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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cinco razones para bailar en la ciudad

Danzar juntos en espacios públicos es una reivindicación múltiple y permite recuperar la urbe en una nueva dimensión

Ardian Lumi (Unsplash)
Antoni Gutiérrez-Rubí
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Las ciudades globales son un ecosistema complejo de realidades, inquietudes, tensiones y orígenes diversos. Al mismo tiempo, el espacio urbano es un espacio en transformación y en conquista —y lucha permanente— por la identidad múltiple. Estos ecosistemas, llenos de contrastes, se visualizan y se viven en el espacio público de una manera sorprendente, creativa. Lo lúdico se mezcla con lo reivindicativo. Lo sórdido convive con las esperanzas. El espacio público deviene, también, en el primer espacio por la identidad y por los derechos.

La ciudadanía hace suyos parques, calles, plazas… donde cobran especial importancia todas aquellas iniciativas que ayudan a tejer complicidades. Desde las propias individualidades, se va generando un cuerpo colectivo, conectado, que participa y explora el territorio de la nueva conciencia de la comunidad, donde el baile y la música son, por ejemplo, uno de los nexos comunes. "La música expresa los movimientos del alma", decía Aristóteles.

Como fusión entre el deporte, la pasión por el baile y la música surgió hace unos años la bailoterapia, una práctica que tiene sus orígenes entre las medicinas alternativas y el aeróbic dance y que, en los últimos años, ha ganado millones de adeptos en Latinoamérica. También en Europa. Estas sesiones híbridas entre el fitness moderno y el baile tradicional popular son una expresión lúdica, saludable, divertida e inclusiva con encuentros abiertos de gran vitalidad, participación y creatividad.

La gran novedad es que estas sesiones han salido de los gimnasios y clubes privados, al alcance de rentas medias y altas, y están ocupando el espacio público, congregando a amplios sectores populares. Los ciudadanos pueden sumarse de manera activa o como observadores, y ambos roles tejen complicidad ciudadana. Se reinventa la presencia y la ocupación de la calle, de los espacios de tránsito, con una nueva intensidad e intención que favorece las texturas múltiples y mixtas, donde pueden confluir también activismo y artivismo.

En un contexto de una mayor conciencia social por el bienestar y la salud, la bailoterapia también encuentra un escenario natural. Sus beneficios son evidentes para el cuerpo y la salud, como tantas actividades físicas que hoy en día se pueden llevar a cabo en algunos parques, por ejemplo, que están dotados de circuitos y elementos para ello. Pero lo que la diferencia de otras actividades es que el lugar para ejercitarla puede ser cualquier espacio abierto de la ciudad (plazas, solares, calles), donde la música es el elemento común que pone en movimiento el cuerpo de todo aquel que participa (sin importar el nivel que se tenga, la edad, la clase social…).

En muchas ciudades del mundo, el baile tiene su espacio y juega su papel de construcción de ciudadanía. Es el caso, por ejemplo, de los jóvenes filipinos que todas las tardes se reunían en el patio del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), para practicar coreografías y ensayos improvisados. La comunidad filipina, a pesar de no ser de las más numerosas de la ciudad, poco más de 13.000 vecinos según datos del consistorio, conseguía con este tipo de acciones visibilizarse, crear lazos afectivos, reforzar el sentimiento de pertenencia a una comunidad e integrarse en el tejido social urbano e incluso mimetizarse con este. No son un elemento externo ajeno al barrio en el que viven, el Raval, sino que poco a poco han pasado a formar parte del paisaje urbano, es decir, de la identidad de su entorno.

Las sesiones de baile han salido de los gimnasios al alcance de rentas medias y altas, y están ocupando el espacio público

Otro ejemplo relacionado con el baile es la experiencia Daybreaker, una iniciativa que organiza fiestas de carácter deportivo y de ocio al amanecer, y que se ha convertido en una experiencia para luchar contra la soledad en las principales ciudades de Estados Unidos. Un problema con alta incidencia en la tercera edad, aunque que cada vez es más frecuente en todas las etapas de la vida, que se enquista, sobre todo, en las grandes ciudades, y que puede encontrar parte de su solución en el uso compartido del espacio público con un objetivo común.

Bailar juntos en espacios públicos es una reivindicación múltiple y permite recuperar el espacio público en una nueva dimensión. Estas pueden ser algunas claves.

1. Reivindicación del propio cuerpo. Cuerpos diferentes y de todas las edades y condiciones sociales. Una generosa dosis de respeto y autoestima de la propia individualidad y un mutuo reconocimiento del otro, de su identidad y de su singularidad. Esta exposición pública favorece la visibilidad de la diversidad y sus identidades múltiples. No hay competencia por las habilidades, hay libertad y respeto a los ritmos de cada persona, a sus posibilidades y a sus vivencias del baile compartido. El espacio libre es justo lo contrario al mundo de espejos de los clubes y gimnasios privados que ponen el acento en la imagen reflejada y autorreferencial, con la competitividad implícita del culto al cuerpo.

2. Derecho a la felicidad. Bailar y reírnos juntos y juntas. Estas sesiones que son hibridaciones contemporáneas de los bailes populares tradicionales y del fitness moderno, liberan endorfinas y emociones que favorecen la recuperación de la felicidad y del placer, aunque sea temporal. Ayudan a crear sentimientos positivos hacia lo comunitario y hacia uno mismo. No se trata de hacerlo bien o mal. No hay juicio. Las imperfecciones son aceptadas, respetadas e integradas. Son pequeños espacios de libertad para personas que cargan, duramente, con condiciones de vida difíciles.

3. Recuperación de la fraternidad. Estas sesiones favorecen compartir bebidas, frutas y comidas caseras. Son espacios de construcción de solidaridades básicas, en especial para muchas mujeres solas o con hijos a su cargo. Actúan como espacios de acogida fraterna, red solidaria y comunidad resiliente. La mayor parte de las personas que participan son de rentas bajas o muy bajas.

4. Percepción de seguridad. Muchas personas acceden juntas y regresan juntas a sus casas o a sus ocupaciones laborales. Comparten transporte o caminan en compañía hasta la plaza, el solar o el aparcamiento. Estos paseos generan percepciones de seguridad compartidas, de autoprotección, de recuperación del derecho a la ciudad y a la propia libertad. Estos vínculos empoderan y permiten fuertes vínculos de sociabilidad y seguridad.

5. Vivencia de la diversidad. La música que acompaña y marca la actividad de la bailoterapia permite el reconocimiento de músicas con fuertes componentes locales y, a la vez, con vínculos a sonidos y expresiones globales de la contemporaneidad.

Ciudades cada vez más plurales ven cómo sus habitantes, tan diversos como la urbe que las acoge, son capaces de reconocerse en su comunidad en el espacio compartido y con un nexo común. La calle, el barrio, la plaza… siguen siendo, a pesar de todo, el lugar en el que la ciudad se reconoce a sí misma. Construir vínculos y trabajar para propiciarlos, a la vez que se incide en el bienestar y la salud de los ciudadanos es un camino a explorar. Las políticas públicas municipales que reivindican la recuperación del espacio público, a través de la integración, tienen aquí una gran oportunidad.

Bailar en la calle de manera colectiva rompe las fronteras de lo privado, de lo exclusivo. Supone colectividad, complicidad y reconocimiento. Y, a la vez, genera nuevas dinámicas sociales que, respetando la diversidad, construyen identidad colectiva. "La expresión más auténtica de un pueblo está en sus danzas y su música. los cuerpos nunca mienten", decía la bailarina y coreógrafa estadounidense Agnes De Mille.

Antoni Gutiérrez-Rubí es asesor de comunicación

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