Russ Meyer: ¿viejo verde o revolucionario del cine erótico?
Después de décadas de popularidad, el polémico cineasta y las exuberantes mujeres de sus películas han caído en el olvido. ¿No hay lugar para él en la era del #MeToo?
El 16 de agosto de 1987, Jordi Batlle Caminal publicaba en EL PAÍS un artículo titulado: Seno, coseno, cochino. Con este llamativo título, el crítico de cine comentaba el estreno de Megavixens, película dirigida en 1976 por Russ Meyer, realizador de culto estadounidense del que los aficionados españoles apenas tenían referencias. Aunque Meyer llevaba escribiendo, dirigiendo, fotografiando, montando y distribuyendo sus películas de manera independiente desde los años sesenta, la dictadura franquista no había autorizado nunca su estreno en España.
Las razones se podían deducir de la crónica del propio Batlle Caminal: “Russ Meyer probablemente sea un obseso, pero también es un irónico sagaz. La carnalidad salvaje del erótico festival que nos brindan estas megavixens tiene, detrás del seno descomunal y el falo kilométrico, otras intenciones. Cuando están con la boca desocupada, esas chicas hasta son capaces de citar a Nietzsche y a John Ford, no el poeta de Monument Valley, sino el dramaturgo de Lástima que seas una puta, mientras el montaje –del propio Meyer– juega, muy dinámico, a las simbologías nazis, a los insertos de planos en picado, contrapicado y repicado –nunca antes podría haberse imaginado que una teta tuviera tantas perspectivas–.
Hasta la escritora y militante feminista Camille Paglia se ha declarado fan de Meyer: “Se dio cuenta de que el sexo era divertido. Sus protagonistas femeninas tienen una exuberancia y vitalidad que rara vez se ven en una película”
Sexo, violencia, rock and roll, drogas, psicodelia, iconografía nazi… Salvo este último detalle, era comprensible que el franquismo no gustase demasiado de las películas de Russ Meyer (California, 1922-2004). No obstante, a mediados de los ochenta, ya muerto el dictador y superado el susto del golpe de Estado de febrero 81, los españoles estaban deseando disfrutar de ese cine tan salvaje.
Sin ir más lejos, Imagfic, el Festival de Cine de Madrid, había programado en su edición de 1985 una retrospectiva de Meyer que contó con la presencia del propio director, el cual regresó un año después a España para participar en la Semana Internacional de Cinema de Barcelona. Un hecho que fue cubierto por el diario La Vanguardia, que entrevistó al realizador y detalló las películas que se iban a proyectar, entre las que se encontraba Faster pissicat [sic] Kill Kill. A pesar del interés de los aficionados, ni Meyer ni el idioma de Shakespeare eran todavía demasiado conocidos en España.
A partir de 1986, fecha de estreno de Supervixens en salas comerciales, Russ Meyer comenzó a ser un personaje notorio para el público masivo. Cines como el Torre de Madrid, los Renoir o el Alexis de Barcelona programaron películas del realizador.
Estos anuncios, de tono desenfadado, contenían reclamos que apelaban a ese exceso tan característico de Meyer como: “¡Demasiado para una película!”. También recurrían a los juegos de palabras con doble sentido: “Hoy pueden ya descubrir qué son las Super-Vixens: la avalancha de cine más protuberante jamás filmada. Pero ¡alerta!, que por donde ellas arrasan no vuelve a crecer… nada”. Como era de esperar, tampoco faltaban los que echaban mano del humor grueso: “¡Mucho busto!”.
Marcas tan prestigiosas como Sony recurrieron también a Russ Meyer para anunciar sus productos. En septiembre de 1987, la marca japonesa promocionaba su nuevo modelo de magnetoscopio, invitando a ver en él los últimos lanzamientos de videoclub en formato Betamax. Entre ellas estaban películas como Sonatas, de Juan Antonio Bardem; La fuerza del cariño, de James L. Brooks; Inquietudes, de Alan Rudolph, y Supervixens, que era descrita de la siguiente manera: “El mundo de Russ Meyer en su única película estrenada en España. Delirante. Divertida. Una gozada para cinéfilos y un desfile increíble de mujeres insólitas con un nombre que solo pueden llevar ellas: las supervixens”.
