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Seis conversaciones que deberíamos tener antes de compartir piso con un desconocido

La convivencia puede ser infernal, pero solo si no eres una persona previsora y dejas de plantearle estas cuestiones a los candidatos por adelantado

A los españoles nos colgaron hace tiempo el sambenito de que no nos gusta compartir piso. Claro que no, ¿a quién le gusta? Y es que no se trata de ser más o menos cool, sino de tener más o menos euros; si tienes dinero, ya seas americano, danés o noruego, vas a optar por vivir sin retirar todas las mañanas los pelos atascados de un desconocido del desagüe de la ducha. Compartir la vivienda con personas que no conoces de nada es excitante cuando estás en la universidad porque significa experimentar, hacer tus primeros pinitos con la libertad y forjar un recuerdo para toda la vida. Pero la cosa se hace menos llevadera cuando es la única manera de poderte permitir un alquiler, lo que sucede habitualmente: según datos del Consejo de la Juventud (CJE), solo un 19,4% de los menores de 30 años logra emanciparse porque un alquiler en solitario puede llegar a significar el 85,4% de su salario.

Partiendo de que la gran mayoría de la población llega a esta situación obligado por las circunstancias, lo menos que se le puede pedir a la suerte es que te mande un compañero que te haga la vida agradable o, por lo menos, que no te busque demasiados problemas. Porque convivir con platos sucios apilados en el fregadero (no saber usar el lavavajillas no es una excusa), rollos de papel higiénico que nunca se reponen, luces que se dejan encendidas todo día, escaqueos a la hora de pagar las facturas y visitas inesperadas a horas intempestivas puede desquiciar a cualquiera. No podemos garantizarte que tu elección sea exitosa si sigues estos consejos, pero es seguro que hay algunos temas que, si se sacan a la luz antes de elegir a los compañeros para dejar claras las posturas que ambos tenéis al respecto, te harán la convivencia más llevadera.

Sobre el tipo de contrato: ¿Mancomunado o solidario?

El dinero, cuando falta, la raíz de muchos problemas de convivencia, sobre todo cuando hay algún compañero de piso que se escaquea por costumbre. Por ello hay que hablar de los gastos de la casa que se van a compartir, cómo y cuándo hacerlos efectivos. Aún es más importante saber que, dependiendo del tipo de contrato de arrendamiento que firmes, estarás más o menos protegido en caso de que la otra persona deje de efectuar los pagos.

Hay varias fórmulas jurídicas que rigen el alquiler de un piso compartido. Si optáis por un contrato solidario (es decir, que el propietario de la vivienda os hace firmar un solo contrato a todos los ocupantes haciéndoos responsables de la totalidad del alquiler y los gastos), tienes que saber que el impago de la parte correspondiente a uno de tus compis, o la marcha de uno de ellos, os hará al resto responsable. Por lo tanto, al responder por los demás, si no quieres acabar pidiendo dinero prestado te interesa preguntar por la solvencia del resto (si trabajan, su sueldo, cuántos años llevan en la empresa…) Aunque puede que te interese más la otra opción, el tipo de arrendamiento mancomunado, en el que cada uno firmará un contrato con el propietario y, en el caso de que uno de los inquilinos no pagara su parte, no se le puede reclamar al resto (estos contratos se hacen normalmente cuando lo que se alquilan son las habitaciones con derecho a usar los espacios comunes de la casa).

Una pregunta básica: ¿Has compartido piso anteriormente?

Hay personas de naturaleza conflictiva, que no saben convivir y que están siempre dispuestas a montarla con cualquier excusa, personas que es mejor detectar a tiempo. Si ya has hecho una criba telefónica, queda con los finalistas a tomar un café. Saca tiempo de dónde puedas, pero es mejor ver la cara y, sobre todo, examinar el lenguaje no verbal de la persona con la que te cruzarás todas las mañanas por el pasillo al despertarte. Es cierto que en la primera toma de contacto no vas a conocerla en profundidad, pero los psicólogos nos dicen que sí que puede ser suficiente para hacerte una pequeña idea. "No se trata de someterle a un tercer grado, pero sería interesante conocer sus experiencias pasadas en situaciones similares. Ello nos dará una impresión de cómo ha resuelto conflictos interpersonales y si ha sido suficientemente flexible en las relaciones con los demás", explica la psicóloga Esther Blanco.

Este primer y rápido encuentro puede servir para preguntarle si ha compartido piso anteriormente y cómo fue la experiencia. También puedes preguntarle si le importa que pidas referencias (por ejemplo, si te facilita el teléfono de personas con las que ha convivido anteriormente es una señal que te indica que no tiene nada que esconder) y también para observar ciertos rasgos que pueden definir su personalidad. "Si ves a una persona con tendencia a la exageración, muy rígida en la manera de enfrentarse a las relaciones sociales y que ejerce una crítica constante con los demás, pero a la que sin embargo le falta autocrítica (los otros siempre son los culpables), puedes estar delante de una persona con conflictos interpersonales", matiza la experta.

Dejando los límites muy claros: ¿Qué odias de la convivencia?

La suciedad, el desorden, las fiestas, las visitas, el ruido... Son cosas que pueden sacar de quicio a una persona y pasar inadvertidas para otra. Por eso está bien especificar lo que uno entiende, por ejemplo, por suciedad y desorden, asuntos especialmente delicados y susceptibles de manías y obsesiones. ¿Qué es lo que peor llevas de compartir techo con otra persona? Mejor decirlo antes de abrirle la puerta o callar para siempre.

