El Mary Poppins de las matemáticas que se presentaba en casa de sus colegas para resolver problemas
La niñera del paraguas acudía a las casas donde había un problema y se marchaba cuando lograba solucionarlo. Lo mismo hacía el matemático Paul Erdös: se instalaba en los hogares de sus colegas para ayudarlos.
CUALQUIERA QUE haya sido niño habrá visto Mary Poppins, y si además ha sido padre o madre, probablemente la haya visto más de 20 veces, por lo que seguro que recuerda que la primera canción que entona Bert/Dick Van Dyke en la película dice: “Viento del este y niebla gris, anuncia que viene lo que ha de venir”. Y de esta forma nos introduce en el peculiar sistema de trabajo de Mary Poppins, una niñera que acudía allí donde había un problema sin que nadie la llamara, y cuando lo había solucionado, se iba. El único condicionante era que la dirección del viento fuera propicia, ya que se desplazaba colgada de un paraguas, con mango en forma de papagayo, con el que mantenía interesantes conversaciones. Este método puede parecer original y fruto de la imaginación de la escritora australiana P. L. Travers (seudónimo de Helen Lyndon Goff), pero, como suele pasar, la realidad supera a la ficción. Hubo una persona que durante su larga carrera utilizó ese mismo método, pero con una peculiaridad: no era niñera, sino matemático.
Paul Erdös nació en Budapest en 1913. Hijo de dos profesores de matemáticas, sus dos hermanas mayores fallecieron a edad muy temprana de escarlatina. Su padre fue hecho prisionero por las tropas rusas durante la Primera Guerra Mundial y pasó seis años en Siberia. Eso hizo que él se educara en casa solo con su madre, que descubrió su talento innato para los números. Se doctoró en esta disciplina a los 21 años en Hungría y, huyendo del nazismo, se instaló primero en Inglaterra y a partir de 1938 en Estados Unidos. Desde siempre mantuvo una intensa correspondencia con matemáticos de todo el mundo, lo que le granjeó un problema serio. Uno de sus corresponsales era un matemático chino, que levantó las suspicacias de las autoridades de inmigración en pleno mccarthismo. Al regresar de una conferencia en Ámsterdam, Erdös fue interrogado, y cuando le preguntaron por Karl Marx dijo que solo había leído El manifiesto comunista y que, en su opinión, Marx debía de ser un gran hombre. Realmente a Erdös no le interesaba la política, pero sus palabras fueron suficientes para que le denegaran la entrada en Estados Unidos y tuviera que mudarse a Israel. Eso no supuso un gran problema, puesto que en Estados Unidos ya había desarrollado su peculiar manera de trabajar.
Nunca tuvo casa propia, ni familia ni prácticamente propiedades materiales. Su sueldo como profesor o los premios que ganaba por solucionar problemas matemáticos los regalaba o los daba como galardones a quien resolviera problemas que él mismo proponía. ¿Y cómo vivía? Pues como Mary Poppins. Asistía a conferencias de matemáticas y escrutaba en qué trabajaban sus colegas. Cuando alguien estaba con algún problema que le interesaba, acudía a su casa y se quedaba a vivir allí trabajando en ese problema, y cuando lo resolvía buscaba a otro colega que le motivara y se mudaba a su casa. La ventaja era que no dependía de la dirección del viento, y la desventaja era que iba en avión, y no en un paraguas mágico. Con este método escribió más de 1.500 artículos científicos a lo largo de su vida; es considerado el matemático más productivo después de Leonhard Euler, suizo del siglo XVIII, aunque esto es opinable. Erdös escribió más artículos, pero Euler más páginas. Con su productividad y su brillantez, es lógico que nadie le acusara de gorrón. Cualquier matemático del mundo estaría encantado de alojar a Erdös en su casa, ya que era garantía de interesantísimas discusiones, de la resolución de algún problema importante y de la publicación de artículos de investigación. No en balde a lo largo de su vida publicó con más de 500 coautores en campos tan dispares como la probabilidad, la teoría de grafos, la de conjuntos, la combinatoria, etcétera. Murió al pie del cañón, durante una conferencia matemática en Varsovia, a los 83 años. Dicen que un matemático es alguien que convierte el café en teoremas, y la gente que lo conoció afirma que Erdös lo bebía en cantidades ingentes, seguramente en la misma proporción que cantaba Mary Poppins.
Números y desapego
Entre los científicos, y en particular los matemáticos, abundan las biografías peculiares. El desapego de los bienes materiales no es algo tan infrecuente. Un caso más reciente sería el del brillante matemático ruso Grigori Perelmán, que fue capaz de resolver la conjetura de Poincaré, uno de los problemas de geometría más complejos que existen. Perelmán renunció a la medalla Fields (uno de los máximos honores a los que puede aspirar un matemático) y al millón de dólares del premio a la resolución de uno de los problemas del milenio. Según dijo, no quería acabar siendo expuesto como un animal de zoológico. A fecha de hoy ha dejado las matemáticas y sigue viviendo con su madre en un humilde apartamento de San Petersburgo.
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