Noticias de Europa
La Unión solo es posible si se mantiene la hermandad de actuaciones entre Francia y Alemania, los dos colosos cuyo enfrentamiento la arrojó tantas veces al desastre
"Todo empezó con la reconciliación francoalemana”. Esta sencilla frase, definitiva para entender el proyecto europeo, se la escuché pronunciar con machacona insistencia hace más de veinte años al entonces presidente de Francia, François Mitterrand. En tiempos de la memoria histórica, las nuevas generaciones no han de olvidar que la Europa democrática de hoy, como la España democrática, son fruto de la reconciliación entre enemigos tras unas terribles guerras fratricidas que causaron cerca de cien millones de muertos en la primera mitad del siglo XX. Comprendo la frustración y aun el desaliento que el fracaso de los iniciales pactos políticos para designar la cúpula del poder de la Unión Europea ha generado en algunos; pero me sorprende el escaso valor que tantos comentaristas atribuyen al hecho de que los nuevos acuerdos se basen en un entendimiento explícito entre París y Berlín, por no hablar de su abierto rechazo al tratarse de una solución que recupera las necesidades de la geopolítica. Esta fue precisamente la semilla de la construcción de Europa y se trata de defender el futuro de la Unión en uno de los momentos más difíciles de su historia, caracterizado por el abandono inminente del Reino Unido y la eclosión de nacionalismos de todo tipo. Lejos de parecerme por eso una traición al Parlamento la fórmula adoptada, creo que la decisión de Merkel y Macron, con el apoyo implícito o explícito de Pedro Sánchez, garantiza un liderazgo estable y claro para los próximos cuatro años. Algo absolutamente necesario si se quiere hacer frente a las veleidades de los euroescépticos, las tendencias autoritarias del grupo de Visegrado y la exaltación nacionalista de la extrema derecha en Francia e Italia.
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Tampoco entiendo las descalificaciones apresuradas de los candidatos a la nueva dirección, que deben someterse en cualquier caso a la votación parlamentaria. Es de lamentar sobre todo el menosprecio hacia el historial de las candidatas femeninas, acusada Ursula von der Leyen de inexperta y Christine Lagarde de ignorante, cuando menos a efectos de la política monetaria. Durante años he coincidido con ellas en multitud de foros internacionales, públicos y privados, y al margen mis diferencias con determinadas opiniones o decisiones suyas, nunca he apreciado las flaquezas o debilidades que se les atribuyen. Von der Leyen tiene un currículo considerable como ministra de Trabajo, de Asuntos Sociales y Defensa en Alemania, una experiencia internacional de primer orden y, a pesar de su acendrada fe católica, un abultado expediente a favor del movimiento LGTBI, el matrimonio homosexual y las políticas de género. Nada que le identifique como reaccionaria. La presencia en el Banco Central Europeo de Christine Lagarde, estrecha colaboradora de Chirac y Sarkozy, encumbrada ahora por Emmanuel Macron, permite sospechar una continuidad en las decisiones de Draghi que han facilitado la recuperación económica del continente, lejos del fanatismo germánico a favor de la consolidación fiscal. Pero, al margen la presencia de estas dos mujeres al frente de los destinos del continente, conviene insistir en la buena noticia del retorno a los fundamentos. Europa solo es posible si se mantiene la hermandad de actuaciones entre los dos colosos cuyo enfrentamiento la arrojó tantas veces al desastre, lo mismo que la democracia española perecerá si los herederos de quienes restañaron en la Transición las heridas de la Guerra Civil se empeñan en agitar la confrontación en nombre de sus ideologías y a favor de sus ambiciones.