Hay normas dentro de una convivencia que son necesarias y, además, marcarlas conjuntamente será un primer acercamiento que precisamente te servirá para conocer la reacción de tu futuro compañero. Blanco explica que "los límites de la convivencia han de ser planteados desde el primer encuentro, pero tampoco hay que mostrarse inflexible. Estos límites han de ser flexibles, modificables y adaptados a las diferentes personas y circunstancias (por ejemplo, hay a quienes su jornada laboral solo les permite hacer las tareas de la casa los fines de semana). Normalmente, solo unas cuantas normas básicas han de ostentar la cualidad de inmodificables (lo que de ninguna manera puedes admitir en una casa), pero con el resto hay que hacer ciertas concesiones, ya que no podemos hacer gala de planteamientos normativos y exigir al mismo tiempo capacidad de reflexión y mesura en el otro".

Hora de comer: ¿Haremos la compra juntos o separados?

No es ninguna nimiedad, hay estudios que demuestran que vivir con una o más personas puede afectar a tu salud y estilo de vida; tanto de una manera positiva como negativa. La convivencia puede hacer que acabes abandonando hábitos que tenías antes de compartir piso o adquiriendo otros nuevos. Concretamente un estudio realizado por alumnos de la universidad de Brigham Young University, en Utah (Estados Unidos), mostró cómo la dieta, las horas de sueño y el ejercicio se ven alterados al convivir con otros, demostrando que aquellos compañeros de piso que salían temprano a correr terminaron motivando al resto. La cara negativa de la investigación fue que personas con hábitos de alimentación saludables, al final se veían, por el bien de las relaciones sociales, tentadas a terminar consumiendo dulces o grasas. Si tu compañero te ofrecía su cena altamente calórica y poco saludable, ¿cómo la ibas a rechazar?

Lo más complicado era hacer la compra juntos, ya que para evitar discusiones los encuestados asumieron que terminaban comprando lo que le gustaba a la mayoría. Por ello, antes de forzarte a comer la carga de procesados y grasas saturadas en pro del buen rollo, pregunta qué tipo de dieta lleva esa persona; si es vegetariana, si bebe alcohol (puede incrementar mucho el precio de la compra), si es alérgico o intolerante a algún alimento… Si encontráis que ambos lleváis una dieta parecida, no habrá problema en compartir la compra; pero si por el contrario no es así, lo mejor es dejar claro que cada uno se encargará de sus viandas.

Horarios y visitas: ¿Eres de los de 'mi casa es tu casa'?

El estilo de vida de tu futuro compañero puede coincidir o no con el tuyo. No tiene por qué ser un problema, pero es posible que lo sea. ¨¿Tienes pareja?¨ es una pregunta que te abrirá la puerta a otras verdaderamente relevantes: ¿Vas a traerla a dormir, desayunar y ya de paso se quedará a cenar? ¿Y tus amigos? ¿Se les hará tarde y se pondrán cómodos? ¿Cómo te sentaría que invadieran tu espacio personas que no conoces de nada? Hablarlo antes de encontrarte por la mañana con desconocidos en ropa interior evitará roces, y sacar el tema te llevará a intuir el tipo de personalidad del candidato a compartir techo: si parece muy sociable, extrovertido o, por el contrario, tiene pinta de ser más bien introvertido o solitario. Toma nota porque según los psicólogos el estado de ánimo puede terminar teniendo efecto rebote en el compañero de piso.

Si hacemos caso a las conclusiones de un estudio realizado por un profesor de psicología de la universidad de Michigan, los sentimientos son contagiosos cuando se comparte espacio. Otro investigador, Nicholas Christakis, asegura en un estudio realizado a 1.600 estudiantes de dos universidades diferentes que "cada amigo feliz que tiene una persona aumenta la probabilidad de que esa persona sea feliz en un 9%, y por el contrario, cada amigo infeliz te reduce la posibilidad en un 7%".

Flexibilidad: ¿en qué estás dispuesto a ceder?

La psicóloga Esther Blanco asegura que "estilos de vida similares, la coincidencia en horarios o compartir aficiones, aunque lo parezca, no son en ningún caso un factor decisivo para asegurar una buena convivencia. Lo que más influye a la hora de conseguir establecer relaciones saludables entre compañeros de piso es la flexibilidad en todos aquellos rasgos que nos definen". Por ejemplo, si llega un candidato a compartir tu hogar con ganas de adaptar la casa y sus normas a su estilo de vida, no te fíes. "Las personas con las cuales va a ser más sencilla la convivencia son aquellas que disponen de una capacidad de adaptarse al entorno, no al revés, las que intentan adaptar el entorno a su forma de ver el mundo. Estas últimas casi siempre tratan de influir continuamente en los demás, ocasionando fricciones con mucha frecuencia al buscar conseguir sus objetivos de una forma poco transparente", matiza la psicóloga.

Si todo encaja, os habéis caído bien y, en lo esencial, estáis de acuerdo, siempre hay aspectos más insustanciales que se pueden acordar. Plantearos en qué estáis dispuestos a ceder, en qué puntos podéis hacer un esfuerzo y ser más flexibles. Partimos de que todos los seres humanos tenemos una personalidad que nos define, un engranaje complejo entre nuestra forma de sentir, pensar y comportarnos, con una forma particular de ver el mundo. Por ejemplo, a lo mejor nunca pensaste en convivir con una mascota, pero has conocido a la de tu compañero de piso y está muy bien educada. Cederás a cambio de que te deje practicar con el piano. "En general, todas las personalidades tienen la capacidad de adaptarse y ser flexibles, aunque hay algunas personas con tendencia a la rigidez y poco dadas a adaptarse con flexibilidad a los diferentes ambientes. El secreto para una buena convivencia precisamente radica en tener una personalidad cuyos rasgos sean lo suficientemente flexibles como para adaptarse a las diferentes situaciones que ofrece una vida en común".

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