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La revolución del doctor Escardó: curarse al lado de quien te quiere

Mikel Jaso

A veces, las empresas se resisten a hacer cambios que reportarían claros beneficios a sus empleados. La historia de un pediatra argentino puede hacerlas recapacitar.

EL DOCTOR Florencio Escardó, célebre pediatra argentino, tuvo que luchar durante mucho tiempo y vencer numerosos obstáculos para poder demostrar algo evidente: que el hecho de tener a tu lado a una persona que te quiere, te hace sentir mejor. Y que puede ayudar a una más pronta recuperación.

La primera vez que el doctor Escardó entró en la sala 17 del hospital de niños de Buenos Aires —era 1926 y acababa de terminar la carrera de Medicina— quedó “profundamente conmovido” por lo que vio, según sus propias palabras. Los niños allí ingresados estaban todo el día solos en sus camas. Los padres, solo el padre o solo la madre, podían visitar a sus hijos únicamente entre las cinco y las siete de la tarde, hora a la que debían abandonar el hospital para que el personal auxiliar sirviera la cena a los niños. Tuvo que pasar más tiempo del que él hubiera deseado, 32 años exactamente, para que pudiera llevar a la práctica lo que siempre deseó desde que pisó por vez primera aquella sala 17.

Lo que propició que la revolución pudiera llevarse a cabo fue que, en 1957, el doctor Escardó fue nombrado jefe del servicio de pediatría del hospital de niños y decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Y a pesar de todo el poder que le conferían esos cargos, no lo tuvo nada fácil porque las resistencias que encontró en todos los estamentos del hospital fueron enormes.

Tener al lado a una persona que le quiere puede ayudar a una recuperación más rápida de un enfermo

La revolución del doctor Escardó consistió en que a partir de aquel momento la madre —o, en el caso de que a la madre no le fuera posible, otra persona— debía estar las 24 horas al lado del niño; es decir, debía estar “ingresada” con el niño mientras durara la hospitalización. Las resistencias emocionales ante tal cambio no se hicieron esperar.

Pero donde surgió un problema que parecía irresoluble fue en la limpieza, ya que cuando se construyó el hospital no se previó que en las salas de niños pudiera haber adultos. Los responsables de la limpieza adujeron que no había suficientes aseos para tantos adultos. Era difícil resolver un problema estructural del edificio, pero Escardó, lejos de desfallecer, le encontró solución. Al tiempo que el niño era ingresado, se notificaba a las madres de la sala 17 que deberían traer productos de limpieza y establecer turnos entre todas para que los lavabos estuvieran siempre en condiciones. Y a pesar de las resistencias, la iniciativa del doctor Escardó empezó a cosechar frutos. Al confiar a las madres, debidamente instruidas y cotidianamente supervisadas, el cuidado de sus hijos, mejoraba la evolución de los niños ingresados.

Años más tarde, cuando el doctor Escardó, al recibir el reconocimiento a su labor, oía que le tildaban de “revolucionario”, respondía: “¿Qué puede tener de revolucionario pensar que las madres deben estar con sus hijos enfermos? Tardé 32 años en conseguir que las madres entraran a la sala 17 en el hospital de niños, ¡32 años! Es de lo único que estoy orgulloso en la vida”.

Mikel Jaso

Unos cuantos años después, en un congreso de recursos humanos que se celebró en Ifema, en Madrid, estaba compartiendo mesa a la hora de la comida con diferentes colegas cuando salió en la conversación el hecho de que a veces las empresas se resisten a realizar cambios que reportarían claros beneficios a las personas que trabajan en ellas. Tuve entonces la ocurrencia de compartir la historia que acabo de contar. Inmediatamente después de finalizar mi relato, una de las personas que me escuchaba, visiblemente conmovida, me hizo la siguiente pregunta: “¿Usted conoció al doctor Escardó?”. Mi respuesta fue que no lo había conocido y que lo que les había explicado me lo había contado un médico que había trabajado durante muchos años con el doctor Escardó en Buenos Aires. A continuación, y ante nuestra sorpresa, aquella mujer nos dijo: “Allá en mi Buenos Aires, el doctor Escardó fue mi pediatra. Gracias a él, todo el tiempo que estuve hospitalizada tuve a mi mamá a mi lado”.

Quizá suene a quimera, pero cuando crees en algo, la distancia es solo parte del camino. 

Inma Puig es psicóloga clínica.

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