10 propuestas literarias con la maternidad de fondo
La cultura necesita la aportación de la experiencia materna, y la necesita desde la primera persona del singular. En femenino.
“Le he pedido a B., mi librero de confianza alguna novela interesante que trate de la maternidad, pero sólo recordaba obras sobre abortos”. Lo narraba Carme Riera en Tiempo de espera, el diario de su embarazo que publicaba Lumen allá por 1987. Nuria Labari escribe en La mejor madre del mundo (Literatura Random House, 2019) que “existe solo un caso donde la maternidad puede convertirse en un tema universal: cuando se muere un hijo. Entonces hay que coger el toro por los cuernos. Porque no hay otro lugar por donde seguir, si es que se puede seguir de algún modo”.
Nunca habrá suficientes libros sobre uno de los pocos asuntos que nos atraviesan a todos por igual: nacer. “Es absurdo considerar que en la literatura la experiencia de la guerra es mucho más universal que la experiencia de la maternidad”, decía la periodista Laura Freixas en una entrevista. Y es que la cultura necesita la aportación de la experiencia materna, y la necesita desde la primera persona del singular. En femenino. Aquí 10 propuestas literarias con la maternidad presente para no dejar escapar en la Feria del Libro.
Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución de Adrienne Rich (Traficantes de sueños)
“Sabemos mucho más acerca del aire que respiramos o de los mares que atravesamos, que acerca de la naturaleza y del significado de la maternidad”. Con ese planteamiento arranca Adrienne Rich el prólogo de un libro que, según cuenta, no eligió escribir: “(…) no fui yo quien eligió el tema; hace mucho tiempo que el tema me eligió a mí”. Suerte la nuestra porque la aportación de Rich es una de las más valiosas de la literatura. Un ensayo –fruto de cuatro años de investigación– que plantea un análisis de la maternidad desde un punto de vista social, político y económico. Y lo hace acompañada de información rigurosa, de referencias y de estudios, pero también guiada por su propia experiencia como madre y como hija, sin olvidarse nunca de su condición de mujer ni, por supuesto, del feminismo.
Para leer Nacemos de mujer hacen falta dos cosas: hambre por aprender –y reflexionar– y un lápiz. Es un libro para degustar despacio, subrayando, y para volver a él una y otra vez. Mejor aún si la lectura es compartida. Es imposible resumir aquí, en unas cuantas líneas, lo que significa este ensayo, porque Nacemos de mujer es un libro revolucionario. Lo fue en el momento de su publicación, en 1976, pero lo es también ahora, cuatro décadas después. Tan vigentes tantos planteamientos que asusta. “La maternidad no se ha liberado en este tiempo como le hubiese gustado a la autora, aunque algunas mujeres estén experimentando sus maternidades de un modo libre y consciente”, dice Carolina León en ‘Presunciones que no han sido examinadas’, el prólogo con el que presenta esta nueva edición.
Maternidad, de Sheila Heti (Lumen)
Igual que hay formas y formas de ser madre, también hay formas y formas de no serlo. Sheila Heti tiene una manera muy peculiar de explicarlo en Maternidad, un libro autobiográfico, ameno, valiente, honesto y divertido lleno de reflexiones para guardar en el que se debate intensamente entre ser o no ser (madre). Esa gran decisión. También un libro arriesgado, en el que la autora mantiene por momentos una surrealista conversación consigo misma repleta de preguntas esenciales a las que intenta dar respuesta lanzando monedas al aire. ¿Qué sería de la vida y de las grandes decisiones sin la intervención del azar?
“La narradora descubre que escribir el libro no es una forma de decidir qué quiere hacer, sino de demorar la decisión hasta que sea demasiado tarde, hasta que el tiempo haya tomado la decisión por ella y ya no tenga la capacidad de tener un hijo biológico propio. Ella está usando su arte para salvarla de una vida (la maternidad) que realmente no quiere”, afirmaba Heti en una entrevista reciente. El arte salvó a Heti de la maternidad, pero también le generó un debate más intenso y convirtió la cuestión en dilema central en su vida durante muchos años. De ello dan fe las recomendables páginas de Maternidad.
La mejor madre del mundo de Nuria Labari (Literatura Random House)
“Ser madre es dar a luz a luz a mujeres que te habitan sin tu permiso. Imposible predecir quiénes y cuándo te asaltarán. Son miles, millones, las madres inconscientes que tejieron mi corazón. Estoy hablando, claro está, de las que parieron antes, de sus cuerpos mágicos en medio de un bosque o una cueva. Pero de eso no tenía ni idea. Porque nadie me habló nunca de ellas. Así que, como casi todas las mujeres de mi tiempo, no me sentía preparada para ser madre. Y el motivo era sencillo: no lo estaba”. Es imposible leer a Labari y no pararse en cada párrafo, quizás para que no te explote la cabeza o puede que para regodearnos en la honestidad que nos ofrece. Página a página enhebra palabras para cosernos un vestido nuevo: uno ligero de culpa y de exigencias. Puntadas de humor inteligente y de ironía. Páginas enteras para deshacer el mito materno. O el nudo.
