Ricky Burdett: “La formación de los arquitectos está poco enfocada a las necesidades del mundo real”
Es uno de los mayores expertos en urbanismo del mundo. Arquitecto, comisario de la Bienal de Venecia y asesor del alcalde Ken Livingstone para la modernización de Londres, lleva media vida en la capital británica y asegura que en los próximos años la falta de un orden cartesiano y la velocidad de crecimiento redefinirán las ciudades
EN EL DEPARTAMENTO de ciudades de la London School of Economics trabajan urbanistas, sociólogos, geógrafos y científicos de todo el mundo. Comparten una planta junto a la Corte de Justicia y un frutero rodeado de jarras de agua en una sala con sillones. Su director, Ricky Burdett, de 63 años, nació en Londres, pero creció en la ciudad de su madre, Roma, donde vivió hasta que a los 19 se trasladó a Bristol para estudiar arquitectura. Hijo del periodista americano Winston Burdett, célebre corresponsal de la CBS, y de Giorgina Nathan, nieta del primer alcalde judío de la capital italiana, hoy considera que su ciudad natal es la mejor. “Estando aquí, mis hijos han vivido expuestos al mundo”. Y aunque admite que el Brexit quiere cambiar eso para una juventud que creció con la idea de que podría trabajar donde quisiera, es optimista: “Al final las ciudades sirven para juntar a la gente. Y no he visto en ningún sitio del mundo evidencia de que eso se pueda sustituir por algo mejor”.
¿Qué es una ciudad? Mezcla. No vamos a ellas porque estén limpias o para hacer una sola cosa.
¿Cómo se construyen las del siglo XXI? En el París de hace un siglo, Le Corbusier vio calles estrechas, viviendas sobrecargadas, aire contaminado y una alta criminalidad. Los modernos quisieron limpiarlas: levantar los edificios y hacer sitio a la vegetación. El problema es que el suelo lo ocuparon los coches.
Los coches parecían el futuro. Nadie previó las consecuencias para el medio ambiente y la segregación de la gente. Pero hoy la mayoría de las ciudades del mundo no se diseñan, crecen autoconstruidas.
¿Cómo se administra lo autoconstruido? Ese es uno de los temas clave del siglo XXI: no es posible construir vivienda como en el XX. La urbanización de Occidente durante el siglo XIX se realizó con un sistema de administración eficaz. El crecimiento hoy es orgánico porque no se pagan impuestos. Y no existe, por tanto, dinero para urbanizar. Los barrios crecen sin atención a normativas urbanísticas que permitan sumarlos a la ciudad.
¿Qué hacer? De entrada, autocrítica: una ciudad muy ordenada no es porosa, no acepta fácilmente el cambio. Una ciudad de crecimiento orgánico lo tiene más fácil porque admite lo inesperado.
¿Cuántos pisos se construyen hoy no para que viva la gente, sino para que inviertan sociedades? No simplifiquemos las cosas. Estamos en la London School of Economics, rodeados de profesores progresistas que estudian la desigualdad social, pero también de economistas de línea dura que creen en el libre mercado.
¿Cuál es su posición? ¿Usted dónde está? Se puede estar en medio. En la mayoría de las ciudades el grueso de lo que se construye es de propiedad privada. Alguien invierte su dinero para ganar más y al invertirlo da forma a la ciudad. La propiedad privada no es algo que considere negativo. El problema se da cuando esa inversión posee un pedazo demasiado grande de una ciudad. Eso es como amurallar una parte. En Londres se da en Canary Wharf. Era de un promotor canadiense, luego de los Emiratos y ahora de China. Si pusiéramos ese barrio en el centro, nos daríamos cuenta del espacio que ocupa. La reina de Inglaterra es dueña de varias calles casi enteras en el centro y no se deja sentir. Si camino por ellas, no sé lo que es público y lo que es privado: no hay puerta.
Si los fondos de inversión invierten en las ciudades, ¿los ciudadanos tendremos que abandonarlas? Depende de las políticas de los Ayuntamientos. En Nueva York hay un límite para los alquileres. En Palma de Mallorca o Barcelona están cambiando esas políticas. En Londres, un promotor que construye más de 10 plantas debe dedicar un porcentaje a vivienda económica. El porcentaje lo decide el alcalde. El actual, Sadiq Khan, lo ha subido al 50%.
“La esperanza de vida de un edificio en la actualidad ha bajado de varios siglos a 35 años”
¿Cuánto dura un edificio? Depende de cómo fue construido. Hoy la esperanza de vida ha bajado de varios siglos a 35 años. La torre de los años setenta donde estamos será demolida dentro de cinco años. Seguro.
