Mañana no pienso votarla
Está obsesionada con convertir el aire de la capital en algo respirable y restringe el tráfico en el centro
Esa señora cree que puede meter sus manitas progres en nuestras costumbres atávicas, mangonearlas y ponerlas patas arriba. Un plátano solo debería estar con una pera (huelga decirlo), pues ellos festejan que los plátanos se junten entre ellos y organicen un desfile impúdico por el centro de la ciudad donde, untados con purpurina, se contonean e incluso se frotan.
—¡Qué se vayan a la Casa de Campo!— Me dicta una voz varonil y asertiva dentro de mi cabeza.
Está obsesionada con convertir el aire de la capital en algo respirable y restringe el tráfico en el centro, provocando que las personas decentes, no puedan circular con sus coches con tubos de escape decentes por donde se les antoje. Y tiene la poca vergüenza de asegurar que en otras ciudades europeas han tomado medidas similares.
—¡Compruébalo! — Me grita la voz de antes.
Pues resulta que sí. En concreto son 250 ciudades las que lo hacen... Pero, ¿si tu amigo dice que te tires por una ventana, tú te tiras? (Somos muchos los que echamos de menos nuestros atasquitos).
No respeta la propiedad privada: en cuanto el plátano y la pera se marchan de vacaciones, la casa se la entrega a una chirimoya.
Ama a los okupas porque ella misma es una okupa también. Aunque gane las elecciones y gobierne con legitimidad democrática, da igual; a nuestros ojos es una okupa del poder. ¡Qué rabia me da!
—Y ama con locura a Lenin, acuérdate— dice la voz.
¡Es verdad! Se me olvidaba lo más importante; de hecho, quiere cambiar una de las estrellas del escudo de Madrid por la hoz y el martillo. ¡Qué horror! No conjunta nada y, además, rompe la armonía. En fin Serafín, que no cuenten con mi... ¡Maldición! Se me acaba de cagar en el hombro una paloma. Voy a ver si la atrapo y le doy su merecido.
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