La mejor madre del mundo es una novela con vida propia, un libro que rezuma ficción y experiencia a partes iguales. Es la constatación de la ambivalencia brutal que supone una metamorfosis como la maternidad y el esfuerzo –generoso– que supone contarlo. “Para escribir sobre maternidad parece imprescindible traicionarse a una misma o al hijo, puede que a los dos, como es mi caso”, escribe Nuria Labari en sus primeras páginas.
La azotea de Fernanda Trías (Tránsito)
La azotea, de la autora uruguaya Fernanda Trías, fue el primer título publicado por Tránsito, una pequeña editorial creada en Madrid hace tan sólo un año. Y no podrían haber elegido mejor arranque porque el pasado mes de febrero lanzaban la tercera edición de este libro tan brutal que no sólo te obliga a devorarlo en horas, también te deja un nudo en el estómago que cuesta deshacer. Merece la pena ese anudado.
“El mundo es esta casa”, dice Clara, que vive con su padre y con su hija en un universo claustrofóbico, irrespirable. Un universo oscuro, sucio, que huele a pájaro. Aislado de todo(s). “Yo tenía razón: un día te hacen preguntas y al siguiente están metidos en tu casa, se apoderan de tus cosas, toman decisiones y no tienen la menor idea de lo que hacen”. Trías, que maneja como nadie la descripción literaria, reconstruye una historia que nos pone a prueba página a página a través de un delirio paranoico y esquizofrénico. Volviendo a Adrienne Rich, La azotea saca –magistralmente– del armario “la oscuridad materna”.
Cuerpo feliz. Mujeres, revoluciones y un hijo perdido de Dacia Maraini (Altamarea)
“Cuando perdí a mi hijo, con el que conversaba por las noches mientras lo arropaba y al que hablaba del mundo mientras esperaba a que naciera; cuando a traición murió aquel niño con el que jugaba en secreto y al que ya tenía en brazos incluso antes de que abriera los ojos, a punto estuve de morir yo también”.
La escritora italiana Dacia Maraini es una de las voces más destacadas del feminismo italiano. En Cuerpo feliz. Mujeres, revoluciones y un hijo perdido, publicado este mes de mayo por Altamarea, habla de mujeres, de nuestro lugar a lo largo de la historia de la humanidad, pero también de lo que significa ser mujer hoy. Y madre. “La maternidad no es sólo un hecho natural, es una manera de estar en el mundo. Es un valor que cambia según los siglos, según las condiciones de vida”, escribe Maraini. Porque éste es un ensayo narrativo lúcido, tan íntimo como político, que habla, por supuesto, de la maternidad y de la soberanía de nuestros cuerpos. Lo hace desde un discurso bien construido, y sin perder nunca de vista sus propias vivencias, desde lo autobiográfico. Ella, una madre huérfila, que perdió a su hijo cuando aún estaba en su útero. Una madre que no tuvo tiempo de ser, pero que ha estado siempre acompañada de su hijo –Perdi–, con quien comparte diálogos reflexivos. Un libro necesario.
Querida hija imperfecta de Ana Pérez Cañamares (Ya lo dijo Casimiro Parker)
“En el parto –como en la agonía– / nosotras, las madres, estamos solas. / Padres, matronas, todos / quedan al otro lado de un cristal. / Y hasta que el llanto o el gemido / del bebé lo rompe, en el reflejo / solo vemos nuestra cara desnuda. / Después vendrán las máscaras”.
La poeta y escritora tinerfeña Ana Pérez Cañamaresnos ha escrito a madres e hijos/hijas enQuerida hija imperfecta. Para hacerlo se ha abierto en canal, ha sacado sus miedos, sus esperanzas, sus deseos y sus dudas. Lo hace a través de una búsqueda incesante de respuestas, desde el lugar que ocupa en el mundo, desde la experiencia transformadora que es la maternidad, sin olvidarse de la evolución irremediable de la “hijidad”. “Cuando los ojos de los hijos / ya están a nuestra altura / su mirada se ha vuelto / más profunda y huidiza”. Cuánta emoción cabe en apenas 80 páginas.
Golpéate el corazón de Amelie Nothob (Anagrama)
“Todas aquellas reflexiones no llevaban a ninguna conclusión; por lo menos mamá se sentía feliz de tener un hijo. Y lo que iba a favor de la felicidad materna contribuía a la felicidad de todos”.
La escritora Amelie Nothob quizás a estas alturas no necesite presentación. Con su original –e inconfundible– estilo literario ha armado la historia de una hija, Diane, que ha crecido sin el afecto de su madre, Marie. Alrededor de ellas la ceguera de un marido, y padre, ante la depresión. También ante las secuelas de la muerte prematura de unas expectativas, las de Marie, que marcaron de manera irreparable el resto de su vida. “Cuando las chicas de su curso hablaban de su porvenir, Marie se partía de risa para sus adentros: boda, hijos, casa… ¿Cómo podrían conformarse con eso? ¡Qué estupidez reducir sus esperanzas a unas simples palabras, y más aún a unas palabras tan mezquinas”.