Definitivamente, tras años de censura y cineclub, Russ Meyer había dejado de ser minoritario. Canal+, que por entonces programaba cine de género de productoras como Troma o Hammer, acogió en su parrilla una Noche Russ Meyer en 1992. Un año más tarde, La2 emitió Más allá del valle de las muñecas, que, en contra de lo que pensaban los programadores de la cadena pública, no era exactamente una segunda parte de El valle de las muñecas, drama basado en el best seller de Jacqueline Susann y emitido en esa misma cadena unos días antes.
A finales de los noventa y primeros dos mil, los fanzines incluían artículos sobre Russ Meyer, los festivales de cine independiente programaban sus trabajos, los bares de rock and roll de Malasaña proyectaban sus películas sin sonido en los televisores repartidos por las salas. Sin embargo, una década después de esa explosión de popularidad, el realizador estadounidense es prácticamente desconocido entre las nuevas generaciones. ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Qué fue de Russ Meyer?
“Es cierto que parece que está medio olvidado, lo que resulta extraño. Podría ser principalmente por la mala distribución y su avaricia en vida. En EE UU vendía él mismo los DVD a precios prohibitivos y, cuando falleció [en 2004, con 82 años], parece que dejó escrito que su legado fuera controlado por una especie de fundación benéfica contra el cáncer, haciendo casi imposible negociar con las películas. No se sabe bien si le engañaron o fue fruto de la demencia senil que acabó padeciendo”, explica Álex Mendíbil, guionista, investigador y programador de Sala B, las sesiones de cine de género que Filmoteca Española organiza en el Cine Doré cada último viernes de mes.
La opinión de Mendíbil es compartida por el crítico de cine, escritor y profesor Jordi Costa que, además, apunta: “Imagino que este tipo de material, junto a muchos otros modelos de cine de explotación, no debe de ser muy codiciado por plataformas tipo Netflix, Amazon Prime o HBO, que, si bien producen y contienen material interesante, también tienen sus límites e imagino que prefieren parecerse al circuito cerrado de televisión de una prestigiosa línea área que a un cine de serie b”.
El cine de Russ Meyer tiene un componente sexual que podría ser la razón de que sus películas no tuvieran encaje en una sociedad como la actual, con más acceso al erotismo y la pornografía que nunca pero, al mismo tiempo más puritana y moralista. ¿Tal vez es esa la razón de su olvido? Sigamos pensando.
Veterano de guerra y fotógrafo de Playboy, Russ Meyer comenzó a hacer películas tras comprobar que sus fotografías de exuberantes mujeres desnudas tenían más aceptación que esas mismas fotografías, pero con las modelos vestidas. No obstante, el realizador nunca abusó de ese comodín y siempre tuvo a gala no rebasar las fronteras del erotismo.
“Soy la persona que más ha contribuido a la decadencia moral de EE.UU.”, afirmó Russ Meyer sin reparar en que también ayudó a la modernización ideológica de un país
“La pornografía no me interesa nada; además, las chicas que trabajan conmigo nunca harían pornografía”, declaró Meyer al diario La Vaguardia en una de sus visitas a Barcelona, al tiempo que reconocía que la legalización y popularización de la pornografía había hecho que el público masivo hubiera perdido interés por su cinematografía.
En todo caso y aunque siempre se le ha calificado como director minoritario, el estreno de Vixen! en 1969 fue un éxito tanto de público como de taquilla. Con apenas 70.000 dólares, Meyer rodó esa película que, en unas semanas, ya había recaudado siete millones de dólares. Suficiente como para que la Fox le encargase una producción de mayor presupuesto para ser distribuida en circuitos convencionales y destinada no solo al público masculino, sino también a las mujeres.
