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Columna
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Gobernar en minoría

Lo que Sánchez recibió de las urnas fue un mandato para configurar una mayoría sólida y operativa, y eso sólo es posible poniendo sobre la mesa compromisos claros que apunten en alguna dirección

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, el pasado 2 de julio en Bruselas.
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, el pasado 2 de julio en Bruselas. Thierry Roge/BELGA/dpa

La democracia es el gobierno de la mayoría; no solo es eso, pero inexcusablemente es, al menos, eso. La minoría socialista, sin embargo, aspira a gobernar en solitario, según parece. Con poco más del 28% de los votos y una tercera parte de los escaños que componen el Congreso de los Diputados, Pedro Sánchez viene exigiendo su investidura desde la misma noche electoral. Y se lo reclama a todos, a izquierda y derecha, como si nada tuvieran que ver esos posibles apoyos con las políticas a desarrollar durante la próxima legislatura.

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Sus preferencias parecen inclinarse por el bloque que propició la censura de Rajoy pero, como ha quedado demostrado en su primer año de gobierno, esa mayoría negativa es incapaz de construir nada. Sin unos presupuestos propios, abusando del decreto-ley y carente de una estrategia definida para hacer frente al desafío secesionista, el gobierno más frágil de nuestra historia reciente ha dado muestras sobradas de su inmensa debilidad. Sánchez tuvo un buen resultado electoral dadas las circunstancias, pero no consiguió su investidura a través de las urnas. En rigor, se quedó muy lejos de la Moncloa, bastante más que González en 1993, Aznar en 1996 o Rajoy en 2016. Exactamente obtuvo los mismos escaños que resultaron insuficientes para la investidura de este último en 2015.

La estrategia monclovita ha creado un trampantojo que dificulta ver lo evidente. Las urnas reflejaron la voluntad clara de una mayoría de españoles, la que conforman todos aquellos que reclaman una España unida, europeísta y capaz de administrar con eficacia las cuentas públicas para así garantizar el Estado de bienestar. A partir de ahí, sin duda, vienen distintas preferencias y matices no menores. Esa mayoría sensata y reformista, pragmática y ambiciosa a un tiempo, la integran los votantes de las fuerzas políticas centrales, socialistas, populares y ciudadanos. Juntos suman más del 70% de los escaños, y deben constituir, pese a quien no lo quiera ver, la columna vertebral de cualquier proyecto nacional.

No hablo de abstenciones de salón, garantía de la mayor inoperancia. Ahora se trata de asumir responsabilidades y riesgos. Lo que Sánchez recibió de las urnas fue un mandato para configurar una mayoría sólida y operativa, y eso solo es posible poniendo sobre la mesa compromisos claros que apunten en alguna dirección. Hablar de “igualdad, digitalización, transición ecológica y fortalecimiento del proyecto europeo” es un sarcasmo de mal gusto cuando urge dar respuesta a la situación en Cataluña, a los pensionistas presentes y futuros, a la situación de nuestro sistema educativo y a tantas otras cosas mucho más tangibles e inmediatas. Articular una mayoría es la tarea de quien aspira a la presidencia; pavonearse en su minoría es un triste error.

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