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Columna
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El cambio es para los valientes

Lo que resulta extraño es que aquellos que se autodenominan líderes progresistas, etiqueta que necesariamente evoca el deseo de cambio, sólo vean incentivos sin apreciar las oportunidades

Jorge Galindo
El presidente en funciones, Pedro Sánchez, durante el debate de investidura celebrado este martes, 23 de julio.
El presidente en funciones, Pedro Sánchez, durante el debate de investidura celebrado este martes, 23 de julio.Pablo Blazquez Dominguez (Getty Images)

Incentivos. Últimamente nos encanta esa palabra. La utilizamos (con razón) para explicar cualquier acontecimiento de la vida pública. Consideremos la trayectoria reciente de los tres partidos españoles que se definen a sí mismos como progresistas. Decimos que uno, Ciudadanos, ha girado hacia la derecha y ahora pacta exclusivamente con los conservadores porque tiene incentivos para ello: es en ese espacio donde puede crecer electoralmente. Los dos restantes, PSOE y Unidas Podemos, llevan meses desgastándose en una negociación carente de confianza hasta el último minuto en lugar de buscar puntos comunes de partida porque carecen de incentivos para un pacto sincero: la incertidumbre electoral es elevada; nadie quiere dar pasos en falso que ahuyenten a los votantes potenciales (muchos compartidos por ambos), o que produzcan un Gobierno sobre el que después no habrá poder de veto por la imposibilidad de una mayoría alternativa en el Congreso.

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Todo ello es cierto, y aparentemente impide la consolidación estable de cualquier proyecto progresista. Sin embargo, si esta fuese toda la verdad, el cambio sería siempre inviable en cualquier faceta de la vida. Pero sabemos bien que no lo es: las personas operamos dentro de una estructura de incentivos determinada, sí, pero también de oportunidades.

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Es por ello que la ciencia social también nos muestra que la voluntad importa. Sobre todo la de nuestras élites políticas. Sus decisiones implican renuncias (precisamente a los incentivos), pero también pueden venir con premios porque cuentan con la capacidad de condicionar tanto las opciones futuras (propias y ajenas) como la perspectiva de sus propios electorados. ¿Y si Rivera hubiese mantenido el centro político y la posibilidad de pacto con el PSOE? Habría perdido votos volátiles, pero estaría ganando solidez entre moderados de ambos lados gracias a su acceso al poder. ¿Y si Iglesias y Sánchez entablan una negociación sincera desde el mismo 29 de abril? No podrían jugar tanto a robarse apoyos hoy, pero estarían en disposición de producir reformas para obtenerlos mañana.

Son decisiones que requieren valentía política, cierto es, pero por eso mismo el cambio nunca ha sido para los cobardes. Lo que resulta extraño es que aquellos que se autodenominan líderes progresistas, etiqueta que necesariamente evoca el deseo de cambio, solo vean incentivos sin apreciar las oportunidades. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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