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Tres antídotos para evitar quemarse en el trabajo y no caer en el ‘burnout’

Si te cuesta levantarte para ir a trabajar o te sientes totalmente desgastado, quizás estés afectado por esta dolencia

Sus síntomas son desgaste profundo, falta de ilusión en lo que se hace y sensación de verse superado por las responsabilidades.

Rubén Montenegro
Rubén Montenegro

¿Te cuesta levantarte para ir a trabajar, aunque hayas dormido suficiente? ¿Te sientes profundamente desgastado con lo que haces? Si la respuesta es afirmativa, quizás estés quemado de tu trabajo. Las sensaciones pueden ser puntuales. Ocurren cuando afrontamos una situación que escapa a la habitual; cuando se acercan las vacaciones; cuando se está enfrascado en un proyecto muy exigente o cuando tenemos un jefe complicado. En estos casos no hay razón para preocuparse. Sin embargo, cuando los síntomas son intensos y constantes en el tiempo y no existen factores externos que expliquen nuestra sensación, corremos el riesgo de caer en el estrés crónico o síndrome del trabajador quemado (burnout, en inglés).

La Organización Mundial de la Salud ha reconocido recientemente este trastorno como una enfermedad laboral. Se estima que afecta al 10% de la población activa en el mundo. Sus síntomas son desgaste profundo, falta de ilusión en lo que se hace y sensación de verse superado por las responsabilidades. Muchas personas pueden estar quemadas en el trabajo, pero eso no significa que padezcan este síndrome. Solo si identificamos anticipadamente las situaciones que nos conducen a sufrirlo, tendremos probabilidades de evitarlo. Veamos cuáles son sus síntomas y de qué forma podríamos prevenirlo.

La principal trampa para reconocer que estamos quemados es que nos guste mucho nuestro trabajo o que lo consideremos nuestra vocación. Si hemos soñado toda la vida con ser profesor, consultor o médico, ¿cómo es posible que ir al trabajo se antoje como escalar el Everest? Se cree que la mayoría de las personas que sufren burnout tienen una profesión que ayuda a terceras personas. Si es tu caso, presta atención a cómo te encuentras y acepta que te puede suceder.

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Una de las maneras de prevenir el desgaste es dedicar tiempo a uno mismo. Un exceso de horas de trabajo, aunque sea por pasión, y no tener espacios para cuidarse, supone un riesgo importante. Las consecuencias no son inmediatas. Aparecen pasados entre cinco y ocho años, según los expertos. Se puede evitar con una agenda rigurosa, aunque implique una pausa en aquello que tanto nos gusta hacer.

En segundo lugar, ser muy exigente contigo mismo puede acarrear problemas. La autoexigencia implica más y más horas de esfuerzo. Esta actitud en sí misma no es perjudicial, el problema surge cuando es excesiva, cuando la necesidad de autoafirmación a través de los éxitos no nos permite una tregua o cuando la propia exigencia nos empuja a buscar la aprobación constante de los demás. Estas situaciones generan un estrés añadido que puede provocar que aparezca el síndrome. El antídoto es entrenar la mente del aprendiz. Convertir los retos en oportunidades de aprendizaje y no ejercer como jueces de nosotros mismos. Para conseguirlo, la profesora Carol Dweck propone desarrollar la mentalidad de crecimiento. Es decir, esforzarse en la aceptación profunda de quiénes somos sin necesidad de que el resto del mundo apruebe cuanto hacemos.

El tercer inconveniente aparece cuando alcanzas la mediana edad y llevas varios años trabajando a un ritmo intenso. El síndrome del trabajador quemado requiere años. El problema es la dificultad de detectarlo anticipadamente. Primero, como hemos visto, porque nos gusta lo que hacemos. En segundo lugar, porque es un tipo de estrés sigiloso y constante. Cuando entramos en ese ritmo aparece el denominado síndrome de la rana hervida. Esto es: si una rana está en una olla de agua fría que se va calentando lentamente, la rana acaba muriendo achicharrada. No es consciente de saltar, aunque pudiera hacerlo. Así actúa el estrés silencioso en nuestra vida.

El antídoto significa aprender a decir no, trabajar espacios de relajación y desconexión como el mindfulness o el deporte y repensar por qué hacemos lo que hacemos. Si nos dejamos la piel trabajando por los demás, por mucho sentido que tenga, pero no nos cuidamos, viviremos en una cárcel que nos irá erosionando. Todos corremos el riesgo de quemarnos en el trabajo, bien porque nos guste mucho lo que hacemos, bien porque nos dediquemos en cuerpo y alma a lo que hacemos perdiendo la noción de cuidarnos y dedicarnos tiempo a nosotros mismos. Si esto sucede, a la larga podemos desarrollar el síndrome de burnout. Sus síntomas son especialmente perjudiciales para nuestra salud. Está en nuestras manos prevenirlo.

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