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Quejarse para garantizar que en los mercados te vendan comida buena

Impulsar la demanda por parte de los consumidores africanos de alimentos con calidad es clave para detener millones de muertes y enfermedades causadas por patógenos

Vendedores de cacahuetes en las calles de Nairobi, Kenia.
Vendedores de cacahuetes en las calles de Nairobi, Kenia.SIMON MAINA (AFP)
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Listeria en productos cárnicos procesados que provienen de Sudáfrica, E. Coli en la lechuga romana en Estados Unidos, Salmonella en los huevos por toda Europa y Campylobacter en el paté de hígado de pollo en Australia. Estos son algunos de los muchos patógenos y alimentos que se encuentran en el centro de las recientes crisis de seguridad alimentaria en todo el mundo, y se estima que afectan a tantas personas como lo hacen otras enfermedades infecciosas como el VIH/SIDA, la malaria y la tuberculosis.

Sin embargo, aunque las muertes y las enfermedades causadas por alimentos poco seguros afectan a países de todo el mundo, la incidencia de estas y la cifra de víctimas son desproporcionadamente altas en África. Cada año, los alimentos contaminados acaban con la vida de unas 140.000 personas en todo el continente y dejan a otros 91 millones más sufriendo diarrea, tenia, hepatitis e incluso disentería y tifoidea.

Se espera que esta situación siga empeorando a medida que el incremento de los ingresos y la urbanización en África permitan la implantación de mejores y más variadas dietas. Irónicamente, son precisamente estos alimentos más saludables —los lácteos, los huevos, la carne, la fruta y las verduras— los que más posibilidades tienen de estar contaminados.

Resulta difícil determinar el origen de estas enfermedades, ya que el sistema alimentario de la mayor parte de África es informal y no se encuentra regulado, lo cual dificulta enormemente su erradicación. Podría ser carne contaminada en un matadero, listeria en un camión de reparto de alimentos, o cereales infectados en el pan de molde. La comida contaminada seguirá siendo una amenaza pública hasta que los países apliquen sistemas que garanticen la seguridad y la calidad de los productos en toda la cadena alimentaria, desde la granja hasta la mesa.

Comida adulterada

Etiopía es uno de los primeros países africanos que ha optado por priorizar la seguridad alimentaria. Las muertes y enfermedades causadas por diversos patógenos alimentarios están a la orden del día y la adulteración de productos está descontrolada. Se ha llegado incluso a descubrir a los productores de la injera, el aclamado plato nacional, mezclando serrín con harina de teff para obtener beneficios económicos.

El Ministerio de Sanidad está desarrollando un sistema funcional de seguridad alimentaria que incentive a las empresas a distribuir alimentos más seguros y que, a la vez, controle a aquellas que no reparten productos estándar. Pero Etiopía, al igual que otros países similares, no podrá superar los desafíos de la seguridad alimentaria, que se deben a un sistema poco regulado, hasta que los propios consumidores estén suficientemente capacitados para convertirse en los primeros defensores de una alimentación protegida.

Resulta difícil determinar el origen de estas enfermedades, ya que el sistema alimentario de la mayor parte de África es informal y no se encuentra regulado

En muchos países de todo el mundo, los consumidores bien informados —a menudo con la ayuda de abogados y de ONG— han sabido utilizar con éxito su poder adquisitivo para obligar a las empresas que no obran correctamente a ajustarse a las normas óptimas de seguridad.

Los consumidores africanos también podrían convertirse en catalizadores para lograr una mejor alimentación, pero, para lograrlo, primero necesitan formación intensiva en seguridad alimentaria. Hoy en día, los conocimientos son limitados y ese es el gran problema en el caso de Etiopía, donde actualmente estamos investigando.

El consumo de alimentos crudos en el país ilustra perfectamente el caso: la carne cruda está totalmente arraigada en la cultura gastronómica etíope y los ciudadanos son conscientes de que podrían enfermar, pero no saben cómo asegurarse de que la carne está en buenas condiciones, y tampoco quieren renunciar a ella. También consumen mucha leche cruda, pero un estudio demostró que en la mayoría de los hogares desconocen la existencia de enfermedades transmitidas por la leche.

Lecciones que llegan de fuera

En el Reino Unido y en otros lugares de Europa, la confianza de los consumidores en la carne de vacuno se desplomó tras el brote de encefalopatía espongiforme bovina. Como resultado, el sistema de seguridad alimentaria de la Unión Europea tuvo que ser completamente revisado.

Asimismo, en Sudáfrica, la compañía responsable de la carne procesada contaminada con Listeria que causó la muerte de 200 personas se enfrenta a demandas colectivas por parte de las familias de las víctimas.

En Etiopía, nuevas investigaciones, financiadas conjuntamente por el Departamento de Desarrollo Internacional del Reino Unido y por la Fundación Bill & Melinda Gates, están tratando de determinar el mejor modo de transformar la relación de los consumidores con los alimentos para poder mejorar la seguridad alimentaria en los mercados informales de verduras y de aves de corral. Se centran especialmente en las zonas donde es particularmente difícil implantar un método de control y de regularización.

Mientras que todos los esfuerzos que se han llevado a cabo anteriormente para poder eliminar los alimentos peligrosos del mercado se habían dirigido a los productores o a los legisladores, este proyecto busca implicar también a los consumidores.

Otros estudios relacionados que también se están llevando a cabo en el país tratan de controlar los riesgos para la salud que supone el consumo de la carne cruda. Además, se analizan otros factores, como la epidemiología, la vigilancia y el control de las enfermedades que se transmiten a través de los alimentos. El objetivo principal es dotar a los dirigentes etíopes, a los académicos y a los propios consumidores de los conocimientos necesarios para combatir estas enfermedades.

Los consumidores africanos podrían convertirse en catalizadores para lograr una mejor alimentación

Todas estas iniciativas muestran que los legisladores, los filántropos y los investigadores se preguntan cada vez más cómo pueden hacer frente a los desafíos que presenta la seguridad alimentaria para poder garantizar que los productos no solo sean abundantes y nutritivos, sino también saludables.

Punto de inflexión

Fue un informe de 2015, que ofrecía las primeras estimaciones de la incidencia, la mortalidad y la carga de morbilidad de 31 amenazas alimentarias en todo el mundo, el que marcó un punto de inflexión en este asunto.

Aprovechando el impulso, este año la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, el Banco Mundial y la Unión Africana organizaron conjuntamente dos de las mayores reuniones internacionales sobre seguridad alimentaria, que tuvieron lugar en Suiza y Etiopía.

Resulta evidente que los agentes nacionales e internacionales están avanzando en la dirección correcta, pero todavía queda mucho por hacer para maximizar el papel de los consumidores: supervisar dónde compran y comen los alimentos, ya sea en los mercados, en los puestos de comida o en la mesa.

La única manera de asegurar el camino hacia una dieta más saludable y sostenible a través de la agricultura que no incumpla los estándares de seguridad que protegen la salud de millones de personas es instaurar un método que eduque y capacite a los consumidores.

Arie Havelaar es profesor de la Universidad de Florida y recibe fondos de la Fundación Bill & Melinda Gates, el departamento de Desarrollo Internacional de Reino Unido, el Departamento de Salud de Florida, USAID, GlobalGap y del Banco Mundial.

Ashagrie Zewdu Woldegiorgis  es profesor adjunto de la Universidad de Adís Abeba y no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

Traducido por Esther Rupérez Pérez con la colaboración de Casa África.

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The Conversation

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