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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado
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Capitalismo

Marxismo y ciudad

El materialismo histórico ante la cuestión urbana

Un viandante pasa por delante de una oficina del Deutsche Bank en el centro de Londres.
Un viandante pasa por delante de una oficina del Deutsche Bank en el centro de Londres.Tolga Akmen (AFP)
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Bajo el enunciado Pensar la emancipación. Radicalidades y movimientos sociales en un mundo polarizado se celebraba a mediados de junio pasado en Barcelona la Historical Materialism International Conference, un encuentro de varios días consagrados de manera monográfica e intensa a exaltar la vigencia de la obra de Karl Marx, reunión que un periodista se permitió describir como una especie de rave marxista. Su escenario fue uno de los espacios autogestionados de la capital catalana, la Nau Bosnik, en el barrio de La Sagrera.

En la ciudad capitalista no existe ningún espacio que no sea privado o privatizado, destinado a devenir tarde o temprano en fuente de beneficio de particulares

Uno de los ejes en que se dividió el acontecimiento fue el urbano, organizado por el Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà, el OACU. El asunto central fue el de cómo, tal y como subrayaba el programa de esta sección de las jornadas, hoy día, las ciudades son elementos fundamentales en los procesos de acumulación capitalista. La producción y los servicios, pero también la vivienda y el espacio público se han convertido en objeto de rentabilidad. Esto las convierte, además, en escenario privilegiado para la confrontación social, de tal manera que lo que Manuel Castells llamó la cuestión urbana está del todo pendiente.

El proyecto teórico marxista no abordó el desarrollo de la ciudad capitalista, con la excepción del clásico de Engels La situación de la clase obrera en Inglaterra, publicado en 1845 y que incluye un capítulo en muchos sentidos seminal titulado "Las grandes ciudades". Es en los años 60 y 70 que, desde perspectivas enfrentadas, Manuel Castells —que luego fue derivando hacia la socialdemocracia— y sobre todo Henri Lefebvre, entendieron la pertinencia de analizar las dinámicas urbanas desde los postulados del materialismo histórico. Luego, vinieron David Harvey, Neil Smith o Tom Slater —que clausuró la sección de la conferencia sobre ciudades— a continuar en esta línea que ha contemplado la gentrificación en clave de lucha de clases.

Hacer ondear las cosas escritas por Marx y Engels es ahora más urgente que nunca, cuando no vemos por doquier sino ejemplos de cómo las grandes dinámicas de mutación urbana son gestadas y gestionadas desde la lógica neoliberal, es decir, a partir de los principios de un capitalismo cuya meta nunca ha cambiado a lo largo de todas sus fases y que el final de la película no en vano titulada El capital, dirigida por Costa-Gavras en 2012, resume: robar a los pobres para repartirlo entre los ricos.

Ese capitalismo, en su actual etapa posmoderna, le exige al Estado la reducción al máximo a su papel de arbitraje económico y atención pública, pero que le asigna un papel clave como su cooperador institucional, tanto por lo que hace a la represión de sus enemigos —reales o imaginados— y la contención asistencial de la miseria, como a la producción simbólica y de efectos especiales al servicio del buen funcionamiento de los mercados.

Ahora bien, todo ello está siendo acompañado de actuaciones que invocan altisonantes principios abstractos, irrevocables y universales, como son el capital humano, la sostenibilidad ambiental, el multiculturalismo, la calidad de vida, el humanismo tecnológico, el cosmopolitismo, la participación ciudadana y otras expresiones ideológicas del capitalismo compasivo. Es lo que, en El capital, Karl Marx llama "fetichización de la mercadería", una manera en este caso de darle altura "moral" al espacio urbano subastado, espacio tanto privado como público, puesto que en la ciudad capitalista no existe ningún espacio que no sea privado o privatizado, destinado a devenir tarde o temprano en fuente de beneficio de particulares.

En resumen, usando el dialecto teórico marxista, a lo que estaríamos asistiendo es a un proceso ya mundial de traducción de lo que fue valor de uso de la ciudad —relativo a la ciudad gastada, practicada, vivida, soñada por sus habitantes y transeúntes— en valor de cambio. Por decirlo como hubiera querido Henri Lefebvre, el capitalismo convierte la ciudad como creación y como obra en la ciudad como producción y como producto destinados a un mercado de compraventa de ciudades y fragmentos de ciudad. Así, de la mano del capitalismo, las ciudades ya no son obra constantemente creada y recreada por sus ciudadanos, sino simple objeto de la depredación y la codicia de una minoría de poseedores que ni las aman ni las entienden.

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