Lo que de verdad me gustaría
ACIERTA USTED: ha habido un bombardeo que ha roto la sintaxis de una vivienda entre cuyos escombros un hombre evalúa los daños seguido por una cría en pijama. Ocurrió en Gaza, tras una incursión de la aviación israelí en un área ocupada por civiles. Significa que no es noticia. La repetición constituye un mecanismo normalizador de enorme eficacia. No fue, pues, el ataque lo que nos conmovió. Tampoco las ruinas domésticas, a cuya visión estamos tan acostumbrados. Nos trastornó, en cambio, la forma en que la niña del centro de la imagen se aferra a sus peluches como un náufrago a una tabla. Si los muñecos se salvan, ella también y con ella el resto de la familia. Quizá la cama vuelva a ser una cama; el armario, un armario; la ventana, una ventana, y la pared, una pared. La vida, una vida.
Con frecuencia se les pregunta a los personajes públicos qué obra salvarían de incendiarse tal o cual museo. La gente se lo piensa para quedar bien, lo que constituye un modo de huir de la quema. Si a un escritor se le preguntara qué objeto pondría a salvo de una inundación en su propia casa, diría que una edición especial de El Quijote, o de la Divina Comedia, por ejemplo. Cada uno tiene sus fetiches, solo que los de los adultos no siempre resultan creíbles. En este instante, tras contemplar esta imagen, yo confieso que trataría de rescatar los peluches de mis hijos, que deben de llevar años guardados en las entrañas de un armario, envueltos en plástico con naftalina. Ahora bien, puestos a pedir, lo que de verdad de verdad me gustaría es que los israelíes no me exterminaran.
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