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El pensador francés Henri Lefevre pide una racionalización de la vida urbana

La búsqueda de respuestas a los nuevos fenómenos civilizadores, que no fueron expresamente estudiados por Marx, caracteriza la trayectoria vital del pensador marxista francés Henri Lefevre. Los problemas de la vida cotidiana, del espacio y el hábitat humano son temas prioritarios en la investigación y bibliograria de este viejo contestatario -fue expulsado del PCF en 1.956-, que ha venido a Bilbao para participar en los actos conmemorativos del centenario de Marx, programados por el Instituto para Estudios Sociales.

Al cabo de una dilatada vivencia como testigo y actor de la hístoria y el pensamiento de su tiempo, Henri Lefevre, que nació en 1901 y se reivindica un filósofo de la vida política, piensa que la interrogante existencial en este momento "es determinar si la razón humana será capaz de dominar la tecnología o, por el contrario, actuará como elemento de destrucción de la especie y el planeta".En relación con su primera obra, El materialismo dialéctico (1939), el clásico manual para neófitos conocido en España bajo el título El marxismo, en edición suramericana, las últimas publicaciones de Lefevre -El derecho a la ciudad, De lo rural a lo urbano, Espacio y política- desarrollan el discurso del autor en torno al espacio urbano, al que concede una categoría política e ideológica.

Para Lefevre, el espacio urbano de hoy, la ciudad, "donde se concentran los centros del poder, el tener y el saber", ha aplastado a la ciudad histórica, sin ningún modelo de repuesto ni alternativa. "El crecimiento de las ciudades y la industria es un fenómeno paralelo, pero mientras este último se ha beneficiado de todas las aportaciones de la tecnología, intervenciones del Estado e incluso de una cierta planificación en la mayoría de los países, las ciudades han experimentado un crecimiento aberrante, salvaje y desordenado, al margen de cualquier idea creativa o planificadora", afirma Lefevre.

Ninguna de las ciudades que el filósofo y urbanista ha estudiado en distintos continentes ofrece, para Lefevre, un marco idóneo para la vida de los ciudadanos. Al menos no se atreve a citar ninguna urbe de estas características. "Es una cuestión delicada", comenta.

Un concepto oscuro

Su conocimiento in situ de una buena parte de las ciudades del mundo y sus estudios desde el Centro de Investigaciones Científicas, del que fue director, en la capital francesa, han llevado a Lefevre al convencimiento de que la actual ciudad no sirve y, en consecuencia, defiende con urbanistas y arquitectos el movimiento que aboga por la posmodernidad.Un concepto ciertamente oscuro, según reconoce el pensador, ya que, de hecho, se plantea un doble movimiento, que puede significar una vuelta atrás, hacia el clasicismo, así como un avance hacia el futuro, a la búsqueda de nuevas formas arquitectónicas y urbanísticas.

Pero si sus críticas en ciertos aspectos coinciden con las de los ecologistas, Lefevre afirma tajante que está "radicalmentee en contra", de las conclusiones de los citados grupos. Porque para Lefevre, la ciudad continúa siendo "el principal foco de civilización y la única medida o escala en la que la política puede hacerse verdad o realidad para los ciudadanos".

¿A quién correspondería la planificación de la nueva ciudad y el espacio urbano? "A arquitectos y urbanistas, por supuesto. Pero también a los propios usuarios de la ciudad", responde Lefevre, para quien la idea de la nueva ciudad "significa la reapropiación del, espacio, del entomo y, en definitiva, de la ciudad, como si se tratara del propio cuerpo para el habitante". Una idea que, remacha Lefevre, "conlleva necesariamente la autogestión territorial y la descentralización política, que es el horizonte insustituible de la democracia".

Contra cualquier idea centralizadora, Lefevre aboga por la participación de las minorías, dentro de "la idea de la nueva ciudadanía", que defiende.

"Existe una idea de la ciudadanía, basada en los derechos humanos consagrados por la revolución francesa, que hay que defenderlos y desarrollarlos, a través de una serie de derechos concretos, a la salud, a la educación y al bienestar, de todos los habitantes: Los niños, las mujeres, los trabajadores. Se trata, en definitiva, de disponer del derecho a la ciudad como centro de civilización. Esta idea de la nueva ciudadanía encierra un mismo y nuevo concepto jurídico-político, a través del cual la ciudad alcanzaría una fuerza importante y un espacio propio en el mundo moderno, del mismo modo que lo tienen ya la nación y el Estado, la empresa y la familia".

Inquieto ante todos los fenémenos culturales, sintiéndose especialmente tocado por el movimiento superrealista, al que estuvo vinculado junto a sus amigos Elouard, Bretón, Aragón y Tzara, y sociológico de su tiempo, al que define como un siglo trágico por las contradicciones que conlleva entre el progreso y la catástrofe, Lefevre muestra su preocupación ante la encrucijada existencial. del momento. "Cuando se siguen de cerca las cuestiones armamentistas, se tiene un sentimiento trágico, y desde hace medio siglo planea sobre la humanidad una duda".

¿Es que el hombre y la tierra caerán en el delirio de la autodestrucción o, por el contrario, se impondrá la razón y el pensamiento humano para evitar la catástrofe?", se pregunta Lefevre, a quien le gusta definirse como "un filósofo de la vida política".

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