó las playas de amas de casa y de niños, mientras los padres seguían trabajando en la ciudad y (como mucho) visitando a la familia los fines de semana. La mujer (“la maruja”, “la parienta”, “la enemiga”) ostentaba un rol dual, forzoso y desagradecido: una ciudadana sometida socialmente a su marido en la calle pero una figura de autoridad dentro de casa. A ella se le exigía que salvaguardase el recato familiar y por tanto censuraba, regañaba y castigaba las actitudes irresponsables del marido. La reacción del marido era, como ocurría tanto en Usted puede ser un asesino como en El cálido verano del señor Rodríguez (Pedro Lazaga, 1965) y otras comedias celtíberas de la época, no respetar a su esposa y a la vez vivir atemorizado por ella.

En 'El cálido verano del señor Rodríguez' (1965), el personaje de José Luis López Vázquez estaba convencido de que la infidelidad ocasional era “una cosa muy europea”. La película popularizó el término “estar de rodríguez”.
En 'El cálido verano del señor Rodríguez' (1965), el personaje de José Luis López Vázquez estaba convencido de que la infidelidad ocasional era “una cosa muy europea”. La película popularizó el término “estar de rodríguez”.

En la comedia de Lazaga (uno de los más importantes narradores de la transformación de España en los 60 con La ciudad no es para mí, Sor Citroën o Los tramposos), José Luis López Vázquez vivía su propia versión de La tentación vive arriba (1955). En este clásico de Billy Wilder, el personaje de Marilyn Monroe figuraba en los créditos como “la chica” (su título en inglés, The Seven Year Itch, “el picor de los siete años”, hacía referencia a las ganas de tirarse a otra mujer tras siete años con la misma). En El cálido verano del señor Rodríguez, López Vázquez intentaba aprovechar su libertad para echar un polvo extramatrimonial, convencido de que la infidelidad ocasional era “una cosa muy europea” que por fin llegaba a la clase media tras décadas de practicarse solo entre los ricachones. La película popularizó el término “estar de rodríguez” (originado, según otras fuentes, de que el tercer apellido más común en España era el elegido por los adúlteros para presentarse en los burdeles) pero también sermoneó con una moraleja final: López Vázquez acababa dándose cuenta de que no era ningún ligón, asumiendo que no podía valerse por sí mismo y deseando que la parienta y los niños volviesen a casa.

Si el rodríguez era un héroe aspiracional para el español medio, la sueca era su santo grial. El crecimiento del turismo europeo en la España de los 60 creó el mito de la tía buena exótica que llevaba bikinis y era desinhibida

“Los componentes identitarios de la masculinidad rodriguezesca no provocan una crisis de los valores franquistas ni debates más allá de una crítica burlesca solapada”, analiza Mary Nash en su ensayo Masculinidades vacacionales y veraniegas: el rodríguez y el donjuán en el turismo de masas. “No se propone subvertir el orden social y de género establecido. El rodríguez ni siquiera pretende transformar la institución familiar, que quiere custodiar a pesar de fingir que la vive de manera asfixiante y con falta de libertad. La culpabilidad por romper las normas de conducta es central en su retrato. La autoridad masculina del rodríguez queda teñida de dudas y de ansiedad, ya que solo goza de libertad condicional en ausencia de su esposa. En este sentido, la popularización de la masculinidad en términos de rodríguez evidencia una cierta tolerancia del régimen y de la sociedad sobre los límites del comportamiento sexual de los casados”. Es decir, los censures permitían que se bromease con los deseos sexuales del rodríguez (con una mirada entrañable, comprensiva e incluso justificadora) pero recomendaba no consumarlos por el bien de la continuidad de los valores nacionalcatolicistas.

Cartel de la película 'Tres suecas para tres Rodríguez' (1975).
Cartel de la película 'Tres suecas para tres Rodríguez' (1975).

“Nombrar es una manera de establecer normas, ya que los nombres forman parte de un orden simbólico que aporta legitimidad a partir del poder de representación”, concluye Nash. Si una comedia de enredo con José Luis López Vázquez (quien también protagonizó la adaptación al cine de Usted puede ser un asesino en 1961) sugería que no pasaba nada por intentar echar una canita al aire, la figura del rodríguez quedaba adscrita al sistema y, por lo tanto, no suponía una amenaza contra ese sistema. El mito del rodríguez aliviaba la ansiedad del hombre por estar a la altura de su rol asignado, pero a la vez ridiculizaba sus inseguridades para asegurarse de que tampoco se viniera tan arriba. En Tres suecas para tres rodríguez (Pedro Lazaga, 1975) tres tipos con las caras de Tony Leblanc, Rafael Alonso y Antonio Ozores trazaban un plan para ligarse a tres guiris que en realidad solo les hacían caso para timarlos y esconder drogas en sus pisos. El rodríguez quedaba por tanto retratado como un pringao, un falso pichabrava (fofo, calvo y sin talento para ligar, porque cuidarse era considerado vanidoso y afeminado) destinado al fracaso que disfrutaba de una libertad ficticia, porque en realidad jamás sería capaz de satisfacer a una mujer sexualmente experimentada como “la sueca”. De hecho, Rafael Alonso en Tres suecas para tres rodríguez vivía acomplejado por no ser capaz de dejar preñada a su mujer. Gracias a su aventura con las suecas, acaba consiguiéndolo y la comedia culmina como otra reivindicación de que como en casa no se está en ningún sitio.