Debemos felicitarnos también por el nombramiento de Josep Borrell como responsable de la política exterior. Se trata de un activo para la posición de España en el conjunto europeo que con toda justicia puede atribuirse a la gestión de Sánchez, y también al aprecio que Borrell tiene entre los eurodiputados. Su nombramiento constituye además un jarro de agua fría para el movimiento independentista catalán, que verá más disminuido su ya escaso reconocimiento internacional. Las quejas por el abandono de la regla no escrita acerca de los spitzercandidat, con ser comprensibles, no deben empañar las virtudes del nuevo pacto que ha de ser ratificado ahora por el Parlamento. Estamos ante el ejercicio del poder político fundacional frente a la confusión, el fulanismo y el oportunismo de otros agentes menores.
Es de lamentar el menosprecio hacia el historial de Ursula Von der Leyden y de Christine Lagarde
La tarea a emprender no es pequeña. Siendo las cuestiones relativas a la inmigración las más lacerantes desde el punto de vista de los derechos humanos y el sentido real de la democracia, hay otras a corto plazo sobre las que la Comisión no puede seguir mirando para otra parte, como tantas veces ha hecho. Las veleidades antidemocráticas de los Gobiernos polaco y húngaro; las debilidades institucionales de los antiguos países del bloque soviético incorporados a las libertades tras la caída del muro de Berlín; la inconsistencia de las relaciones con Moscú, especialmente tras su invasión de Crimea; la incapacidad para hacer frente al histrionismo de Trump y sus dañinas ocurrencias para el desarrollo del comercio mundial, y el posicionamiento en la nueva geopolítica global son asuntos pendientes para la Bruselas comunitaria. No me cabe duda de que el equipo que en breve ha de hacerse cargo de la misma está más capacitado, es más relevante, más coincidente con la expresión de los ciudadanos en las elecciones y más capaz de resolver los retos del futuro que el que abandona ahora sus empleos. Necesita, eso sí, un sentido más visionario y menos burocrático de la política del que hasta ahora ha reinado en Bruselas. Solo se echa en falta una presencia adecuada de los verdes, en momentos en que el calentamiento global es una amenaza sentida por la población y despreciada en cambio por la ideología reaccionaria.
Las cuestiones relativas a la inmigración son las más lacerantes desde el punto de vista de los derechos humanos
Potenciar el Parlamento como Cámara legislativa es, por último, una necesidad urgente que no puede ser boicoteada de continuo por los intereses nacionales, al parecer tan decisivos en la discusión sobre los nombramientos. La suposición de que el Consejo, presidido ahora por un liberal, pueda funcionar como segunda Cámara de representación territorial es una arbitrariedad, sobre todo mientras se siga empleando el derecho de veto. Tras años de una acelerada ampliación, insuficientemente debatida, Europa necesita hoy un esfuerzo de profundización. No podrá llevarse a cabo si no se recuperan y no son respetados los valores referentes a los derechos humanos y el ejercicio de la democracia. La política de inmigración no puede rendirse a las veleidades xenófobas del populismo nacionalista. La independencia de los tribunales no puede ser boicoteada y burlada por el autoritarismo rampante en algunas capitales, ni limitada la libertad de expresión en nombre de la corrección política. Por último, la Europa a dos velocidades, que existe de hecho desde hace décadas, no puede contemplar impertérrita que quienes avanzan más despacio o dan marcha atrás en función de sus particulares intereses, continúen entorpeciendo el progreso del conjunto. Es necesario que la eurozona aborde sin complejos los vacíos y contradicciones que afectan a las políticas económicas y fiscales tan divergentes entre muchos de sus miembros. La unión monetaria fue contemplada desde un comienzo como cimiento fundamental para la cohesión política, pero esta no se logrará si no se dan pasos decisivos en el sentido que apuntamos.
Ha habido cesiones y pasos atrás en las decisiones que comentamos, pero sobre todo ello han prevalecido las necesidades del pragmatismo y la defensa del proyecto. Los líderes españoles deberían aprender la lección y dejarse ya de personalismos, abandonar las fanfarronadas y mirar a la cara a sus electores. Si conservadores, socialdemócratas y liberales son capaces de sellar pactos en el continente, aunque susciten críticas y rechazo en sus propias filas, ¿por qué no hacerlo en nuestro país mientras continúan sonando los timbres de alarma?
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