¿Cómo lo sabe? Fue diseñada para eso. Se ve: las ventanas son baratas, el hormigón estaría calculado para eso. Si mira fuera, el Palacio de Justicia neogótico se quedará dos siglos más. No solo por los materiales con los que fue construido, también por la ambición con la que fue diseñado. Tiene una identidad, y esta torre es anónima. En muchas ciudades italianas, las plazas fueron anfiteatros o estadios romanos. Los edificios se quedan por su habilidad de reconstruir la ciudad.
¿Se podrán construir capas de historia con los edificios actuales? A principios del siglo XXI, en Shanghái construyeron 8.000 edificios de más de 20 plantas. El arquitecto municipal me dijo que él vería demoler varios de los inmuebles cuya construcción estaba aprobando. Sabía que la urgencia de proveer vivienda haría que muchos fueran disfuncionales. Los urbanistas y los constructores deben preguntarse cómo hacer las cosas porque ese ritmo de demoliciones es insostenible.
En Londres no dejan de construir rascacielos. A París le ha costado mucho crecer porque el urbanismo de Haussmann era demasiado poderoso y perfecto. No se puede tocar nada. Pero aquí hay permiso ya para cuatro más porque el orden no es tan importante.
¿Se necesitan todas esas torres o se construyen porque son un negocio? ¿Es malo construir torres? Yo creo que no. Aquí se levantan en la City, el centro de negocios donde, después de todo, no vive nadie. Y si eso sirve para mantener la economía de Londres, es decir, la de muchos, la mía misma o el futuro de mis hijos o de los conductores de taxi y Uber, eso es importante.
¿Cómo se mueve usted? Tengo una Vespa. Llego de Camden al centro en 8 minutos. Con el metro, 15.
¿En cuántas ciudades ha vivido? Me crie en Roma. Estudié en Bristol y en 1990 mi mujer y yo vivimos en Chicago. Me quedo con Londres.
¿Habiendo tenido una infancia romana? Tuve una infancia internacional en Roma. Pero la infancia es una cosa y la ciudad otra. Fui educado de una manera muy burguesa, de la que no reniego. Hoy, casi todos los amigos que tengo allí encuentran a Roma asfixiante. Nada cambia y nada puede cambiar. La belleza es la que cuenta Paolo Sorrentino en La gran belleza, pero el resto es un lugar detenido en el tiempo. Y eso no es una ciudad. Amo Italia, pero no me iría a vivir a Roma aunque me obligaran por el Brexit.
¿El Brexit sucederá? Por desgracia, creo que sí. He votado a los laboristas toda mi vida, pero creo que Corbyn ha estrechado lo que puede ser un partido de los trabajadores.
Usted es un arquitecto dedicado a cuestionar las ciudades. Su padre [Winston Burdett] fue un estadounidense comunista que cuestionó la política de su país y un periodista que cuestionó el comunismo. ¿Se hereda la manera de relacionarse con el mundo? Crecer en una casa en la que el padre pasa seis meses en Yemen hace que te preguntes por otros países: India, Egipto, Israel. Esa idea de lo global estuvo presente en mi infancia. Pero mi padre era un verdadero intelectual, yo no. Si acaso, soy un emprendedor cultural, pero no me considero arquitecto porque no diseño.
“La formación de los arquitectos es buena, pero poco enfocada a las necesidades del mundo real”
Está juzgando la arquitectura desde un punto de vista reduccionista, su trabajo ayuda a redefinir las ciudades. Es evidente que la forma de un edificio no es suficiente para reparar las ciudades, pero, si visita escuelas de arquitectura en países con enormes problemas urbanos, incluida India, verá que forman arquitectos como los de aquí: profesionales que no responden a los problemas reales. A no ser que seas alguien muy interesado en el detalle constructivo de una ventana —¿cuánta gente puede haber con ese talento o esa obsesión?—, la formación de los arquitectos es buena, pero poco enfocada a las necesidades del mundo real.
¿Qué aprendió de su padre? Que el amor hacia los demás te puede venir de estudiar a Dante. Mi padre se graduó cum laude en Harvard y continuó estudiando lenguas romances en Columbia. No muchos periodistas se preparan así. Él empezó haciendo crítica de cine. Luego lo eligieron para contar el mundo y trabajó toda la vida de corresponsal. Lo recuerdo leyendo en su habitación la Enciclopedia Británica y a Shakespeare.
En el lado materno, su bisabuelo Ernesto Nathan fue el primer alcalde de Roma que no perteneció a la élite de terratenientes locales. Crecí en Roma con la sensación de que algo en mi ADN había ayudado a dar forma a la ciudad. No sé hasta qué punto eso condicionó mi vocación de tratar de construir las ciudades de otra manera, pero mi abuelo abrió más de 150 escuelas anticlericales e inauguró el Stadio Flaminio. Era judío y supongo que en un marco tan católico eso empuja a cuestionarlo todo, incluido el poder. Pero me criaron sin educación religiosa. Los fines de semana íbamos al campo. En Tívoli teníamos un establo y hacíamos pícnic en los jardines de Villa Adriana, que entonces estaba cerrada. Nos colábamos.