"La autoridad masculina del rodríguez queda teñida de dudas y de ansiedad, ya que solo goza de libertad condicional en ausencia de su esposa. La culpabilidad por romper las normas de conducta es central en su retrato"

Mary Nash, 'Masculinidades vacacionales y veraniegas: el rodríguez y el donjuán en el turismo de masas'

Si el rodríguez era un héroe aspiracional para el español medio, la sueca era su santo grial. El crecimiento del turismo europeo en la España de los 60 creó el mito de la tía buena exótica (muy rubia y muy alta) que llevaba bikinis y que era desinhibida y, desde el punto de vista de los José Luis López Vázquez, un poco tonta y facilona. Sin embargo, en todas las películas sobre canitas al aire veraniegas, la esposa acaba apareciendo para quitarle la tontería al marido, ejercer su rol como castradora y, en definitiva, restablecer el orden. De nuevo, no es un ejercicio exclusivamente ibérico: en Atracción fatal, la mujer del inútil de Michael Douglas tenía que disparar a su amante (Glenn Close) para volver a ser un matrimonio supuestamente feliz.

La popularidad del rodríguez llevó al diario Arriba, durante el verano, a dedicar su sección doméstica La mujer y la casa al hombre. En concreto a esos hombres “que en sus primeros días de soledad respiran tranquilos porque pueden ver su programa favorito sin líos, porque la esposa no les molesta con las malas notas que ha traído el churumbel y porque hasta se descalzan sin que nadie les critique”. Este manual para el rodríguez les enseñaba a calentar al baño maría las latas de conserva (“callos o perdiz estofada”) que les había dejado la señora, les advertía de que cogieran la bandeja del horno con un paño porque “está que arde” y les introducía a innovaciones domésticas como la bolsa de basura negra, comercializada en España desde 1966, y explicaba qué hacer con ella una vez estuviese llena.

El mito del rodríguez aliviaba la ansiedad del hombre por estar a la altura de su rol asignado, pero a la vez ridiculizaba sus inseguridades para asegurarse de que tampoco se viniera tan arriba

La realidad del rodríguez era, por tanto, bastante menos picante que su fantasía. La libertad consistía en ahorrarse los atascos de la España pre-autopistas (con millones de coches con bacas atestadas de maletas y saliendo y volviendo de la ciudad exactamente el mismo día), en ahorrarse escuchar a los críos gritando “¿falta mucho?” y en ahorrarse aguantar a “la suegra”. A cambio, el marido gozaba del piso por fin para él solo. Y para lo que aprovechaba era para dar rienda suelta a su virilidad por defecto (solo campante en ausencia de la feminidad y de la infancia) viendo la televisión sin que nadie pasase por delante, teniendo la casa manga por hombro sin que nadie le exigiese responsabilidades o entrando y saliendo de casa a deshoras sin dar explicaciones. En definitiva, el rodríguez utilizaba su libertad condicional para comportarse como un adolescente y no levantar (ni limpiar) la taza del váter, dejar que los cacharros se apilasen en el fregadero, no hacer la cama porque total iba a volver a meterse en ella por la noche y, como se decía entonces, “pasar olímpicamente” de todo. A mí, plim. Una rebeldía contenida dentro del sistema. La mujer, por su parte, pasaba sus vacaciones sufriendo el doble de estrés que los once meses restantes.

¿Y qué fue del rodríguez? Como tantas otras vías de escape necesarias durante el franquismo, se extinguió con la democracia. El matrimonio fue dejando de ser una imposición autoritaria y el marido dejó de entenderlo como una prisión: hoy disfruta de sus hijos sin considerarlos un estorbo, se coordina con su mujer para pasar las vacaciones juntos y sabe dónde están los cubos de la basura. En 2013, una encuesta mostró que el 98,3 % de los hombres y mujeres que se quedan solos en verano realizan a diario las tareas del hogar. También señaló que lo más parecido a un rodríguez que queda en España son los abuelos, a cargo de sus nietos durante el invierno y liberados de su rol de niñeros en verano.

El rodríguez solo pudo existir en un momento muy concreto con unas imposiciones morales, económicas y sociales determinadas. Pero ha sobrevivido en el imaginario colectivo

La cultura española ya no deposita sobre los hombros del marido la virtud de la provisión y sobre los de la mujer la virtud de la decencia, porque ahora ellos y ellas comparten ambas virtudes, pero la monogamia sigue siendo el formato de relación oficial. Sin embargo, las canitas al aire no se crean ni se destruyen, solo se transforman. La tecnología ha facilitado la infidelidad (Tinder, Instagram, WhatsApps furtivos con un/a compañero/a de trabajo) y a la vez ha impedido que un marido pueda pasarse dos días sin cogerle el teléfono a su mujer durante las vacaciones. Los hombres, que ahora pueden ser infieles si quieren en cualquier estación del año, dedican su soledad a actividades que no existían en los 60: los videojuegos, el deporte o socializar con amigos más allá de aquel bajar al bar a apoyar el codo en la barra durante horas.

El rodríguez, por tanto, solo pudo existir en un momento muy concreto con unas imposiciones morales, económicas y sociales determinadas. Pero ha sobrevivido en el imaginario colectivo. En 1989, Andrés Calamaro fundó en Madrid su banda Los Rodríguez en honor a la relación a distancia que mantenía con su novia de Buenos Aires. La discoteca madrileña La rodríguez organiza despedidas de soltero y una web de viajes lanzó en 2017 la campaña #Kayakderodriguez para la gente que se quedaba en la ciudad mientras sus amigos (la familia elegida, no impuesta) se iban de veraneo. Lo que no ha cambiado es que uno de cada tres divorcios se solicita en septiembre. Puede que el rodríguez ya no esté operativo, pero sus deseos extramatrimoniales siguen vivos y ahora, por fin, puede hacer algo al respecto y cambiar su vida si tanto le agobia. Eso sí que es libertad.

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