Referencias satánicas, masonería y alquimia: las leyendas sin resolver de Antoni Gaudí
La estrella de cinco puntas en el Parc Güell, la cruz de las Ocho Beatitudes en la Sagrada Familia, la alineación de sus edificios... Recopilamos algunas de las investigaciones que lo erigen como el arquitecto más extravagante y místico de la España moderna
La Casa Milà, la obra civil más importante de Antoni Gaudí, es una construcción de fachadas sinuosas y allure submarino que exhibe su rareza prehistórica en el elegante Passeig de Gràcia de Barcelona. Convertida en uno de los monumentos más visitados y emblemáticos del arquitecto catalán, hoy cuesta pensar que, en sus inicios, Gaudí no la concibiera solo como un edificio de viviendas, sino como un medio para un fin: en su proyecto inicial, encargado por el comerciante barcelonés Pere Milà i Camps, Gaudí había planeado coronar el edificio con un monumental conjunto escultórico en homenaje a la Virgen del Rosario que, con cinco metros de altura, empleara La Pedrera como peana.
El conjunto, nunca llevado a cabo, debía estar realizado en piedra, metal dorado y cristal, tal y como recordaba recientemente en una entrevista José Manuel Almuzara, uno de los impulsores de la beatificación del arquitecto más extravagante, misterioso y místico de la España moderna. De hecho, como apunta el escritor Jordi Corominas en el fresco de la época que traza en Barcelona 1912: El caso Enriqueta Martí (Sílex, 2014), Gaudí "era un perro verde que donó las ciento cinco mil pesetas que ganó con su trabajo en La Pedrera al jesuita Ignasi Casanovas para que las destinara a obras de caridad”. Ya que el monumento mariano no era posible, al menos sus honorarios tendrían un sentido religioso.
Gaudí, en muchos sentidos, es aún hoy un personaje enormemente misterioso, incluso literario, a juzgar por los relatos y anécdotas que han circulado acerca de su vida, y que los investigadores no saben si catalogar como historia o leyenda. Especialmente, los primeros años de su trayectoria como arquitecto se prestan a la especulación. Aunque caben pocas dudas acerca de su sincera conversión al catolicismo en 1894, tras un periodo de ayunos voluntarios, lo cierto es que hasta entonces Gaudí se había declarado ateo, había frecuentado grupos masónicos (algo, por otra parte, muy habitual en la Barcelona de la época) y había tomado decisiones que, vistas desde una cierta perspectiva, aún hoy presentan aristas y rincones de sombra.
Las teorías de la conspiración que defienden el pasado ocultista de Gaudí se han cebado con un hecho, cuando menos, peculiar: para proyectar su primera obra, la fábrica de la Cooperativa Obrera Mataronense, terminada en 1882, Gaudí eligió una extraña escala en sus planos: 1/666. Este dato, que se puede comprobar fácilmente en este artículo académico, bien pudo ser una casualidad o un guiño macabro, pero lo cierto es que no es la única referencia satánica que investigadores de todo tipo (algunos rigurosos, otros no tanto) han detectado en su obra. La decoración y las construcciones del famoso Parc Guell, una finca privada urbanizada y adornada por Gaudí entre 1900 y 1914, cuentan con numerosas estrellas invertidas de cinco puntas, símbolo satánico por excelencia.
¿Fue Gaudí ocultista? No parece fácil asegurarlo con certeza. Pero también es cierto que su visión de la religión y de lo sagrado era, al menos, heterodoxa. La abundancia de símbolos que recorre su obra ha hecho correr ríos de tinta, porque es virtualmente inagotable. Y el epicentro es, curiosamente, su obra más decididamente católica, el templo expiatorio de la Sagrada Familia que comenzó a construir en 1892 y en cuyas obras vivió, casi como un eremita, hasta ser atropellado por un tranvía y fallecer en 1926. "No es casual que la propia ubicación de la Sagrada Familia se encuentre en el centro geométrico de Barcelona", explica el historiador y divulgador Nacho Ares en el capítulo dedicado a Gaudí en el segundo volumen de La historia perdida.
Ares cita el trabajo de otro investigador, Josep Guijarro (Guía de la Barcelona mágica), que afirma que "la catedral se levanta justo sobre la línea imaginaria que unía en lugar en donde se encontraban los antiguos monumentos megalíticos del barrio del Camp de l’Arpa y los que seguramente hubo en Monjuïc". La Sagrada Familia, que Gaudí no pudo ver concluida, abunda en símbolos asociados a distintas tradiciones ocultistas, esotéricas y herméticas, emplea elementos templarios (la cruz de las Ocho Beatitudes que conforma la base de los pináculos), y astrológicos (los símbolos del zodíaco).
En cierto modo, su presencia, igual que la de los símbolos alquímicos del Parc Güell o la del frustrado monumento mariano de La Pedrera, esbozan una idea chocante: la de una ciudad, Barcelona, rodeada o protegida simbólicamente por edificios mágicos que dialogan entre sí. Hoy puede parecer una idea extravagante, pero las décadas de Entresiglos fueron un terreno abonado para todo tipo de fenómenos esotéricos. La propia evolución personal de Gaudí, que con los años se convertiría en un asceta consagrado a la construcción infinita de la Sagrada Familia, que adoptó extravagantes dietas y hábitos y que, cuando falleció arrollado por un tranvía, fue tomado por un mendigo, puede leerse casi como un cliché de novela decadente.
El redescubrimiento del gótico a finales del siglo XIX había traído consigo los fantasmas de la tradición alquímica, el satanismo y las sectas. Así sucede, por ejemplo, en las páginas de Allá abajo (1891), una fascinante novela de Joris Karl Huysmans en la que un investigador penetra en los círculos satánicos de París a través de sus ruinas medievales. O en El misterio de las catedrales, un best-seller del ocultismo escrito en 1922 por un enigmático escritor-alquimista llamado Fulcanelli. Gaudí falleció antes de que el libro viera la luz (se publicó en francés en 1926), así que no pudo conocer aquellas teorías que relacionaban las catedrales medievales con la siempre esquiva piedra filosofal. En todo caso, a la vista del denso tejido simbólico sin resolver que aún hoy rodea su vida y su obra, parece claro que Gaudí siempre consideró que su trabajo iba más allá de la arquitectura.
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