El departamento que dirige ha calculado que el 80% del mundo debe construirse. ¿Qué le hace pensar que la tendencia de construir para multiplicar el dinero de los inversionistas variará? No me dedicaría a lo que me dedico si no tuviera el optimismo de pensar que la convivencia entre las necesidades del mercado libre, la sostenibilidad y la igualdad social es posible. Lo que se necesita es un sistema de gobierno que regule esa convivencia. Si permites que el mercado libre dicte las normas, adiós. Pero lo mismo sucede con la equidad extrema.
Y trabajó con Richard Rogers, asesorando al alcalde Livingstone. Le aconsejamos que los coches que quisieran circular por el centro pagaran. Copiamos la medida de Singapur y era lo contrario de lo que le asesoraron sus consultores de transporte. Lo hizo y fue reelegido. Cada comunidad local se opone a lo que le afecta. Y su visión suele ser a corto plazo. Los políticos deben tener la valentía de aprobar medidas que harán progresar la ciudad.
¿Qué relación existe entre los bancos y las ciudades? ¿Quién regula las viviendas vacías que acumulan y aumentan los alquileres? De nuevo es una cuestión de regulación. Y eso se hace desde la política. Construir requiere dinero. Y la obtención del dinero requiere confianza y préstamos.
¿Europa se va a convertir en un parque temático de su historia? Si se protege mucho algo, se corre el riesgo de momificarlo. Pero Copenhague no se está convirtiendo en Disneylandia. Las ciudades sobreviven cuando están abiertas. La tendencia a cerrar las puertas, en cualquier escala, vallando un patio o construyendo un muro, solo lleva a la introversión y a la fosilización.
¿Qué hacer para que Europa sea, de nuevo, un continente con futuro? Dentro de 30 años tendremos otros problemas. Trump nos preocupa internacionalmente, pero tiene los días contados. Los problemas de las ciudades están por encima de las circunstancias temporales. En Europa estamos aprendiendo que no podemos vivir en ciudades cerradas. ¿Quién hará los trabajos? ¿De dónde llegará la renovación cultural? Con el Brexit, un bailarín necesitará visado para entrar, tendremos que esforzarnos para mantener vínculos con el resto del mundo.
Si de lo que se trata es de tocar fondo para reaccionar, ¿estamos llegando? En los 30 años que llevo trabajando sobre ciudades he visto momentos de pánico, crisis y momentos de renacimiento. Para eso se necesitan líderes inspirados capaces de ir más allá de sí mismos. Doy clase a gente que va a cambiar el mundo. Lo sé en cuanto entran en el aula. Lo siento, pero soy muy optimista. Lo que está en la base del terrorismo es la incomprensión entre culturas diversas. Y no es nada nuevo del siglo XXI. Ha existido siempre. Lo que pienso, desde el punto de vista de la ciudad, es que un alcalde puede encender o apagar el interruptor para mejorar o empeorar la situación.
¿Y cómo convivir? Ian Blair, un gran jefe de la policía londinense, dijo que todo dependía de que la policía pudiera ser aceptada y aceptable a todas las comunidades que comparten la ciudad. Me impresionó cuán espacial es esa idea. La confianza —o desconfianza— en las fuerzas de seguridad tiene que ver con la mezcla. La educación es familia, escuela y calle. Lo que sé es que si una parte de la ciudad está ocupada solo por un único grupo de gente, y da igual el grupo —judíos ricos, inmigrantes paquistaníes, cataríes, británicos de muchas generaciones— lo que sea, esa segregación va a causar problemas. Es muy fácil imaginar al enemigo: siempre está en el otro lado de la calle. Si en las calles hay mezcla, el enemigo se cuestiona.
¿Qué asegura la mezcla? Las viviendas sociales. En Inglaterra hay muchas maneras de obtener ayuda. Una tiene que ver con las familias numerosas. La mayoría de las familias numerosas londinenses de hoy son musulmanas.
¿La smart city es un nuevo negocio o el futuro? El nuevo negocio de cinco compañías. Lo preocupante es cuando los gobernantes lo ven como la solución. Nos pidieron validar las solicitudes de las ciudades para convertirse en smart. Tenías urbes con un millón de habitantes sin un váter y con propuestas para semáforos inteligentes. Soy escéptico. Pero hay dimensiones de la tecnología en la economía compartida que tienen mucho potencial democrático y social. Muchas compañías invierten en prediagnosticar con tecnología smart, midiendo la presión sanguínea, por ejemplo. Esa parte me fascina. Cuando no podamos construir tantos hospitales, lo smart será útil. El modelo urbano sirve para reaccionar. Las generaciones jóvenes saben cómo lidiar con ello. O cómo ignorarlo, que es una manera muy poderosa de actuar.