La edad del desconsuelo, de Jane Smiley (Sexto Piso)
“Cuando tienes por costumbre observar a tus hijas, hablar de ellas, analizarlas, tocarlas, bañarlas, acostarlas (…) cuando has inspeccionado sus excrementos y lamentado sus sarpullidos por culpa del pañal y, sobre todo, cuando has apretado sus carnes contra las tuyas, entonces ya no hay vuelta atrás. La imagen de tus hijas se te graba en el cerebro con tal profusión de detalles que te acompaña siempre. Cuando acordé con Dana que quería ser un padre involucrado, fui capaz de prever el tiempo que ello conllevaría, pero no el riesgo ni el corazón. No fui capaz de prever que el número de grados que marca un termómetro podría paralizarme, hacerme imaginar todas las desgracias posibles”, afirma el narrador de La edad del desconsuelo.
Esta novela breve, que se lee como un relato, es una bella, profunda y, por momentos, triste reflexión sobre el matrimonio, ese “pequeño contenedor” en el que, como afirma Dave, el protagonista y narrador, “apenas caben unos pocos hijos”; porque el punto de partida ya son “dos vidas interiores, dos seres reflexivos, de la complejidad que sea, que brotan de él, una y otra vez, rompiéndolo, deformándolo”.
La edad del desconsuelo, de la premio Pulitzer de narrativa Jane Smiley, es una pequeña joya, seguramente uno de los mejores libros que han pasado por nuestras manos en los últimos años. Publicada originalmente en 1981, la editorial Sexto Piso la trae ahora por primera vez a España. Para leer del tirón.
El cielo según Google, de Marta Carnicero (Acantilado)
El cielo según Google, de Marta Carnicero, ha sido sin lugar a duda una de las grandes sorpresas literarias del curso 2018-2019. Traducido del catalán al castellano por Editorial Acantilado, estamos ante una primera novela apabullante, un debut de los que invitan a no perder la pista a una autora.
Marta carnicero demuestra en El cielo según Google una cualidad al alcance de pocos escritores: no necesita escribir largo para decir mucho (144 páginas). Y, además, para decirlo bien. En su novela narra el desmoronamiento de la pareja tras la llegada de una hija adoptada. Y lo hace con una estructura atrevida, mezclando la tercera y la primera persona, que sirve para dar voz a Naïma, la hija ya adulta de ese matrimonio hecho añicos del que fue víctima inocente.
El cielo según Google es la reconstrucción sincera de esa tragedia doméstica, que la protagonista va conociendo en en toda su extensión a través de una carta de su padre moribundo, al que nunca había vuelto a ver tras la separación. Una historia sencilla pero cargada de complejidad, de la que la escritora nos hace cómplices al lograr que sintamos empatía con todos sus protagonistas.
El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tibuleac (Impedimenta)
“«Solo piensas en la muerte cuando te mueres, Aleksy, solo cuando te mueres, y eso es una tontería, una inmensa tontería. Porque, en lugar de todos sus sueños, la muerte es lo más probable que va a sucederle a un individuo. De hecho, lo único que le va a suceder con toda certeza. Por eso, Aleksy, no hagas nunca las cosas a lo tonto pensando que tendrás tiempo de enderezarlas, porque no lo tendrás. El tiempo de después lo utilizarás para hacer más tonterías y para morir más deprisa.» (…) Mi madre tuvo razón esa tarde y otras tardes que siguieron. Pero el papel de filósofo no le pegaba en absoluto, ni siquiera a punto de morir (…) Me gustaría ver al menos a un joven que dejara de hacer el tonto solo porque se lo ha dicho su madre. Que dijera «sí, por qué no voy a cambiar y hacer caso a mi madre, ella se está muriendo y sabe lo que dice». Probablemente existan, pero seguro que son unos jóvenes viejos y muy muy infelices”.
Este fragmento define a la perfección la relación madre-hijo que la autora moldava Tatiana Tibuleac, que ha pasado estos días por la Feria del Libro de Madrid, describe con precisión en El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, publicada por Impedimenta. Una ágil historia de vidas rotas, de una relación madre-hijo tan cruel como conmovedora que se mantiene unida por el frágil hilo de los ojos verdes de una madre ausente cuyo destino, escrito de antemano, marca un verano de reconciliación.
El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes deja también un personaje memorable y para el recuerdo, Aleksy. Un hijo adolescente dolido, resentido, lleno de rencor, y dueño de un sentido del humor único. Es él, convertido en un reconocido pintor, el que regresa al pasado para rememorar ese verano en el que se unieron la vida y la muerte y en que brillaron más que nunca los ojos verdes de su madre.
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