En contra de lo que se hubiera podido esperar de un director de películas eróticas, el estreno de Vixen! tuvo una muy buena aceptación por el público femenino que, a finales de los sesenta, se había revelado como el verdadero protagonista de la liberación sexual y empezaba a vivir su deseo sin ataduras morales ni reproductivas. Tanto es así que hasta la escritora y militante feminista Camille Paglia se ha declarado fan de las películas de Meyer, de quien destaca que “se dio cuenta de que el sexo era divertido” y cuyas protagonistas femeninas “tienen una exuberancia y vitalidad que rara vez se ven en una película”.
Entonces, si el público femenino apoyó en taquilla las películas de Meyer y hasta Camille Paglia disfruta de ellas, el olvido que sufre Russ Meyer en la actualidad no puede responder a cuestiones de incorrección política, anacronismo o cosificación de la mujer. ¿O tal vez sí?
A principios de 2018, los medios anglosajones y, posteriormente los españoles, publicaron que para los millennials, series como Friends, Seinfeld o Sexo en Nueva York eran homófobas, clasistas, racistas y machistas. Unos adjetivos que han sido utilizados tradicionalmente para calificar las películas de Meyer, un realizador al que muchos de los nacidos con el siglo desconocen.
“Ese es un efecto generalizado que no sólo afecta a Meyer”, explica Jordi Costa. “El joven espectador de ahora tiene que lidiar con una oferta desbordante de novedades cinematográficas y televisivas. Por eso, habría que encontrar la manera de que la memoria audiovisual estuviese presente, aunque fuera como opción minoritaria, en esas macroplataformas de visionado a demanda. Y cuando hablo de memoria audiovisual, me refiero tanto al mudo como, por supuesto, a las edades gloriosas de la serie B (o Z)”.
Más joven que Jordi Costa y Álex Mendíbil, pero sin llegar a ser millennial, es Elisa McCausland, escritora y experta en cultura popular, que descubrió a Russ Meyer “como fenómeno de consumo fetichista y pop; todo pasado por la túrmix de la primera generación de frikis de la modernidad”. En opinión de McCausland, “Meyer me resulta una figura interesante como síntoma de una época y entiendo su cine como una exacerbación, hasta lo paródico, de un modelo de consumo que representaban las actrices de cine del desarrollismo”.
McCausland cita a Christian Salmon y su libro Kate Moss Machine para explicar que “el cuerpo de lo representado mujer es, también, expresión simbólica y económica del sistema”, lo que supone que “las mujeres de Meyer son producto de la evolución de una época, los sesenta, que pasan del desarrollismo y el optimismo, ejemplificado por actrices de generosos pectorales como Marilyn Monroe o Anita Ekberg, a un modelo paródico y amenazante que es pura subversión de códigos, desde los corpóreos a los de los géneros cinematográficos”.
Como sucede con toda obra de arte, las películas de Meyer responden al momento histórico del que surgen y se nutrieron, para bien o para mal, de la iconografía, la estética, la música, e incluso de los tabúes presentes en esa sociedad.
“Soy la persona que más ha contribuido a la decadencia moral de EE.UU.”, llegó a afirmar Russ Meyer sin reparar en que también ayudó a la modernización ideológica de un país –cuya oligarquía bien pensante se caracterizaba por el puritanismo, el racismo, la homofobia y el machismo– gracias a que en sus películas presentaba negros, jóvenes que desafiaban el establishment, homosexuales y mujeres que, más allá de la mucha o poca ropa que llevasen o de la turgencia de sus cuerpos, eran aguerridas, valientes y decididas. Prueba de ello es que no dejaban en manos de otros lo que podían y debían hacer por sí mismas.
“No hay una única lectura de Russ Meyer. Era un tipo bastante reaccionario y déspota, pero a la vez cambió radicalmente el modo de representar a la mujer en el cine: empoderadas, vengativas y dueñas de su placer sexual"
Álex Mendíbil, investigador y programador de la Filmoteca Española
Las heroínas de Meyer no necesitaban de hombre alguno para resolver sus cuitas. En otras palabras, pocas mujeres tan maltratadas y, al mismo tiempo, tan empoderadas como en las cintas del realizador estadounidense.
“No hay una única lectura de Russ Meyer. Era un tipo bastante reaccionario y déspota, pero a la vez cambió radicalmente el modo de representar a la mujer en el cine de sexploitation, con esas mujeres empoderadas, vengativas y dueñas de su placer sexual. También cabe interpretar que eran mujeres actuando como hombres machistas, en un sentido más propio del SCUM Manifesto”, explica Álex Mendíbil, que no discute que, por supuesto, “habrá quien lo vea cosificador y tendrá sus razones”.
“En el cine de Russ Meyer hay tanta cosificación de la mujer como cosificación del macho: sus ficciones transcurren en el reino de las hipérboles, como las felices imágenes de coyunda homosexual de las ilustraciones de Tom de Finlandia”, comenta Jordi Costa. Y matiza: “Tampoco voy a defender que Meyer tenga la más compleja sensibilidad de género del mundo: su mirada y su sensibilidad son las del viejo verde que se siente como en casa en un club de striptease, pero, a partir de esa mirada, hizo un modelo de cine popular que no solo merece ser reivindicado por su posible interés sociológico. El estilo garantiza la inmortalidad y, en sus películas hay estilo, como lo hay en un número musical de Busby Berkeley”.
Entonces, ¿podrían los millennials disfrutar de las películas de Russ Meyer sin experimentar ese prurito que les provoca, por ejemplo, Friends, Sexo en Nueva York e incluso reivindicarlas como un material que empodera a la mujer?
“Siempre he estado a favor de la hiperinflación del código, precisamente por dejar al descubierto los corsés simbólicos de lo que normativamente se entiende por feminidad”, explica McCausland que, en todo caso, defiende que nadie “debe sentirse culpable por disfrutar de cualquier producto cultural”.
Jordi Costa tampoco descarta esa posibilidad. Según el crítico, “más allá del fundamento esencial de la lucha feminista, es decir, que una cultura patriarcal ha condenado a la discriminación sistémica a la mitad de la población por cuestión de sexo, hay muchos feminismos. Entre ellos, por supuesto, los que pueden ver en el arquetipo meyeriano un símbolo que puede ser apropiado y re-semantizado para su lucha, aunque tampoco hay que olvidar que dicho arquetipo es, en primera instancia, la construcción de una mirada masculina, como sucedería con Wonder Woman o las chicas Crumb”.
De hecho, lo que convierte el imaginario de Meyer en problemático, en opinión de Costa, es que su primera función es la sobre-excitación de la mirada masculina. Un hecho que, en último término, “no tiene necesariamente por qué regir ni tu sexualidad personal, ni tus relaciones afectivas con mujeres adultas, inteligentes, independientes y divertidas con las que desarrollar esa complicidad que jamás llegarás a tener con esos iconos que, en el fondo, no son otra cosa que una imagen. Seductora, pero imagen”.
La vida personal de Meyer fue, como sus películas, peculiar y trepidante. Su padre era un oficial de policía violento que abandonó a su familia, lo que provocó que el realizador fuera criado con absoluta dedicación por su madre. La agresividad paterna y los mimos maternos convirtieron al joven Meyer en una persona poco cariñosa y un tanto egoísta, lo que dificultó su vida sentimental posterior. Nunca quiso ser padre y sus relaciones, después de unos años de convivencia, fracasaban. Aunque se quedó bastante lejos de la marca de seis matrimonios establecida por su madre, Russ Meyer llegó a casarse tres veces –con las actrices y modelos Betty Valdovinos, Eve Meyer y Edy Williams– y, en sus últimos años, mantuvo una relación con la actriz Kitten Natividad, si bien no llegaron a contraer matrimonio.
Tanto sus exmujeres como Natividad participaron en sus películas...
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